Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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Capitulo -13
Aquel día, Madeleine tuvo que salir antes del trabajo. Valentina se había quejado de un dolor en el estómago, así que la retiró de la escuela y regresaron a casa un poco más temprano de lo habitual.
Al llegar, a Madeleine le pareció escuchar voces, pero no les dio importancia. Mientras dejaba unas cosas en la cocina, Valentina fue directo a ver a Alan. Minutos después, la niña gritó llamándola: él estaba sangrando. Quizás se había despertado e intentó levantarse, pero aún estaba muy débil para sostenerse.
Después de atenderlo, Valentina se fue al cuarto a hacer una copia mientras le contaba a Alan sobre su día. Las voces se silenciaron, y Madeleine supuso que ella se había quedado dormida. Más tarde intentó despertarla para cenar, pero ella se negó, diciendo que no tenía hambre, así que se acostó junto a su hija a dormir.
A la mañana siguiente, la rutina se repitió. Madeleine se levantó, revisó a Alan —su herida seguía sanando, aunque muy lentamente— y despertó a su hija.
—Valentina, levántate, que tenemos que irnos.
—Ya voy, mami.
—Apúrate, ya es tarde. Desayunamos en el trabajo.
—Vale, vale…
Después de unos minutos, ambas salieron. El día pasó tan rápido que, cuando se dio cuenta, ya era hora de volver a casa. Pasó por la escuela a recoger a Valentina y regresaron caminando. Al llegar, un hombre las esperaba en la puerta.
Madeleine lo miró con desconfianza. No había solicitado ningún médico, así que su primer pensamiento fue proteger a quienes estaban bajo su techo. No sería la primera vez que un enemigo se infiltraba con la intención de terminar el trabajo.
—Buenas tardes, señorita —dijo el hombre con amabilidad—. El doctor que usted solicitó no pudo venir, así que me envió en su lugar.
—Buenas tardes. Permítame confirmar la información con él antes de dejarlo pasar.
—Claro, la espero.
Minutos después, tras asegurarse de que todo estaba en orden, Madeleine le permitió entrar.
—Pase, por favor. La persona que quiero que vea lleva 7 días sin despertar. Y sepa algo —dijo con tono serio—: si usted pronuncia una sola palabra sobre lo que ve aquí, alguien podría salir muy mal parado.
—No se preocupe. Nuestra prioridad es la confidencialidad del paciente —respondió él con firmeza.
—Revíselo, por favor.
El médico se acercó y examinó con cuidado al joven.
—Por lo que veo, el paciente está estable. ¿Usted misma curó las heridas?
—Sí, no soy una experta, pero tengo un curso básico de enfermería.
—Pues déjeme decirle que hizo un trabajo excelente. Las heridas fueron tratadas con precisión y mucha delicadeza. Pero lo preocupante es que no haya despertado aún. Le dejaré un medicamento que podría ayudar a inducir una respuesta en los próximos días. Es importante que despierte, al menos para iniciar movilización y descartar alguna lesión interna.
—Está bien. Muchas gracias. Valentina, acompáñalo a la puerta, por favor.
Mientras tanto, desde la distancia…
—Ya pasó una semana —dijo la mujer de ojos grises, desde lo alto de la colina, observando la casa—. Y sigue sin despertar.
—Está débil. No del cuerpo, sino del alma —respondió el hombre a su lado—. El rechazo de su tuacantante, sabiendo que era su alma destinada, fue lo que lo derrumbó. No le importó quién era él… y eso lo quebró.
—Ahora está cambiando. El vínculo se está rompiendo. Se está convirtiendo en humano.
—¿Lo dejamos con ella?
—No podemos intervenir aún. Si aparecemos como sus padres, no nos creerían. Nos vemos muy jóvenes.
—Entonces seguimos vigilando.
Dentro de la casa…
Valentina se quedó un momento en la puerta, mirando al doctor.
—Señor… ¿puedo preguntarle algo?