Una Luna Para El Alfa

En cuanto Lyra llegó a la manada Blackwood, fue recibida con los brazos abiertos por su padre, Magnus. A pesar de los rumores que resonaban en cada rincón del territorio, las miradas que se alzaban curiosas o dudosas, Magnus no se dejó llevar por las habladurías. En su lugar, cuando vio a Lyra, su corazón se llenó de amor y de alivio. No había nada en el mundo que pudiera interponerse entre él y su hija, y verla regresar, aunque herida, fue suficiente para saber que no la dejaría caer de nuevo.

—Mi pequeña —dijo mientras la envolvía en un abrazo cálido, ignorando las voces que comenzaban a murmurar sobre el regreso de la joven loba—. Sufriste por ese sinvergüenza.

Lyra, que había creído su corazón destrozado y su espíritu roto, sintió que sus ojos se humedecían. Sabía que su padre nunca le daría la espalda, pero escuchar su voz llena de compasión y orgullo la hizo recordar que aún había algo bueno en su vida.

—No te preocupes, padre. Lucian pagará muy caro lo que ha hecho. Porque el día que morí fue también el día en que volví a vivir. Y ahora… ahora viviré de una forma distinta, adecuada para alguien como yo.

Magnus la miró con los ojos brillantes, una mezcla de alegría y tristeza reflejándose en su mirada. Había soñado tantas veces que su hija encontraría un compañero que le diera la felicidad que él deseaba para ella, pero jamás imaginó que la Diosa Luna le emparejaría con un alfa sin corazón.

—Tranquila, cariño. Yo me encargaré de él. Haré que se arrepienta de haberte lastimado —dijo Magnus, con un tono tan severo que no dejaba lugar a dudas.

Pero Lyra negó con la cabeza, manteniendo la calma.

—Por supuesto que no, padre. El error fue mío, y yo me encargaré de enmendarlo. Además, tú tienes una responsabilidad hacia nuestra gente, y no puedes romper las reglas. Pero yo… yo no soy alfa de ninguna manada. La culpa recaerá solo en mí.

Magnus la observó en silencio, procesando sus palabras. A pesar de que le dolía, sabía que ella tenía razón. Su deber como alfa era proteger a su manada, y Lyra estaba dispuesta a asumir las consecuencias de sus actos. Suspiró, tratando de aceptar que su pequeña no era tan indefensa como él creía.

—Mandaremos a alguien, Lyra. Pero tú no te arriesgarás. Esa es mi decisión —sentenció Magnus con firmeza.

Lyra entrecerró los ojos, asintiendo en aparente acuerdo, aunque en el fondo sabía que su corazón no la dejaría mantenerse al margen. Después de unos segundos, se armó de valor para hacer otra petición.

—Padre… quiero entrenar como cualquier lobo.

Magnus la miró sorprendido. Durante un instante, no supo si había oído bien.

—¿Qué estás diciendo? —murmuró, su rostro mostrando una mezcla de incredulidad y desagrado—. No, me niego. Tú no eres cualquier lobo. Eres mi hija.

Lyra suspiró, sabiendo que su padre podía ser increíblemente terco cuando se trataba de ella. Aun así, debía intentarlo.

—Padre, mírame. Necesito fortalecerme y aprender a defenderme. A pesar de que recibí a mi loba antes que la mayoría, la Diosa Luna no me otorgó ningún don especial. ¿Cómo podré protegerme sin ayuda?

Magnus la miró por un largo momento antes de ponerse de pie y cerrar la puerta del despacho, asegurándose de que nadie más pudiera escuchar.

—Tienes que ser muy cautelosa, Lyra —dijo en voz baja—. Me he encargado de que nadie sepa que no tienes un don, así que sería mejor que mantuviéramos ese secreto.

—Precisamente, padre. El día que necesite defenderme, no quiero quedar en ridículo. Al menos permíteme aprender a pelear —le rogó.

Magnus suspiró profundamente. Sabía que era imposible disuadirla cuando Lyra se proponía algo. Finalmente, asintió, aceptando su petición.

—Bien… hazlo, entonces. Pero ten mucho cuidado.

Los días en la manada comenzaron a pasar rápidamente. Nessa, que también se había integrado a la manada Blackwood, se había ganado el respeto de los miembros de la manada gracias a su labor incansable como asistente de la curandera. Su carácter franco y su entusiasmo la hicieron querida por todos. Los lobos que al principio la veían como una extranjera pronto la recibieron como parte de la comunidad, y ella se sintió más en casa que nunca.

Por otro lado, Lyra dedicaba cada momento libre a entrenar, decidida a mejorar su fuerza y sus habilidades. Bajo la supervisión de Roderic, un experimentado lobo guerrero, Lyra se enfrentó a un entrenamiento arduo, que ponía a prueba tanto su resistencia física como su fuerza de voluntad. Roderic, que al principio subestimaba la capacidad de la joven, pronto se dio cuenta de que su alumna no solo aprendía rápido, sino que poseía una determinación inquebrantable.

—No esperaba que alguien como tú tuviera tantas agallas —dijo Roderic una mañana, tras una sesión particularmente intensa.

Lyra, jadeando mientras intentaba recuperar el aliento, solo sonrió de lado.

—Supongo que he pasado demasiado tiempo siendo vista como alguien débil. No voy a permitir que eso continúe.

Con cada golpe y cada caída, Lyra se hacía más fuerte, su cuerpo endureciéndose y adaptándose a la disciplina del combate. Con el tiempo, otros lobos de la manada comenzaron a notar su progreso, y las miradas de duda se transformaron en respeto. La hija de Magnus Blackwood no era una simple heredera, sino una guerrera en formación.

Entre las personas que más la apoyaban estaba su amiga Nessa, quien la observaba entrenar y, a veces, le daba palabras de aliento.

—No sé cómo aguantas, Lyra —comentó Nessa un día, riéndose—. Yo habría caído en la primera ronda.

Lyra le devolvió la sonrisa, sintiendo el dolor en sus músculos y en sus heridas.

—No es fácil, pero si me he de enfrentar a Lucian, entonces debo estar preparada. No puedo dejar que la próxima vez él tenga la ventaja.

Nessa la miró con admiración y orgullo, como si comprendiera que Lyra había renacido de las cenizas del dolor y de la humillación. Sabía que su amiga no solo estaba entrenando para pelear físicamente, sino para sanar las cicatrices que Lucian había dejado en su alma.

Los días transcurrieron, y con cada uno de ellos, Lyra se sentía más fuerte, más segura de sí misma. Su padre, aunque preocupado, no podía evitar sentirse orgulloso. La pequeña loba que alguna vez había protegido con celo se estaba convirtiendo en una mujer poderosa, dispuesta a enfrentar a cualquiera que la desafiara. Y mientras tanto, los rumores sobre el regreso de la hija de Magnus Blackwood se esparcieron como fuego por las manadas vecinas, creando una mezcla de temor y expectativa.

Magnus observaba a su hija desde la distancia, su corazón dividido entre el amor y el orgullo. Sabía que, al final, no importaba cuánto quisiera protegerla; Lyra estaba destinada a ser mucho más de lo que él alguna vez soñó para ella.