Brenda Sanches es una mujer de 29 años que después de descubrir a su enamorado con quien pensaba ser madre decidí irse y hacerse madre mediante inseminación artificial lo que no sabe que el donante no es humano por error a ella le llegó su donación y el reclamara a sus hijos que pasara entre ellos ? estarán juntos por amor oh llegarán a un acuerdo por sus hijos ven a leer esta historia facinante
NovelToon tiene autorización de Aye Simbron para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capitulo 4
La verdad en el ultrasonido
Hoy me tocaba el chequeo para ver cómo estaba mi bebé. Estaba feliz, emocionada, nerviosa. Mi amiga no pudo acompañarme esta vez, el trabajo la llamó de urgencia, pero luego le contaría todo con lujo de detalles.
Ya estaba en la camilla, mirando la pantalla donde se veía la silueta de mi bebé. Sonreí al verlo moverse. Estaba sano. Pero entonces, la doctora frunció el ceño.
—¿Doctora? —pregunté, alarmada—. ¿Qué pasa con mi bebé?
La doctora pareció sorprendida, como si no supiera cómo explicarlo.
—Está bien, solo que… —respondió con duda—. Déjame ver una cosita —añadió, levantándose de su asiento y saliendo de la sala.
La vi ir hacia un archivo. Comenzó a revisar entre varias fichas de donantes. Tomó una, pero en cuanto la miró bien, su expresión cambió. Se le cayó casi la carpeta de las manos, y retiró una etiqueta que había encima. Debajo, otro nombre.
—¿Qué ocurre? —pregunté aún más preocupada.
La doctora regresó conmigo, respiró hondo y me miró con seriedad.
—Lo siento por irme así. Es que al ver a tu bebé... algo no cuadraba. Antes de decir algo quise confirmarlo. Verás, entre nosotros, los humanos comunes, convivimos con seres de sangre mágica… no es algo raro, sobre todo los hombres lobo.
—Entiendo que vivimos mezclados —respondí, algo confundida—. Pero ¿qué tiene que ver eso con mi bebé? ¿Está bien?
—Sí, sí, está bien —dijo, nerviosa—. Pero necesitaba contarte que algunas veces, ellos también donan… su sangre, su material genético. Aunque normalmente eso es reservado para otros como ellos, para mantener la pureza mágica. Revisando los archivos vi que se cometió un error... Pusieron una etiqueta con el nombre de un donante humano sobre la muestra de uno muy importante.
Me quedé helada.
—¿Me estás diciendo… que mi bebé es hijo de un hombre lobo?
—Sí, señorita. Y no de cualquiera… sino de uno de los licántropos más influyentes de la ciudad. Santiago Black.
Sentí que dejaba de respirar por un segundo. Entre todos los posibles donantes, tenía que ser él. Justo ese tipo…
—¿El soltero millonario? —murmuré.
—El mismo —confirmó la doctora—. Él pidió expresamente que su muestra no fuera usada sin su autorización. Pero al parecer hubo un error de etiquetado.
Suspiré profundamente. Lo más importante era que mi bebé estaba sano.
—Gracias por decirme la verdad, doctora —le respondí, esbozando una leve sonrisa.
Volví a mirar la pantalla. Justo en ese momento, la puerta de la consulta se abrió. La doctora se sobresaltó.
—¡Señor Black! ¿Qué hace aquí?
—Vine a conocer a mi cachorro —dijo él con voz grave, dejando escapar un leve gruñido.
Lo miré, sorprendida, y respondí con firmeza:
—Ese bebé es mío.
—Señor —intervino la doctora, visiblemente nerviosa—, el donante… era un hombre común… según la etiqueta.
Santiago entrecerró los ojos.
—Puedo oler a mi cachorro desde aquí. No intentes engañarme.
—¡No! Señor, por favor, yo jamás… —titubeó la doctora—. Lo que quise decir es que hubo un error. Pusieron otra etiqueta sobre la suya. La señorita… ella está esperando a su hijo.
Santiago se acercó con decisión.
—Me haré cargo. Daré todo el apoyo y cuidado que necesite.
—No hace falta —repliqué, molesta—. Yo puedo sola.
Lo último que quería era depender de él. Seguro me odiaba. Para él, yo era solo un error de laboratorio.
—¿Por qué dices eso? Ya dije que me haré cargo, y así será. Por eso te vienes conmigo.
—No iré contigo a ningún lado —le dije, conteniéndome.
Discutimos por unos minutos. Fue agotador. Pero después de pensar en el bienestar del bebé… cedí. Quizá, solo quizá, no era tan mala idea.
—Está bien —dije finalmente—. Por el bebé.
Santiago asintió.
—Entonces, vamos a casa con eso salimos para
La Mansión del Lobo
El auto era negro, elegante, silencioso. Santiago no dijo una palabra durante el trayecto. Yo tampoco. Solo miraba por la ventana, con las manos sobre mi vientre. Sentía cómo mi bebé se movía. Él estaba bien. Y eso era lo único que me importaba.
Pero no podía evitar preguntarme qué clase de vida me esperaba al lado de un hombre como Santiago Black.
Cuando el auto se detuvo, mis ojos se abrieron por completo. Ante mí se alzaba una enorme mansión, de estilo antiguo, imponente. Tenía jardines perfectamente cuidados, una fuente en el centro del patio de entrada y un par de estatuas de lobos en piedra que parecían observarte al pasar.
—Bienvenida —dijo Santiago con voz firme, abriéndome la puerta del auto—. Esta es tu casa ahora.
—Es… inmensa —fue lo único que pude decir al bajar.
—Tu hijo no tendrá carencias —añadió, serio—. Aquí estarás segura.
Entramos por una gran puerta doble. Todo olía a madera fina, cuero y una pizca de bosque. Una mezcla extraña… pero cálida.
—¿Vives solo aquí? —pregunté, sin poder evitarlo.
—Sí. Aunque los míos vienen seguido. Pero esta parte de la casa está reservada solo para mí… y ahora, para ustedes.
Me condujo hasta una habitación amplia, con una cama grande, ventanales enormes, y una cuna ya preparada en un rincón. Me giré sorprendida.
—¿Ya tenías esto listo?
—Nunca dejo nada al azar —respondió sin mirarme—. Y cuando supe que alguien había usado mi muestra sin permiso, investigué de inmediato.
—Entonces… ¿sabías de mí antes de llegar al consultorio?
—Desde ayer.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Y por qué viniste justo hoy?
—Porque hoy te vi en las cámaras del centro médico —dijo, como si fuera lo más normal del mundo—. Tengo ojos en todas partes.
Me crucé de brazos.
—Eso suena… bastante invasivo.
Por primera vez, me miró de frente. Sus ojos eran grises, profundos, intensos. No parecían de este mundo.
—Tal vez —dijo con calma—. Pero cuando se trata de proteger lo que es mío… no me detengo ante nada.
Tragué saliva. Aquel hombre no era solo poderoso. Era peligroso. Y ahora yo estaba en su territorio.
—Solo para que quede claro —dije, firme—. No soy tuya. Y no te necesito. Estoy aquí por el bebé. Nada más.
Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, casi desafiante.
—Ya veremos.