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Nuestro Desastre Perfecto

Nuestro Desastre Perfecto

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Amor eterno / Completas
Popularitas:837
Nilai: 5
nombre de autor: HopeVelez

🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.

Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.

Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.

Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.

Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.

✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.

NovelToon tiene autorización de HopeVelez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 10 – Encerrados

Todo comenzó con una puerta caprichosa.

La misma puerta del baño que llevaba semanas trabandose.

Lucía entró a toda prisa, porque Carla estaba a punto de usarla. Diego, en ese momento, quiso recoger algo del armario justo al lado y… ¡clac! La puerta cedió de golpe, lo empujó y, en un segundo, estaban los dos dentro, con la cerradura atascada.

—Genial —murmuró Lucía, cruzándose de brazos—. Estoy atrapada en el baño contigo. Mi vida entera ha sido una preparación para este glorioso momento.

—Tranquila, soy un compañero de encierro excelente —dijo Diego, sentándose en la tapa del inodoro como si fuera un trono—. Puedo contar chistes hasta que llegue la ayuda.

Lucía rodó los ojos.

—Prefiero morir asfixiada.

Pasaron cinco minutos en silencio. Luego diez. La incomodidad flotaba en el aire junto con el olor a ambientador barato de vainilla. La luz fluorescente zumbaba, reflejándose en los azulejos impecables que repentinamente le parecían demasiado íntimos.

Diego se apoyó con los codos en las rodillas, mirándola con una mezcla de desafío y complicidad.

—Bueno, ya que vamos a morir aquí, confesemos un secreto cada uno.

—¿Perdón?

—Vamos, Lucía. ¿Nunca jugaste a “verdad o reto”? —Él sonrió con picardía—. Empiezo yo. Una vez me colé en el zoo de noche porque quería ver a los pingüinos.

Lucía arqueó una ceja.

—Eso es ridículamente infantil.

—Tu turno.

Ella dudó, barajando entre algo gracioso y algo íntimo. Al final dijo, más para evitar quedarse sin palabras que por valentía:

—A veces… colecciono tazas. De cada sitio al que voy. Pero las escondo porque me da vergüenza.

Diego la miró con auténtica sorpresa, como si hubiera abierto una puerta nueva dentro de ella.

—Eso no es ridículo, es adorable.

El halago la desarmó. Lucía se sonrojó y apartó la mirada. El pequeño recipiente de su propio secreto la hacía sentir sorprendentemente expuesta, pero de una forma dulce y no amenazante.

—Vale —dijo Diego, bajando un poco la voz—. Yo... a veces sueño con dejarlo todo y hacer una gira con una banda que todavía no tengo. Pero lo digo en voz baja porque mi madre insiste en que "eso no paga facturas".

Ambos rieron, por la mezcla de sinceridad y absurdo. La risa rompió por un momento el encierro; la claustrofobia se volvió confidencia.

Mientras contaban pequeñas rarezas, la distancia entre ellos se hizo menos exacta: se inclinaban, se movían sin notarlo, las rodillas se rozaban y las manos pasaban por debajo del radio de luz sin dramática intención. Hubo un instante en que los ojos de Diego buscaron los de Lucía con una urgencia apagada, y ella sintió esa electricidad tranquila que había ido acumulándose en su pecho durante semanas.

De pronto, alguien golpeó la puerta desde fuera. Era Javi.

—¿Estáis bien ahí dentro? He oído ruidos raros.

—¡Estamos atrapados! —gritó Lucía, aliviada y a la vez renuente a perder aquel sitio pequeño donde, por primera vez, se sentía un poco menos a la defensiva.

—Vale, pero… ¿seguro que queréis salir? —dijo Javi con tono burlón—. Porque suena como la escena de una peli romántica barata.

Lucía y Diego se miraron, demasiado cerca, y estallaron en carcajadas que retumbaron un poco contra los azulejos. La risa disipó la tensión y dejó paso a algo más ligero: compañeros de piso que pasaban de la ironía a la complicidad en segundos.

—Cuando salgamos, lo mato —dijo Lucía entre risas, dándole a la puerta dos golpes dramáticos.

Diego, aún sentado en su trono improvisado, la miro con una sonrisa que ya no era solo de desafío.

—Primero salgamos. Luego vemos si sobrevivimos el uno al otro.

Mientras Javi forcejeaba con la cerradura desde fuera —ruidos de herramientas improvisadas, un "¡casi!" y varios juramentos— Lucía recogió el borde de su camiseta y lo retocó con manos que temblaban un poco menos que antes. Se dió cuenta de que, encerrados ahí, habían compartido algo que no habría surgido en la cocina o en el pasillo: pequeños fragmentos de verdad que pegaban como vendas.

Cuando por fin la puerta cedió y la luz del pasillo les golpeó los ojos, la normalidad regresó con su ruido habitual: risas ajenas, el sonido de la ducha encendiéndose en otra casa, el mundo volviendo a su ritmo. Salieron en fila, medio adorables, medio avergonzados, y Javi los recibió con un aplauso irónico.

Carla, al verlos, solo comento:

—¿Historia de amor en el baño? Vaya glamour tenéis.

Lucía negó con la cabeza, pero por dentro algo había cambiado: encerrada en ese cuarto pequeño, entre confesiones tontas y silencios de agua, había descubierto que la proximidad no siempre es una amenaza. A veces era simplemente una oportunidad.

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