Laura Díaz y Felipe Núñez parecen tenerlo todo: un matrimonio de cinco años, la riqueza y el prestigio que él ha construido como empresario. A los ojos de todos, son la pareja perfecta. Sin embargo, detrás de la fachada, su amor se tambalea. La incapacidad de Laura para quedar embarazada ha creado una fisura en su relación.
Felipe le asegura que no hay nada de qué preocuparse, que su sueño de ser padres se hará realidad. Pero mientras sus palabras intentan calmar, la tensión crece. El silencio de una cuna vacía amenaza con convertirse en el eco que destruya su matrimonio, revelando si su amor es tan sólido como creían o si solo era parte del perfecto decorado que han construido.
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Capitulo XXI La furia de un perdedor
Punto de vista de Felipe
Estaba furioso. La noticia del embarazo de Laura había inundado las redes, con todos felicitándolos por la dicha de una nueva vida. No podía creerlo. Damián se había salido con la suya, haciendo que la alta sociedad, mi círculo, pensara que Laura, mi exesposa, era una mujer fértil y que yo solo era un mediocre que no pude construir una familia con mi legítima esposa. Ahora, estaba seguro de que esa mujer me había engañado todo este tiempo. Se había cuidado a mis espaldas y, por eso, nunca me dio el heredero que tanto le pedí. Esta traición no se la dejaría pasar. Laura pagaría caro haberme engañado, y lo haría con la vida de su hijo.
—¿Qué vamos a hacer? No podemos dejar que Laura tenga ese bebé —le dije a mi padre. Mi voz era una mezcla de ira y desesperación.
—No te preocupes. Tengo un plan. El bebé no nacerá —respondió Federico, su voz tan fría como la mía.
El plan era sencillo: un "accidente" en el que Laura perdería el bebé. Un golpe bajo, pero efectivo. Sin embargo, Damián no era un hombre tonto. Lo sabía. Él sabía que mi padre y yo no nos quedaríamos de brazos cruzados. Contrató a más guardias y la protegió de todas las formas posibles.
—Tenemos que hacer algo definitivo para sacar a Damián de nuestro camino. Ese hombre no se quedará con nuestra empresa —dije, con mi voz cargada de odio.
—Cuando pierda a su nueva familia, quedará desestabilizado y podremos atacar —comentó mi padre con seguridad.
—Así es. Solo debemos buscar la manera de que Laura quede sola. Damián es muy desconfiado, y estoy seguro de que si sospecha de ella, la alejará de su vida.
Los días siguientes fueron un verdadero desafío. No había manera de llegar a Laura. Damián la había protegido sin escatimar gastos. La casa en la que vivían era una verdadera fortaleza. Las cosas no eran tan simples como las había imaginado.
La frustración me estaba ganando. No podía acercarme a Laura, no podía lastimarla. Me sentía atrapado en un callejón sin salida, atrapado en mi propia trampa. Y la idea de que Damián ganara, me estaba consumiendo.
Dejé lo que estaba haciendo y fui a mi casa. Necesitaba descargar la tensión que tenía con Melissa. Al menos para eso me servía la tonta esa. Aunque ya se le había empezado a notar el embarazo y, la verdad, ya no me provocaba mucho.
Llegué a la casa y la busqué. La encontré en el jardín. Sin mediar palabras, la arrastré a la habitación. Ella se negaba a cumplir con su papel de esposa. Decía que se sentía mal, pero yo sabía que eran solo pretextos para no estar conmigo. La noche fue larga y cargada de pasión.
A la mañana siguiente, desperté con los primeros rayos del sol. El llanto de ella me atrajo hasta el baño. Abrí la puerta, cansado de su estupidez, pero la escena frente a mí me dejó pasmado. Melissa estaba en medio de un charco rojo. Lloraba y se quejaba, tirada en el piso.
Rápidamente, llamé a una ambulancia que la trasladó a la clínica. "Esta vez se me pasó la mano", pensé. Mis padres llegaron en cuestión de minutos. Sus caras mostraron que no estaban felices con lo que estaba sucediendo.
—¿Qué fue lo que le hiciste a tu esposa? —preguntó mi padre, su voz resonando en mis oídos.
—No le hice nada. Ella amaneció así —mentí. Además, no sabía si lo de la noche anterior la había puesto en peligro.
—Más te vale que no le haya pasado nada a mi nieto. Sabes muy bien que ese niño es el que garantiza que la fortuna del abuelo pase a nuestras manos.
—Lo sé, mamá. Sé que si en un año no tengo un hijo, todo ese dinero se irá a fundaciones benéficas.
La desesperación se apoderó de mí. Ese niño que esperaba Melissa era mi tabla de salvación, y ahora que estaba en peligro, el miedo me invadía.
El doctor salió poco tiempo después, se veía cansado y temí lo peor.
—Señor Núñez, hemos logrado estabilizar a la señora. Ella estuvo a punto de perder al bebé. Hemos logrado que se mantenga el embarazo, pero aún tiene riesgos. Un consejo: debe tener cuidado. Ella no está en condiciones de mantener intimidad con usted y menos de manera brusca.
Cuando me quedé a solas con mis padres, me recriminaron. Sus palabras no me ofendían, ya que yo solo quería que ella cumpliera con su papel. Sabiendo que el niño estaba bien, salí a fumar un cigarrillo. Estaba estresado y necesitaba desahogarme.
En el pasillo, vi a Laura. Venía muy feliz, tomada de la mano de Damián. Parecían una pareja de enamorados, y eso me hizo hervir la sangre.
—Felicitaciones por tu embarazo —dije, cuando estuvimos frente a frente.
—Gracias —respondió Damián, con una sonrisa triunfal. Laura solo me ignoró.
—Entonces, lo que pensaba de ti era cierto. Nunca quisiste un hijo mío y por eso te cuidabas. Claro, el apellido Miller es mucho más poderoso. —Cada palabra mía estaba cargada de odio.
—Señor Núñez, siga su camino y deje de molestar a mi esposa. —Esas últimas palabras de Damián las lanzó con especial énfasis. Era obvio que quería recalcar que ahora era dueño de Laura.
—Amor, sigamos nuestro camino y no perdamos tiempo con personas que no lo valen —Laura le habló dulcemente a Damián, quien en cuestión de segundos cambió su mirada fría, volviéndose en una ternura que me asqueaba.
Ellos se alejaron de mí, iban camino a obstetricia. —Entonces es cierto que estás embarazada —susurré, apretando los dientes y llenándome aún más de odio.
continúe mi camino furioso, Laura no se saldría con la suya, si me hubiera dado el hijo que tanto le pedí nuestra historia fuera otra, pero no ella tenía que engañarme y ahora pagará las consecuencias.