Enzo Y Lori

Lori se quedó hundida en la banca de madera y metal del parque, una isla de dolor en medio de la tarde. El vacío que Enzo había dejado no era solo la ausencia de su presencia, sino la pérdida de una amistad que creía eterna. Las lágrimas caían sin control por sus mejillas, trazando surcos. Se sentía rota, como una de sus pinturas imperfectas que, frustrada, terminaba borrando con la esperanza vana de poder empezar de nuevo.

Lo había perdido todo: su sueño de una carrera brillante en la gimnasia, su sólida amistad con Enzo y, por último, la esperanza de alcanzar el corazón de la persona que amaba. La traición de Enzo al no creerle, al elegir la mentira de Irina, se sentía como una herida autoinfligida.

—¿Estás bien, Lori? —preguntó una voz suave, familiar, que la sacó de su abismo de dolor.

Levantó la vista, encontrándose con Ron. Su sonrisa amable se notaba forzada por la preocupación, pero sus ojos sinceros la miraban con una compasión tan profunda que Lori tuvo que girar la cabeza. El amor hacia Enzo era un muro inquebrantable, pero eso no disminuía la preocupación genuina que sentía por ella, una preocupación que lo llevó a acercarse pese al peligro.

Lori solo pudo negar con la cabeza, incapaz de articular palabra, su garganta anudada por el llanto. Ron se sentó a su lado en silencio, emanando esa paz que solo la verdadera amistad puede ofrecer, Ron le ofreció un pañuelo de tela. No hizo preguntas, simplemente le dio el permiso silencioso de desmoronarse. La presencia de Ron siempre era un consuelo, una caricia suave para la herida sangrante que normalmente Enzo causaba.

—Él no te merece —susurró Ron después de un rato, su voz densa de empatía y frustración—. No merece tu amistad, no merece tu lealtad. Ni tu amor, Lori.

Lori no respondió, sabía que Ron tenía razón, pero su corazón, testarudo, se negaba a aceptarlo. Se sentía más sola que nunca, el único consuelo que le quedaba era la presencia de Ron, un amigo que siempre la había querido en silencio, y que ahora se convertía en su apoyo incondicional en medio de su dolor.

—Llorar está bien, pero no te quedes aquí, Lori —dijo Ron, poniéndose de pie y extendiéndole la mano—. Vamos a caminar, solo un rato, necesitamos aire fresco, ¿qué dices?

Lori dudó, sintiendo el peso de su cuerpo exhausto.

—No tengo fuerzas, Ron... —logró decir.

— ¿Ni siquiera por lo harías por mi?. Solo diez minutos —insistió Ron, su tono era firme pero suave, su mano seguía extendida—. Si al final quieres volver, volvemos. Pero no dejes que el dolor te paralice en este banco.

Lori finalmente aceptó la mano, permitiendo que la ayudara a levantarse. Ambos comenzaron a caminar lentamente por un sendero arbolado del parque, el silencio envolviéndolos como un escudo.

—Me siento como una fracasada, Ron —confesó Lori en voz baja, mirando sus pies al caminar.

—Jamás digas eso. No eres una fracasada.

—Lo soy. Lo perdí todo, ¿sabes? Mi futuro estaba escrito en la gimnasia, y lo arruiné. Lo perdí por una estúpida fractura que tardó siglos en sanar. La recuperación fue un infierno.

Se detuvo bajo un gran roble, las palabras brotando sin control, una verdad que había guardado por años, incluso de Enzo.

—No fue solo la fractura. Fueron las horas de entrenamiento, el dolor que tenía que ignorar en cada giro. Las competencias... eran una presión que te destroza el alma. No puedes fallar. No debes fallar —dijo, la voz cargada de un dolor antiguo y profundo—. Y cuando me caí... Tenía una lesión que debí cuidar pero fuí descuidada, me fracturé la tibia al final... el dolor no fue solo físico, Ron. Fue el sonido de mi sueño rompiéndose. La rodilla se torció, sentí un chasquido, un chasquido grande, Ron, como si me rompieran un cristal dentro del cuerpo.

Sus ojos se llenaron de un horror revivido.

—Pasé meses en el sofá, meses. Viendo a las otras chicas avanzar, compitiendo por mí. Intenté volver, lo juro, hice fisioterapia hasta el agotamiento, pero ya no era lo mismo. El dolor en mi pierna... era constante. Y el miedo a volver a fallar era peor. Era un miedo tan grande que me paralizaba en el potro. Así que lo dejé. Renuncié, fue mi culpa...

Ron escuchó todo en silencio, con una solemnidad absoluta. Cuando Lori terminó, simplemente la atrajo con un brazo a su costado.

—Ese no es el sonido de un fracaso, Lori. Es el sonido de la supervivencia —le dijo, sosteniéndola firmemente—. Te fracturaste, literalmente, tratando de alcanzar la excelencia. El dolor que pasaste fue real, y lo superaste. Tuviste la valentía de dejar ir algo que te estaba destruyendo para poder empezar a construir algo nuevo. Eso no te hace una fracasada. Te hace increíblemente fuerte.

Lori se apoyó en él por un momento, permitiendo que sus palabras sanaran un poco de la vieja herida. El sol se filtraba por las hojas, proyectando manchas doradas a sus pies.

—Enzo ni siquiera sabe que fui gimnasta. —murmuró Lori.

—Es porque Enzo, es Enzo.

Y a veces, solo ve lo que quiere ver. Yo te veo, Lori. Te veo de verdad —afirmó Ron con absoluta convicción, y luego, con un cambio de tono rápido, regresó al presente, su mente práctica tomando el control—. Ahora, ya que estás conmigo y lejos de ese banco, mañana quiero verte con la cabeza en alto. Ni una sola lágrima para quien no lo merece. ¿De acuerdo?

Lori se secó las lágrimas, asintiendo lentamente. La caminata había sido más que un ejercicio físico; había sido un ejercicio de catarsis. Ron, en verdad parecía un ángel sacado de un cuento mágico.