Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 11. Un poco humano.
Alessandro alzó la vista brevemente, buscando palabras que parecían no llegar nunca. ¿Qué se suponía que debía decir? No existían fórmulas mágicas ni consuelos preescritos para momentos como ese. Alessandro, un hombre acostumbrado a resolver todo con frialdad y decisión, se encontraba por primera vez en una situación completamente diferente. No era un negocio ni un problema que se pudiera solucionar con determinación. No. Esta vez se trataba de algo mucho más complicado: el miedo palpable que emanaba de Alonzo.
Miró las manos de Alonzo, que temblaban visiblemente, en un intento vano de ocultar su nerviosismo. Un suspiro leve se escapó de los labios de Alessandro, casi inaudible, mientras su mente se debatía entre actuar y mantenerse distante. Sin pensarlo mucho, tal vez en un acto reflejo o quizás guiado por un impulso que no comprendía del todo, Alessandro colocó su mano sobre la de Alonzo. El gesto fue torpe, incómodo para alguien como él, acostumbrado a ser imperturbable, pero era su manera de intentar conectar, aunque fuera de forma rudimentaria.
—No tienes que preocuparte —murmuró, con una voz que sonó sorprendentemente suave, mucho más baja y serena de lo que él mismo esperaba—. Es solo un examen rápido. No dolerá tanto.
Alonzo lo miró de reojo, su desconfianza aún presente. Pero esta vez, algo en sus ojos reflejaba no solo sorpresa, sino también una confusión genuina ante el comportamiento de Alessandro. No había esperado ni un ápice de empatía de parte de un hombre tan peligroso, mucho menos que intentara tranquilizarlo con ese gesto inusitado. ¿Qué pretendía Alessandro realmente? ¿Acaso trataba de confundirlo, de quebrar sus defensas emocionales para que bajara la guardia?
Asher y el médico, que estaban presentes en la habitación, intercambiaron miradas de incredulidad. La escena que presenciaban era casi surrealista. ¿Era ese el mismo Alessandro Bernocchi que ellos conocían? ¿El mismo hombre que no dudaba en disparar a sangre fría? Ambos se preguntaban si aquello no era algún tipo de ilusión, algo tan inusual que incluso llegaron a pensar que debían estar soñando. Asher, incapaz de ocultar su sorpresa, parpadeó varias veces, como si intentara despejarse de un estado de ensueño, mientras el médico, aún más atónito, no pudo evitar pellizcarse discretamente para asegurarse de que estaba despierto.
—No hace falta que me agarres —dijo finalmente Alonzo, rompiendo el incómodo silencio. Aunque su voz estaba teñida de una mezcla de nerviosismo y resignación, había en sus palabras una decisión clara. El médico, que ya de por sí estaba boquiabierto, casi se desmaya al escuchar la firmeza de Alonzo al rechazar el gesto de Alessandro. ¿Quién en su sano juicio le llevaría la contraria a un hombre como él?
Aún más sorprendente fue la reacción de Alessandro. El médico esperaba ver una chispa de enojo o molestia, pero en lugar de la habitual frialdad o una mirada iracunda, encontró un semblante tranquilo y relajado, como si la negativa de Alonzo no hubiera alterado su compostura en lo más mínimo. Alessandro retiró la mano lentamente, con suavidad, sin alejarse del todo.
—De acuerdo, como tú prefieras —respondió, su tono tan calmado que era casi desconcertante.
El médico no podía creer lo que veía. Era como si el mundo hubiese cambiado de alguna manera. «Definitivamente estoy soñando», pensó para sí mismo. Pero antes de que pudiera seguir divagando, la voz baja y firme de Alessandro lo sacó de su ensueño.
—¿Qué estás esperando? —preguntó, su tono volviendo a ser el de siempre, aunque aún contenía un matiz de paciencia inusual.
—S-sí, claro —tartamudeó el médico, recuperando la compostura mientras se apresuraba a sacar el equipo necesario. Colocó el botiquín sobre la cama y, con manos temblorosas, sacó guantes de látex, una jeringa y el tubo de vacío. —Le pondré una liga para marcar mejor la vena.
Alonzo asintió de manera casi robótica. Sentía cómo el pánico crecía dentro de él a medida que el médico preparaba todo. Sus nervios estaban a flor de piel, y al ver la aguja, un frío sudor comenzó a cubrir su frente.
—Aquí vamos —anunció el médico mientras tomaba su brazo y lo estiraba con delicadeza—. Solo relájate.
Pero relajarse era lo último que Alonzo podía hacer. Sabía que era ridículo que un hombre adulto como él tuviera tanto miedo a una simple aguja, pero eso no importaba en ese momento. Lo único que quería era que todo acabara lo más rápido posible.
—Tranquilo, es solo un pinchazo —intervino Alessandro en un intento de calmarlo, aunque sus palabras parecieron tener el efecto contrario.
—¡Eso dicen todos! —exclamó Alonzo, su voz llena de ironía y frustración. En ese momento no le importaba lo que Alessandro pensara, ni el contexto en el que se encontraban. Todo lo que quería era escapar de esa situación.
Alessandro no respondió, solo lo observó en silencio, con una mezcla de desconcierto y paciencia. El miedo de Alonzo era tangible, pero lo que más le sorprendía no era el temor a la aguja en sí, sino lo que parecía representar para él. Aquel pequeño artefacto de metal era una puerta a recuerdos dolorosos, a momentos que lo habían marcado. Alessandro lo sabía, lo veía en sus ojos, pero no podía comprender del todo la magnitud del trauma.
Justo cuando Alonzo estaba a punto de decir algo más, sintió la punzada de la aguja penetrando en su piel. Cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes, y en un acto reflejo, se aferró al brazo de Alessandro. Sin pensarlo, mordió su bíceps, buscando una forma de desviar el dolor y el miedo que sentía al notar cómo su sangre era extraída.
—Listo —dijo el médico después de unos minutos que parecieron horas para Alonzo—. El informe estará listo mañana por la noche.
—Envíamelo en cuanto lo tengas —respondió Alessandro con autoridad.
El médico asintió rápidamente y salió de la habitación, seguido por Asher, quien cerró la puerta detrás de ellos.
Alonzo seguía con los ojos cerrados, su cuerpo aún en tensión. Sus manos seguían aferradas con fuerza al antebrazo de Alessandro, sus uñas incrustadas en la piel, y sus dientes todavía marcaban la carne del mafioso.
—¿Puedes soltarme? Me vas a arrancar el brazo si sigues así —dijo Alessandro con una leve sonrisa en sus labios, tratando de restar importancia al momento.
Fue entonces cuando Alonzo, como despertando de un trance, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Lentamente aflojó su agarre, soltando el brazo de Alessandro y observando su propia vena, donde ya se formaba un hematoma alrededor de la marca de la aguja.
El silencio que siguió fue pesado, interrumpido solo por el sonido de sus respiraciones sincronizadas. Ninguno de los dos se atrevía a moverse, ni a romper esa extraña burbuja de calma tensa que había caído sobre ellos.
Alonzo, lejos de calmarse, sentía cómo los nervios le iban ganando terreno. Estaba demasiado cerca de Alessandro. Podía percibir el olor de su perfume, sentir el calor de su cuerpo irradiando hacia él. Incluso podía jurar que escuchaba los latidos acelerados de un corazón... pero no sabía si era el suyo propio o el de Alessandro. La confusión en su mente crecía, y con ella, las preguntas que no se atrevía a formular.
¿Por qué Alessandro, el temido mafioso, se preocupaba por su bienestar? ¿Por qué había sido tan... humano en ese momento? Alonzo quería respuestas, pero al mismo tiempo temía conocerlas.