En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
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Una carta
Cuando sus ojos se encontraron, los de él mostraban sorpresa y los de ella dolor. En ese momento, Ancipiti se derrumbó frente a él y estalló en llanto. Robert rápidamente se levantó y se dirigió hacia ella. Al acercarse, vio que tenía sangre en el rostro y en su ropa, sorprendido, le preguntó qué había pasado.
Ancipiti comenzó a contar una historia en la cual un trabajador había intentado abusar de ella. Al querer librarse de él, lo apuñaló y salió corriendo. Cuando Robert logro calmarla entró Michel.
—¡Señor, ella lo sabe tod…! —Sus ojos se abrieron al encontrar a Ancipiti sentada en el sillón mientras tomaba té.
—¿Quién rayos te crees para entrar sin mi permiso? ¿Y cómo osas mostrar tu cara después de lo que le sucedió a la dueña de este lugar? —dijo Robert mientras lanzaba un vaso de vidrio que se estrelló contra la pared.
Miche see derrumbó y con la voz temblorosa, intentó dar una explicación de lo que había pasado, pero Robert estaba demasiado furioso como para escucharla.
Robert dio la orden de mandar a matar al trabajador que intentó abusar de Ancipiti y Michel fue despedida.
Ancipiti se quedó en la oficina de Robert, su mente un torbellino de pensamientos. La mentira que había contado la había salvado por ahora, pero sabía que no podía seguir así. Necesitaba encontrar una manera de liberarse de Robert de una vez por todas.
Mientras Robert daba órdenes para deshacerse del trabajador, Ancipiti aprovechó la oportunidad para buscar en su escritorio. Sus manos temblaban mientras revisaba los cajones, encontrando documentos y una carta que revelaban más sobre el oscuro pasado de Robert y su obsesión con ella.
De repente, escuchó pasos acercándose. Logro guardar la carta en su pecho y cerró rápidamente el cajón y se giró justo cuando Robert entraba de nuevo en la oficina.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él, con una mirada sospechosa.
—Nada, solo… solo estaba pensando en lo que pasó —respondió Ancipiti, tratando de mantener la calma.
Robert la observó por un momento antes de asentir.
—Está bien. Pero recuerda, no puedes confiar en nadie aquí. Excepto en mí.
Ancipiti asintió, pero en su interior sabía que tenía que encontrar una manera de escapar. Y ahora, con la información que había encontrado, tenía una nueva esperanza o eso esperaba.
—Amo… amor, creo que voy a ir a descansar —dijo ella, con prisa de salir del lugar para poder saber qué contenía esa carta, cuál era su secreto.
—Claro, puedes retirarte —dijo él, alzando la mirada y volviendo a trabajar.
—Gracias —dijo ella, dando la vuelta y dirigiéndose rápidamente a la puerta. Cuando llegó y abrió la puerta, Robert la detuvo sosteniéndola del hombro.
—Espera, vamos a merendar juntos, así que ponte guapa —le dio un beso en la frente.
—Está bien —lo miró a los ojos y le dio un abrazo.
Ella era capaz de hacer cualquier cosa para cumplir con su plan. Caminó hacia su habitación, arrastró una silla hacia la puerta para atrancarla. En su mesa colocó la carta; sus manos temblaban y sus pupilas se dilataban cada vez más.
Tomó la carta y la abrió con delicadeza. El papel estaba desgastado, se notaba que era muy viejo. Ancipiti se detuvo un momento, mirando la carta en sus manos.
— ¿Por qué siento que ya he leído esto antes? - murmuró, frunciendo el ceño.
Comenzó a leer minuciosamente; cada cosa que estaba ahí era cada vez más sorprendente. Pero era muy extraño, ya que le daba un sentimiento familiar.
“Querido hermano,
Espero que al recibir esta carta te encuentres bien. Es difícil para mí escribir estas palabras, pero siento que ya no puedo seguir guardando todo esto dentro de mí. Estoy pasando por una situación muy difícil y necesito que sepas lo que está ocurriendo.
La vida ha sido muy dura últimamente. Cada día parece una batalla interminable y, aunque he intentado mantenerme fuerte, siento que mis fuerzas se están agotando. Las responsabilidades, las preocupaciones y el dolor se han acumulado hasta un punto en el que ya no puedo soportarlo más. He intentado encontrar soluciones, buscar ayuda y mantener una actitud positiva, pero nada parece funcionar.
Lo más difícil de todo esto es pensar en mi hija. Ella es mi luz, mi razón de ser, amo sus hermosos ojos azul obscuro y me duele profundamente saber que no puedo darle la vida que se merece. He hecho todo lo posible por protegerla y asegurarme de que esté bien, pero siento que estoy fallando. No quiero que crezca en un ambiente lleno de tristeza y desesperación.
Es por eso que te escribo, hermano. Necesito pedirte un favor que me rompe el corazón, pero sé que es lo mejor para ella. Te pido que cuides de mi hija. Sé que la amas tanto como yo y que harás todo lo posible por darle una vida feliz y segura. Ella necesita estabilidad, amor y alguien que pueda estar ahí para ella en todo momento, y sé que tú eres esa persona.
Por favor, cuídala como si fuera tu propia hija. Enséñale a ser fuerte, a ser valiente y a nunca perder la esperanza. Dile que la amo con todo mi corazón y que siempre estaré con ella, aunque no físicamente. Quiero que crezca sabiendo que es amada y que tiene un futuro brillante por delante.
No sé qué me depara el futuro, pero quiero que sepas que siempre estaré agradecida por todo lo que has hecho por mí y por mi hija. Eres el mejor hermano que podría haber pedido y confío en ti con todo mi ser.
Gracias por estar ahí, por ser mi apoyo y por cuidar de mi hija. Te quiero mucho.
Con todo mi amor,
Tu hermana
Isabella Martínez”
Los ojos de Ancipiti se dilataron al leer el nombre de la dueña de la carta, era su madre. Revisó con rapidez la fecha y efectivamente fue enviado un año antes de su muerte.
—Así que ella sentía eso. ¿Pero por qué él tenía esta carta?