Leonardo Salvatore, un empresario italiano/español de 35 años, ha dedicado su vida al trabajo y a salvaguardar el prestigio de su apellido. Con dos hijos a su cargo, su concepto del amor se limita a la protección paternal, sin haber experimentado el amor romántico. Todo cambia cuando conoce a Althea.
Althea Salazar, una colombiana de 20 años en busca de un nuevo comienzo en España para escapar de un pasado doloroso, encuentra trabajo como niñera de los hijos de Salvatore. A pesar de sus reticencias a involucrarse emocionalmente, Althea se siente atraída por Leonardo, quien parece ser su tipo ideal.
¿Podrá su amor superar todo? ¿O el enamoramiento se acabará y se rendirán?
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Parte 5
Althea
Pablo no era un bebé cansón. Ayer en la noche, a las 9 en punto, le di su biberón para que duerma, y lo hizo derecho. Me levanté a las cinco de la mañana para organizarme y poder atender todo rápidamente y poder llamar a mi abuela.
—Abu, perdón, por fin tengo tiempo para hablar.
—No te preocupes, mijita, antes cuéntame cómo te ha ido —Le empiezo a contar todo, como era mi jefe, lo que tendría que hacer y demás.
—¿Y te pagan bien?
—Sí, me van a pagar muy bien. Además, me dejarán vivir aquí, no me tendré que preocupar demasiado por eso.
—Menos mal, tu mamá por fin podrá descansar.
—¿Estaba sospechando?
—Sí, bastante. Me empezó a interrogar sobre por qué cambiaste de trabajo.
—Bueno, al menos ya no tendré que mentir más.
—Tus hermanos están peor, quieren hablar contigo, pero sus horarios no se sincronizan cuando llamas.
—Trataré de llamar cuando ellos lleguen a la casa luego de estudiar.
—Por favor —Río porque mis hermanos eran unos intensos que se preocupaban por su hermana mayor, una que ya estaba teniendo una vida un poco más organizada. Hablamos de cómo sería la organización en el futuro y al finalizar ambos nos reímos por cómo describía al bombón de Salvatore.
Cuando son las seis y media, cuelgo para atender al bebé. Lo primero que debía hacer era ir a calentar la leche, sacarle los gases, bañarlo, vestirlo, pero debía conocer primero al mayor, que no lo había visto.
Luego de la discusión con las empleadas de la cocina, donde casi se me sale el apellido, me calmo para darle su biberón; debía tener mucha hambre. Salgo junto a Salvatore al comedor; algunos empleados se nos quedan mirando y veo un niño que corre hacia él.
—¡Papá! —Tenía unos ojos muy lindos y su cabello un poco desordenado; su pijama de osos lo hacía resaltar un poco más de lo normal. Me mira directamente, sus ojos grandes se posaron en mí y luego en el bebé que tenía en mis brazos, brillaron por unos segundos—. ¿Quién es esa? —Me señala, y enarco una ceja. ¿Por qué era tan grosero? Suspiro, era normal, niño de cuna.
—Soy Althea, tu niñera y la de él —Hago un pequeño movimiento con el bebé en brazos.
—No necesito ninguna niñera —Me responde mientras voltea su rostro evitando mi mirada.
—Bueno, entonces una amiga —Puedo notar un pequeño movimiento en los brazos de su papá; me río y me acerco para susurrarle algo—. Ahorita, me puedes ayudar a bañar a tu hermanito y yo jugaré contigo mientras está dormido. Un suave movimiento, siento la risa de Salvatore.
—Eres buena negociando.
—Mi papá es negociante; algo debí aprender —Sonrío para poner al más pequeño en la silla—. Matt, desayuna cuando termines, vas a la habitación de tu hermano, para que hagamos lo que te dije.
—Papá, ¿si puedo? —Escucho, como le susurra, mi jefe asiente y el niño se baja de sus brazos para sentarse en la mesa; los empleados estaban con sus ojos abiertos de par en par sorprendidos.
—Deberías sentarte a desayunar con nosotros, ¿no crees? —Me mira de arriba abajo—. ¿A qué hora te levantaste?
—Cinco de la mañana, debía bañarme y organizarme, luego llamé a mi familia.
—No te escuché —Me dice él mientras me indica con la mirada que me siente; suspiro, pero hago lo que me dice.
—Tu casa es gigante, ¿cómo vas a escuchar mis intimidades? Además, me encerré en el baño, tenía miedo de despertar al bebé —Él me mira confundido con eso último, pero luego mira a una de las empleadas que baja de inmediato la cabeza, no puedo evitar soltar una risita.
—Supongo que entendiste lo que pasó.
—Sí, pero pensé que esto no pasaba, somos adultos, no niños pequeños.
—Créeme que yo también pensaba lo mismo —Dice Salvatore y se disculpa con la mirada.
—Tranquilo, no puedes controlar el comportamiento de todos a tu alrededor —Empiezan a servir la comida, el más pequeño de la mesa ya estaba cerrando los ojos; le toco su cabello suavemente, debía cuidarlo para no dañarle la cabeza.
—¿Tienes algo planeado para hoy?
—Organizar la habitación y mis cosas mientras Pablo duerme, luego de eso jugaré con Matt.
—Al... Al —Siento como el más pequeño, trata de decir mi nombre, pero no es capaz; sonrío con dulzura.
—Dime Al, si te resulta fácil —Se sonroja un poco, pero asiente.
—Al, no te enamores de mi papá —Es lo primero que dice y yo suelto una carcajada, mientras todos a nuestro alrededor se ponen pálidos.
—No te preocupes, no lo haré.
—¿Lo prometes? —Me mira con ojos de cachorro, asiento y saca su mano para mostrar su meñique—. Promételo —No puedo evitar reír para aceptar la promesa de meñique.
—Prometido.
—Entonces si te acepto como niñera —No dice correctamente la última palabra, pero la entiendo.
—Muy bien, pequeño jefe —Él se ríe cuando me escucha decir lo último; la mirada de Salvatore es pura dulzura mirando a su hijo.
Tal vez venir a trabajar aquí no sería tan mortal como lo creía. Ese mismo día me dieron una habitación en la mitad de los dos hermanos; también cambiaron la habitación de Pablo por una del mismo tamaño que el pequeño jefe. Le había enseñado a cómo bañar un bebé y por qué eran tan delicados; un montón de "¿Por qué?" Pero mientras podía le explicaba todo eso.
—Al, ¿tú eres española? —La forma en que dijo esa palabra me hizo soltar una risa.
—No, no lo soy.
—¡Lo sabía! —Me dice el feliz, mientras me ve como doblo la ropa para meterla en ese gran closet, no ocuparía casi nada con mis cosas, tan diferente a mi hogar.
—Soy colombiana, queda en América, América del sur —Le digo con una sonrisa.
—¿Es muy lejos?
—Bastante, toca pasar el océano Atlántico —Asiente con el ceño fruncido, estaba reflexionando si eso estaba en su cabeza—. Algún día, cuando seas más grande, puedes ir conmigo —¡Boom! Sus ojos brillan al decirle eso—. Por ahora, te puedo hacer de comer con algo de mi país, no soy la mejor cocinando, pero algo haré.
—¡Sí! —Alza los brazos emocionado, mi celular empieza a sonar, Matt lo coge y contesta—. ¿Hola? —Escucho la voz de mi mamá; le agarro el celular con cuidado.
—Matt, las cosas de los demás no se pueden coger así —Él hace puchero—. La próxima me preguntas si lo puedes contestar, ¿sí? —Él asiente bajando la cabeza, pongo la llamada en videollamada.
—Hija —La voz de mi mamá hace eco en la habitación.