En el corazón vibrante de Corea del Sur, donde las luces de neón se mezclan con templos ancestrales y algoritmos invisibles controlan emociones, dos jóvenes se encuentran por accidente… o por destino.
Jiwoo Han, un hacker ético perseguido por una corporación tecnológica corrupta, vive entre sombras y códigos. Sora Kim, una apasionada estudiante de arquitectura y fotógrafa urbana, captura con su lente un secreto que podría cambiar el país. Unidos por el peligro y separados por verdades ocultas, se embarcan en una aventura que los lleva desde los callejones de Bukchon hasta los rascacielos de Songdo, pasando por trenes bala, mercados nocturnos, templos milenarios y festivales de linternas.
Entre persecuciones, traiciones, y escenas de amor que desafían la lógica, Jiwoo y Sora descubren que el mayor sistema a hackear es el del corazón. ¿Puede el amor sobrevivir cuando la memoria se borra y el deseo se convierte en código?
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Lenguaje de lo no dicho
Flashback
Biblioteca de la secundaria Daesan
Jiwoo tenía dieciséis años y el corazón lleno de algoritmos que nadie quería leer.
Sentado en la esquina más oscura de la biblioteca, rodeado de manuales de programación y cuadernos llenos de fórmulas, observaba a Sora desde lejos. Ella estaba en la sección de literatura coreana, hojeando un libro de poemas de Ko Un, con el cabello recogido en una trenza suelta y los labios curvados en una sonrisa que Jiwoo no podía decodificar.
—¿Por qué no le hablas? —susurró Haneul, su única amiga, mientras ajustaba su visor de lectura.
—Porque soy un error de compilación —respondió Jiwoo, sin levantar la vista.
Sora era brillante, cálida, espontánea. Jiwoo era meticuloso, introvertido, obsesionado con los sistemas. Mientras otros chicos practicaban deportes o grababan videos, él diseñaba simulaciones afectivas en su laptop, intentando entender por qué la gente decía “te extraño” cuando no había lógica en el apego.
Una vez, Sora se sentó junto a él por accidente. Le preguntó qué estaba escribiendo. Jiwoo tartamudeó. Le mostró una línea de código que simulaba tristeza inducida. Ella lo miró con curiosidad.
—¿Y esto… siente por ti?
Jiwoo no supo qué responder. Solo sonrió. Y esa sonrisa fue suficiente para que Sora le regalara una hoja con un verso escrito a mano:
"A veces, el silencio también quiere decir, te veo."
Jiwoo guardó esa hoja como si fuera un archivo sagrado.
Pero nunca se atrevió a decirle lo que sentía.
*
Patio trasero, día del festival escolar*
El sol caía sobre los toldos de colores. Los estudiantes reían, bailaban, grababan videos. Jiwoo estaba detrás del escenario, ajustando el sistema de sonido, ignorado por todos. Hasta que escuchó el anuncio:
—¡Y el ganador del reto de canto es Minho Park! ¡Y su premio: una cita con Sora Kim!
La multitud estalló en aplausos. Jiwoo se congeló.
Minho era el chico popular. Capitán del equipo de Baloncesto. Hijo de un ejecutivo de Daesan. Sora subió al escenario, sonrojada, y aceptó el premio con una sonrisa tímida. Jiwoo sintió que el mundo se comprimía en una línea de error.
Esa noche, en su habitación, abrió su laptop. Creó un archivo nuevo. Lo llamó: SORA_01.EXE
Comenzó a escribir.
No poesía. No cartas. Código.
Simulaciones de apego. Algoritmos de respuesta emocional. Parámetros de atracción, culpa, deseo. Era el único lenguaje que entendía. El único que no lo juzgaba por ser raro, por ser nerd, por sentir demasiado sin saber cómo decirlo.
Cada línea era una confesión disfrazada de función.
Cada variable, una emoción que no podía pronunciar.
Y en el núcleo del programa, escribió:
IF (Sora == feliz) THEN (Jiwoo = invisible)
*ELSE (Jiwoo = error)
Laboratorio de Daesan Tech, un año después*
Jiwoo tenía diecisiete años y un acceso especial al laboratorio de su abuelo.
Kang Minjae lo observaba desde la sala de control, orgulloso de su nieto prodigio. Jiwoo había creado el primer prototipo del sistema Namsan: un algoritmo capaz de inducir emociones en usuarios conectados. Lo presentó como una herramienta terapéutica. Pero en su corazón, era otra cosa.
Era una carta de amor disfrazada de innovación.
—¿Y cuál fue tu motivación? —preguntó su abuelo.
Jiwoo dudó. Luego respondió:
—Quería que alguien sintiera lo que yo no podía decir.
Kang Minjae sonrió.
—Entonces vamos a enseñarle al mundo cómo se siente.
Jiwoo no respondió. Solo miró la simulación en pantalla: una réplica emocional de Sora, diseñada a partir de sus patrones de interacción, sus gestos, sus palabras. No era ella. Pero era lo más cerca que Jiwoo había estado de decirle “te amo”.
Y así nació el sistema.
No como arma.
Como súplica.
