"¿Qué harías por salvar la vida de tu hijo? Mar Montiel, una madre desesperada, se enfrenta a esta pregunta cuando su hijo necesita un tratamiento costoso. Sin opciones, Mar toma una decisión desesperada: se convierte en la acompañante de un magnate.
Atrapada en un mundo de lujo y mentiras, Mar se enfrenta a sus propios sentimientos y deseos. El padre de su hijo reaparece, y Mar debe luchar contra los prejuicios y la hipocresía de la sociedad para encontrar el amor y la verdad.
Únete a mí en este viaje de emociones intensas, donde la madre más desesperada se convertirá en la mujer más fuerte. Una historia de amor prohibido, intriga y superación que te hará reflexionar sobre la fuerza de la maternidad y el poder del amor."
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Las jugarretas del destino...
Sobre las cuatro de la tarde, Santiago Lombardi se dirigió a la agencia. Kany lo recibió con una sonrisa profesional, cuidando cada palabra y cada movimiento. Sabía, por Willy, que aquel hombre era un cliente de alto perfil. No se arriesgaría a incomodarlo con una coquetería fuera de lugar.
—Buenas tardes, señor Lombardi —dijo Willy, levantándose con una sonrisa—. Tome asiento, es un placer tenerlo de nuevo aquí.
Santiago, con su porte elegante y mirada firme, tomó el documento que Willy le extendía. Lo leyó con atención, cada cláusula, cada cifra, cada palabra. Su expresión no revelaba emoción alguna, solo concentración y autoridad.
—Bien —dijo finalmente, con esa voz profunda, gutural y pausada que parecía un roce de terciopelo grave—. Esperaré a oír la opinión del abogado para proceder a firmar. Mientras tanto, llama a Luna. Quiero conocerla hoy mismo.
—Por supuesto, señor —respondió Willy—. ¿A dónde le digo que vaya?
—Al restaurante francés del centro —indicó Santiago con tono decidido—. La espero a las ocho y treinta. Recuérdale que sea puntual, no me gusta esperar. Y dile que vista de manera discreta… nada vulgar.
Willy asintió con rapidez. Apenas el empresario se marchó, tomó el teléfono y marcó el número de Mar.
—Mar, tienes tu primer cliente —le informó Willy—. Te espera en el restaurante francés central a las ocho y media, puntual. Lleva un atuendo acorde al lugar y la situación. Recuerda: tu seudónimo es Luna. A partir de ahora, solo te llamaré así.
Mar leyó el mensaje casi al instante. Un temblor recorrió su cuerpo. Los nervios la invadieron por completo. Justo ese día, su pequeño la necesitaba, y Kayla no podía cuidar a Jhosuat.
—Willy, no puedo ir hoy —dijo Mar, con la voz temblorosa—. Tengo un compromiso muy importante.
—Mar Montiel —respondió él con firmeza—, con este trabajo debes estar disponible cuando el cliente lo requiera. No es opcional. Ya firmaste el contrato. Si no quieres el trabajo, dímelo ahora, y buscaré otra chica que sí tenga la disposición y la necesidad.
Mar sintió un nudo en la garganta. No podía darse el lujo de rechazar esa oportunidad, no cuando su hijo dependía de ese dinero para vivir.
—Está bien… —murmuró con resignación—. Ahí estaré, puntual.
Willy sonrió con satisfacción. Luego, llamó a Santiago para confirmarle que Luna estaría a tiempo.
El abogado llegó minutos después y, tras revisar el documento sin encontrar irregularidades, Santiago firmó con un movimiento seguro.
—Haré que te envíen la cantidad acordada para la compañía —dijo Santiago—. Pero la de la chica… yo mismo se la entregaré.
La firmeza de su voz no admitía discusión. Willy solo asintió, sin imaginar las consecuencias que esa decisión tendría para Mar.
Esa noche, Mar eligió un vestido negro sencillo pero elegante. El corte, aunque discreto, realzaba su figura con natural delicadeza. Sus manos temblaban al maquillarse con tonos suaves y un labial color vino que contrastaba con su piel de porcelana.
Su reflejo en el espejo mostraba a una mujer hermosa, pero detrás de esa imagen había un torbellino de ansiedad, culpa y esperanza.
—Por ti, mi amor —susurró, mirando una foto de su hijo—. Todo esto es por ti.
A las 8:15 p.m., Santiago ya estaba en el restaurante. Había reservado un privado en el fondo, donde la luz tenue de las lámparas creaba un ambiente íntimo y sofisticado. El lugar olía a vino tinto, a mantequilla derretida y a trufa blanca.
Un cuarteto de cuerdas interpretaba una suave melodía francesa. Todo parecía diseñado para seducir los sentidos.
Santiago, impecable con su traje oscuro y el reloj de acero, hojeaba la carta sin real interés. La elegancia le era natural; el poder, innato.
Mar llegó con puntualidad, aunque sus pasos eran inseguros. El corazón le latía con fuerza mientras observaba las mesas de mármol, las copas de cristal, los camareros impecables. Nunca había estado en un lugar así.
El mesero la condujo hasta el privado, y al acercarse distinguió aquella figura imponente.
Santiago Lombardi.
El mismo hombre que había marcado su vida cinco años atrás.
Su respiración se entrecortó. ¿Sería posible que él no la recordara?
Reunió valor y saludó, apenas con un hilo de voz:
—Buenas noches, señor Lombardi.
Santiago levantó la mirada. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Frente a él estaba la mujer de las fotografías… pero mucho más hermosa. Su presencia lo desarmó, aunque en su rostro no se reflejó emoción alguna.
—Buenas noches, Luna. Siéntate —ordenó con tono grave, autoritario, y esa voz varonil que parecía rozar el alma.
Mar obedeció, conteniendo el temblor en sus manos. Sus ojos buscaron en los de él algún rastro de reconocimiento, una chispa de pasado, pero no halló nada. Solo frialdad.
—Cenaremos primero —dijo él, mirando la carta con calma—. Luego hablaremos de lo que nos interesa.
—Ah… claro —respondió Mar, decepcionada. Al parecer, él no la recordaba. Y con eso, también se desvanecían sus esperanzas.
Tomó la carta, pero no entendía ninguno de los nombres franceses que aparecían allí. Su mirada iba y venía entre los platillos sin decidirse. Santiago, que la observaba en silencio, notó su incomodidad.
—Ordenaré por los dos —dijo finalmente, sin levantar la vista.
Su voz sonó baja, pero firme, con ese tono que no dejaba espacio para objeciones. Mar solo asintió.
Minutos después, llegaron los platos: magret de canard con reducción de frutos rojos y risotto de hongos trufados, acompañados de vino tinto. El aroma era exquisito, pero ella apenas pudo probar bocado. Sentía un nudo en el estómago.
Comieron en silencio. Santiago la observaba de vez en cuando, tratando de descifrarla. Es bella… más de lo que imaginaba. Pero no debo olvidar quién es. Una acompañante de lujo… su inocencia debe ser parte del juego, pensó con desdén.
Ella, por su parte, lo miraba sin poder evitar recordar aquella noche, su voz, su piel, su partida. ¿Cómo podía él no recordarla?
Finalmente, Santiago rompió el silencio.
—Bien —dijo, limpiándose los labios con la servilleta—, lo primero que quiero que hagas es acompañarme en un viaje a Dinamarca. Allí te leeré el contrato y el tiempo que durará.
—¿Cuándo será el viaje? —preguntó Mar, tratando de mantener la calma.
—Este sábado —respondió él con indiferencia.
—¿Y cuándo regresamos?
—En quince días.
Mar sintió el corazón encogerse. La cirugía de su hijo sería el martes. No podía faltar.
—No puedo ir —dijo, intentando explicarse—. Tengo un asunto muy importante…
Pero él la interrumpió con frialdad.
—Luna, si no vas, no recibirás el pago que te corresponde por haber firmado con la agencia —dijo Santiago, con esa voz helada que podía quebrar el aire—. Y te diré esto solo una vez: tu vida personal no me interesa. Si quieres recibir el dinero pactado, deberás estar disponible para mí cuando lo requiera, sin importar la hora o el día. Esa cláusula estará en el contrato. Tómalo o déjalo. Pero si lo dejas, saldrás de aquí con las manos vacías.
Mar apretó los labios con rabia y desesperación. ¿Cómo podía ser tan cruel?
Su hijo… su pequeño… lo necesitaba.
Pero si se negaba, lo perdería todo.
Una lágrima amenazó con caer, pero logró contenerla. Respiró hondo y, con la voz quebrada, respondió:
—Está bien. Estaré lista el sábado para el viaje. Pero necesito ahora mismo mi parte del pago.
Santiago la observó con desdén.
Qué decepción, pensó. Otra mujer que vende su dignidad por dinero.
Una Fernanda más.
Su mandíbula se tensó mientras bebía un sorbo de vino, sin quitarle la mirada de encima.
Y sin saberlo, en ese instante, el destino unía de nuevo dos vidas marcadas por el amor, el dolor… y un secreto que estaba explotaría en el momento menos inesperado...