El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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La nona
Gabriele
Necesito un novio.
Necesito un novio.
Necesito un novio.
Mientras esperamos que abran la puerta es en lo único que puedo pensar.
Sofía me miró con calor en sus ojos y luego dijo eso. Necesito un novio.
Creo que lo que necesita Sofi es follar, y pronto. Observo su cuerpo envuelto en ese pequeño vestido y entiendo que yo también necesito un buen revolcón. Ha pasado un tiempo desde la última vez que estuve con una mujer.
El trabajo ha sido extenuante últimamente, pero ha valido la pena cada maldito segundo.
Texas ya es casi nuestra.
La puerta se abre y aparece Dante con una sonrisa.
–Pasen, pasen. La cena ya está casi lista.
Detrás de Dante aparece una mujer diminuta, encorvada, con pelo cano, ojos grises, casi lechosos y no puedo evitar sonreír. María no ha cambiado desde que la conocí, hace ya más de veinte años.
María pasa al lado de mi amigo y golpea su nuca. –Ya estaría lista si hubieses ayudado. –Mira a Sofía y a Mía–. Al fin puedo conocer a tu hija, Gabo.
–¿Gabo? –pregunta Sofía.
–No molestes –le advierto.
Sonríe con burla antes de entregarle la niña a la abuela de mi amigo, quien tiene las manos estiradas.
–Déjame verte, bambina –dice–. Tiene los ojos de tu padre, preciosa Mía. Felicitaciones, Gabo, tienes una hija muy hermosa.
Asiento. La pequeña está cada día más linda, nadie puede negarlo. Sofía ha hecho un excelente trabajo.
Otro motivo por el que no puedo follarla. Nunca encontraré a una niñera como ella.
–Pasen –dice María antes de entrar con Mía en brazos, quien comienza a inquietarse por lo que Sofía corre a su lado para calmarla.
Miro a mi amigo para preguntarle por sus negociaciones con el Líder del Cártel de Sinaloa, sin embargo no logro hacerlo, ya que está muy entretenido comiéndose a la niñera con su asquerosa mirada.
–Detente –siseo.
–Cállate y déjame disfrutar de las vistas –devuelve sin despegar sus ojos de las piernas de Sofi.
–Te dije que te detengas.
–Nadie me ordena nada en mi casa –replica.
–¡Ya cállense los dos! –nos grita María–. Siguen siendo unos niños –le dice a Sofía haciéndola reír.
Ambos nos callamos. Podremos ser Capos, pero nadie le desobedece a María y vive para contarlo.
Entramos a la enorme cocina, el lugar de reunión en esta casa. Todo huele maravilloso como siempre, la nona de mi amigo es una excelente cocinera.
–¡No! –exclama Sofía–. Mía no puede comer nada aparte de su fórmula.
–Tonterías –dice María entregándole un pedazo de sandía a Mía, quien se la lleva a la boca de inmediato.
–El pediatra…
–He criado a cinco hijos y a quince nietos. Ningún médico me va a enseñar como criar a un niño.
Sofía sonríe y se calma cuando ve que Mía está disfrutando con el pedazo de sandía.
–Sírvanse –nos dice María apuntando una variedad de bandejas con antipasto.
–Todo se ve delicioso –celebra Sofía antes de atacar la bandeja con quesos.
Me acerco a la mesa y cojo un poco de prosciutto. Siento algo húmedo en mi mano y veo que Mía está ofreciéndome de su pedazo de sandía, con su rostro todo manchado.
Niego con la cabeza y le ofrezco un pedazo de melón, que lleva a su curiosa boca a una velocidad sorprendente.
–¿Tiene dientes? –le pregunto a Sofía, quien como Mía tiene la boca llena.
Se apresura en tragar antes de contestar: –No, pero sus encías son durísimas.
–Ya pronto le crecerán –sentencia María–. Y tú, Dante, ¿qué estás esperando para darme un nieto?
Dante se atraganta con una aceituna, y disfruto con su incomodidad.
–Estoy trabajando en eso –responde.
–No lo suficientemente rápido para mi gusto. Querida, ¿cuál es tu nombre? –le pregunta a Sofi.
–Sofía.
Asiente. –Bello nombre. ¿Cuántos años tienes, cielo?
–Veinte años.
–¿Veinte? –pregunto–. Pensé que tenías diecinueve.
–Estuve de cumpleaños la semana pasada –dice como quien dice que ayer estuvo nublado.
–¿No lo celebras? –pregunta Dante.
–No –responde sin agregar nada más.
–Bueno, lo celebraremos hoy –dice Dante–. Iré a por unos moscatos para celebrar.
–Buena idea –le celebra su nona aplaudiendo.
–Oh, mi dulce niña, los veinte años son una edad muy especial para una muchachita. Me imagino que ya estás comprometida.
–No, no lo estoy.
María frunce el ceño. –Ya estás en edad de casarte –le insiste.
Sofía se ríe. –No quiero casarme todavía, pero si estoy interesada en conocer a alguien.
–Eres perfecta para mi Dante, cielo –dice María tomando las manos de Sofía–. Eres muy linda. Tendrán unos bambinos preciosos.
Sofía comienza a toser. –¿Hijos? No está en mis planes ser madre a esta edad.
–Tonterías, todas las mujeres de tu edad quieren casarse y tener hijos.
–Nona, deja de hostigar a Sofía –dice Dante–. Estamos en otro siglo, ahora las mujeres no piensan en casarse.
–Como sea, deberías invitarla a salir. Está muy pálida, no le haría mal tomar un poco de sol.
–No –digo y todas las cabezas se vuelven hacia mí, incluso la de Mía–. No me parece que mi niñera salga con mi socio.
–Tonterías –dice María.
–No –insisto–. Sofía tiene información clave de mi casa y de mi familia. Y tú, mi amigo, no eres precisamente conocido por guardar secretos.
–Los secretos de cama son sagrados para mí –devuelve con diversión mal disimulada.
Maldito Dante.
María nos golpea. –Blasfemias. Una mujer no puede tener secretos de cama con nadie que no sea su marido. Sofía sabe que debe guardarse hasta el matrimonio.
El rostro de Sofí enrojece. –No soy católica –susurra.
–Tonterías. Eres italiana, por supuesto que eres católica –insiste María mientras nos va entregando platos con pasta recién hecha–. Y toda mujer católica debe guardarse para el matrimonio.
Sofía pone los ojos en blanco cuando María no está mirándola haciéndonos reír a Dante y a mí.
Antes de darnos cuenta María nos golpea con una cuchara de palo.
Mía comienza a quejarse y levanta sus bracitos hacia mí.
–Sofía, la niña quiere que la cojan en brazos –digo.
–Toma a tu hija, Gabo. Sofía está ocupada alimentándose.
–Es la niñera –defiendo.
–Tú eres su papá, haz tu trabajo –me ordena logrando que Sofía y Dante se rían sin disimular.
Miro a mi hija, quien comienza a hacer pucheros levantando sus brazos hacia los míos.
No debí aceptar esta invitación.
Cojo a mi hija y de inmediato comienza a llenar de baba mi cuello. Luego comienza a masticar mi barbilla con sus encías. Y sí, Sofi tiene razón, tiene unas encías muy duras.
–No –le ordeno y la alejo.
Su repuesta es una pedorreta que se escucha por todo el lugar.
–¿Qué… qué fue eso? –pregunto y luego el olor llega a mi nariz.
–Necesita un cambio de pañales –responde Sofía acercándose–. Aún no hemos aprendido los modales en la mesa, ¿verdad, cielo? –le pregunta.
Le tiendo a la niña, pero María me vuelve a golpear.
–Ve tú, Gabo –ordena María–. Usa la habitación de Dante.
–¡Nona! –se queja mi amigo.
–Es la que está más cerca.
–Sofía –la llamo.
–Nop –es todo lo que dice antes de seguir comiendo.
Tomo el bolso rosado que trajo Sofía, y resignado camino hacia la habitación de Dante.
Este día no deja de mejorar.