El Horizonte de Nosotros es una cautivadora historia que explora las complejidades del amor y la identidad. Chris, un joven profesor de cosmología, vive atrapado en un conflicto interno: su homosexualidad reprimida choca con los rígidos prejuicios impuestos por sus creencias religiosas. Su vida dará un giro inesperado cuando conozca a Adrián, un hombre carismático y extrovertido que, a pesar de ser padre de un niño pequeño, descubre en Chris algo que lo atrae profundamente.
En este encuentro de mundos opuestos, ambos se verán enfrentados a sus propios miedos y deseos. ¿Podrá Chris superar sus barreras internas y abrirse al amor que le ofrece Adrián, o será consumido por la culpa y la autonegación, conduciendo a su autodestrucción?
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Dulce mermelada
Chris y Valeria se habían vuelto amigos inseparables con el tiempo. A pesar de sus diferencias, habían encontrado en sus conversaciones un refugio mutuo. Frecuentemente, Chris hablaba de Adrian, mencionando su carisma, su sentido del humor y cómo parecía iluminar cualquier espacio con su presencia. Valeria escuchaba con paciencia y una sonrisa que escondía su observación aguda.
Una tarde, mientras merendaban en una cafetería cerca de la facultad, Chris interrumpió la charla para anunciar:
—Ya pronto comienzan las clases. Espero que este semestre no sea tan agitado como el anterior.
En ese momento, la puerta de la cafetería se abrió, y Valeria vio cómo los ojos de Chris se iluminaban sutilmente al reconocer a Adrian entrando con una bolsa en la mano. Adrian se acercó a la mesa con su característico andar relajado.
—¡Ey, Chris! —saludó con una sonrisa radiante, ignorando momentáneamente la presencia de Valeria—. Te traje esto como agradecimiento por ayudarme con las clases. Es una mermelada que hizo mi madre, es de naranja. Espero que te guste.
Chris tomó la mermelada con un leve rubor en las mejillas.
—Gracias, Adrian. No era necesario, pero... —miró la etiqueta casera con cuidado y añadió—: Tu madre tiene una letra muy bonita.
—Sí, eso dice siempre mi padre —respondió Adrian riendo. Luego, mirando el reloj, agregó—: Bueno, los dejo. Tengo que pasar por la biblioteca antes de que cierren.
Chris lo despidió con un asentimiento, pero Valeria, al ver que Adrian se alejaba, se levantó repentinamente y lo siguió hasta la puerta.
—¡Adrian! Espera un segundo —lo llamó, tomándolo del brazo suavemente.
Adrian se giró, algo confundido.
—¿Qué pasa, Valeria?
Valeria lo observó con una mirada seria, aunque sus labios mantenían una sonrisa traviesa.
—Quiero decirte algo. Se nota que la atracción entre ustedes dos está aumentando.
Adrian parpadeó sorprendido, pero Valeria no le dio tiempo para negar nada.
—No te culpo —continuó—. Es un chico atractivo, inteligente y considerado. Si él fuera heterosexual, créeme que no dudaría en acercármelo yo misma.
Adrian se cruzó de brazos, intentando parecer indiferente.
—Solo me cae bien. Nada más.
—Claro, lo que tú digas —replicó Valeria con un tono que denotaba que no le creía. Dio un paso más cerca y añadió, en voz baja—: Pero debo advertirte algo. Chris tiene una mente complicada. Si te equivocas al acercarte de golpe, te golpeará. Literalmente. Ya tuviste una muestra de eso.
El rostro de Adrian se relajó, y una sonrisa divertida apareció en sus labios al recordar el golpe accidental que recibió de Chris durante el viaje.
—Sí, eso lo sé bien.
Valeria se echó a reír suavemente, dándole un amistoso golpe en el brazo.
—Bueno, Adrian. Solo ten cuidado. No quiero ver a ninguno de ustedes lastimado.
Adrian se quedó un momento pensativo cuando Valeria regresó a la mesa. Era cierto que había algo en Chris que lo intrigaba, algo más allá de su apariencia. Era su vulnerabilidad, escondida detrás de su aparente serenidad, lo que lo hacía querer entenderlo más.
Cuando volvió a la biblioteca, se sorprendió pensando en las palabras de Valeria y sintiendo, por primera vez, que tal vez tenía más razón de lo que él mismo quería admitir.
Aquí tienes una versión desarrollada que explora la interacción de Chris con su madre, incluyendo su carácter curioso y los temores que surgen en ella:
Chris llegó a casa con la mermelada en la mano, todavía con una ligera sonrisa que no podía ocultar. Había algo en el gesto de Adrian que lo había conmovido, y aunque intentaba no darle demasiada importancia, su mente no dejaba de regresar a la calidez de aquel momento.
Al entrar, el aroma a café recién hecho lo recibió, junto con la voz de su madre desde la cocina.
—¿Eres tú, hijo?
—Sí, mamá.
Chris dejó su mochila junto a la puerta y fue a la cocina, donde su madre estaba preparando la cena. Ella se giró y lo miró con curiosidad al notar el frasco en su mano.
—¿Y eso? —preguntó, señalando la mermelada con un gesto exagerado.
—Es mermelada de mora. Me la dio un exalumno de la facultad.
—¿Un exalumno? —repitió, dejando el cuchillo que tenía en la mano sobre la mesa y cruzándose de brazos—. ¿Desde cuándo tus exalumnos te dan regalos?
Chris suspiró, sabiendo que el interrogatorio estaba por comenzar.
—Es solo un gesto de agradecimiento, mamá. Lo ayudé con unas clases y quiso devolver el favor.
—Ajá... —murmuró ella, alargando la palabra como si ya hubiera deducido algo mucho más profundo—. ¿Y cómo se llama este exalumno tan agradecido?
—Adrian —respondió Chris, evitando su mirada mientras colocaba el frasco en la despensa.
—¿Adrian? ¿Es el mismo que mencionas a veces en la mesa? Ese del que dices que tiene historias divertidas y un hijo pequeño...
Chris giró lentamente hacia ella, dándose cuenta de que sus comentarios casuales no habían pasado desapercibidos.
—Sí, es él. Pero no es nada especial. Es solo... un amigo.
Su madre ladeó la cabeza y lo miró con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—Hijo, ¿hay algo que me quieras contar?
—¿Contarte qué? —respondió Chris, tratando de sonar despreocupado.
—No sé... Me parece que este Adrian puede ser más importante para ti de lo que estás diciendo.
Chris sintió cómo el calor subía a sus mejillas, pero mantuvo su compostura.
—Mamá, no es lo que estás pensando. Solo somos amigos, nada más.
Ella se acercó, colocándole una mano en el hombro.
—Chris, ya sabes lo que pienso sobre... ciertas cosas. No quiero que te confundas ni que pongas en riesgo tu camino. Eres un buen chico, pero el mundo está lleno de tentaciones.
Chris apretó la mandíbula, sintiendo cómo las palabras de su madre lo afectaban más de lo que quería admitir.
—Mamá, no estoy confundido, y no estoy en peligro de nada. Solo acepté un regalo, eso es todo.
—Está bien, está bien —respondió ella, levantando las manos en señal de rendición, aunque su expresión dejaba claro que no estaba convencida—. Pero ten cuidado, hijo. Tú siempre has sido diferente, y no quiero que nadie se aproveche de ti.
Chris asintió lentamente y se retiró a su habitación, cerrando la puerta detrás de él. Se dejó caer en la cama, mirando el techo mientras las palabras de su madre resonaban en su cabeza.
Por un lado, entendía su preocupación; ella siempre había sido protectora con él, quizás demasiado. Pero por otro lado, sentía una mezcla de frustración y tristeza. No sabía exactamente qué significaba Adrian en su vida, pero estaba seguro de que no tenía malas intenciones.
Tomó su Biblia del escritorio y trató de concentrarse en la lectura, pero las palabras de su madre seguían regresando. “Tentaciones... confusión…”
Mientras trataba de concentrarse, sus pensamientos volvían a Adrian: su risa fácil, su carácter cálido, y aquel gesto sencillo de regalarle algo tan cotidiano como una mermelada, que sin embargo había significado tanto.
Por primera vez, Chris se preguntó si tal vez, solo tal vez, estaba empezando a sentir algo que no podía controlar.
Ame.