En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 2
Estoy agotada. Casi no la cuento al entrar a este hotel. Los infectados estaban escondidos en varios pisos y tuve que enfrentarlos uno a uno. Ahora ya no queda ninguno.
Por suerte, el ruido no atrajo a los que deambulan por las calles. Aún así, no puedo permitirme bajar la guardia.
Encuentro una habitación vacía. Está deteriorada por los años de abandono: las paredes sucias, el aire pesado y el mobiliario desgastado. Pero es suficiente. Tiene una cama individual, un baño pequeño y una cocina integrada en el salón. Sencillo y funcional. Lo mejor de todo es la ventana que da al lago, ofreciendo una vista que en otro momento habría considerado hermosa.
Dejo mi mochila y me desplomo en la cama, incapaz de mantenerme de pie por más tiempo. Estoy exhausta. Durante el enfrentamiento se rompió una de mis navajas. Ahora solo me quedan dos cuchillos y un hacha como armas. Me pesan los brazos, pero saco el mapa y lo extiendo frente a mí.
Según esto, estoy en el centro de una ciudad llamada Bariloche. Este hotel está frente a un lago... Nahuel Huapi, dice el mapa. Qué nombre tan curioso. Paso el dedo por las líneas que dibujan la ciudad y descubro un pequeño pueblo a unos kilómetros de aquí. Podría ser mi próximo destino, pero hay algo que me inquieta.
De camino a esta ciudad, vi infectados muertos en la ruta. Alguien más ha estado aquí. Por la cantidad de cuerpos, no puede ser obra de una sola persona. Quizás un grupo de sobrevivientes... o quizás algo peor.
No puedo evitar recordar la última vez que confié en otros humanos. Terminaron siendo caníbales. Se hacían pasar por bondadosos, ayudando a quienes encontraban solos y desamparados, solo para devorarlos después. Logré escapar de allí por pura suerte, aunque no salí ilesa: perdí dos dedos de mi mano derecha en el proceso.
Suspiro. Me quito el abrigo. Está completamente cubierto de sangre y roto tras el enfrentamiento de hace unas horas. Quizás pueda encontrar ropa en otra habitación o en algún depósito del hotel. Pero por ahora, necesito descansar.
Aún queda algo de luz antes de que caiga la noche. Debería buscar pilas para mi linterna mientras pueda ver, pero el cansancio me obliga a detenerme. Me levanto y me acerco a la ventana. El lago se extiende majestuoso frente a mí. El cielo gris y el agua azul se mezclan en una paleta fría que debería ser reconfortante, pero solo me recuerda lo implacable que puede ser este mundo.
El clima está helado, y parece que pronto nevará. Me apoyo en el balcón, dejándome envolver por el paisaje, cuando escucho algo.
Un ruido.
Viene de los pisos inferiores.
— No puede ser... –murmuro. No había más infectados. Estoy segura. ¿Entró otro? ¿O es un sobreviviente?
Las pisadas son lentas, pesadas. No es el andar errático de un infectado. Es alguien más, y se está moviendo con cuidado. Puedo oír cómo sube las escaleras, revisando cada rincón.
— Tranquila... tranquila... –me susurro para calmarme.
Tomo uno de mis cuchillos y me coloco junto a la puerta, con el cuerpo tenso y la mente alerta. Los pasos llegan a este piso. Escucho cómo abre las puertas de las habitaciones vecinas, una por una, despacio, como si buscara algo... o a alguien.
La sombra de unas botas se detiene frente a mi puerta. La manija se mueve, y el chirrido del metal hace que se me acelere el corazón. La puerta se abre lentamente.
Apenas la figura cruza el umbral, arremeto con toda mi fuerza.