Después de dos años de matrimonio, me di cuenta de que nuestra relación era un fracaso. Durante ese tiempo, intenté ganarme el amor de James, pero el heredero de la corporación Sterling simplemente me despreciaba.
James, un hombre atractivo, codiciado y rico, hacía que yo fuera la envidia de muchas mujeres. Sin embargo, nadie sabía que detrás de las puertas cerradas de nuestro hogar, James me trataba con frialdad y desdén.
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CAPÍTULO # 4: ENGAÑO Y TRAICIÓN
NO SE ENTERARA
≪ Ana Sinclair ≫
Percibo pasos pesados descendiendo las escaleras. James aparece en el umbral de la cocina, con el cabello desordenado y los ojos entrecerrados. Se detiene por un instante, inhalando el aroma que lo rodea.
—¿Qué es lo que huele tan bien? —pregunta, con la voz algo ronca, afectada por el sueño y el consumo de alcohol.
No le presto atención y continúo comiendo en silencio. James se aproxima a mí, intentando servirse de mi plato. Lo detengo colocando mi mano sobre la suya.
—Puedes ir a la cocina y preparártelo tú mismo —le indico sin mirarlo—. O, si prefieres, puedes solicitar a una de las empleadas que te prepare el desayuno.
James me observa con sorpresa ante mi respuesta. Tras un breve silencio, se aleja murmurando algo inaudible. Lo sigo con la mirada mientras se dirige a la nevera, de la que extrae algunos ingredientes de manera torpe.
Mientras James se dispone a preparar su desayuno, me levanto y llevo mi plato vacío al fregadero. Procedo a lavar los utensilios en silencio. Finalmente, James toma asiento en la mesa con su desayuno improvisado. Lo miro de reojo, observando su expresión fatigada y desalentada.
Termino de lavar los platos y me dirijo a la sala, buscando un momento de tranquilidad antes de enfrentar el resto del día. Me siento en el sofá, tomando un sorbo de mi café, y cierro los ojos.
Justo cuando me dispongo a subir a la habitación para darme un baño, escucho la voz de James detrás de mí.
—Hoy iré a la oficina. Tengo una reunión muy importante, así que no me esperes.
Sin volverme, le respondo:
—Desde hace tiempo dejo de hacerlo, así que no te preocupes.
Luego, me dirijo hacia la habitación, dejando a James en la cocina ocupado con sus quehaceres. Comienzo a subir las escaleras lentamente, sintiendo el suave crujir de los escalones bajo mis pies. Cuando llego al baño, abro la puerta y accedo al espacio que me brinda un respiro.
Una vez dentro, enciendo el grifo del agua caliente, escuchando el murmullo relajante del agua al caer. Con un movimiento pausado, me quito la bata que me envolvía, dejando que la tela caiga sin prisa al suelo. Luego, me introduzco en la ducha, disfrutando de la calidez del agua que empieza a recorrer mi piel.
Siento cómo el vapor comienza a llenar el espacio, envolviéndome en una atmósfera de tranquilidad. Permito que el agua caliente fluya sobre mis músculos tensos, liberando la tensión acumulada del día. Cierro los ojos y me dejo llevar, dejando que mis pensamientos fluyan con libertad, como un río sin obstáculos, mientras la sensación de calma se apodera de mí. Termino de bañarme y me arreglo. Me coloco un vestido blanco y recojo mi cabello en un moño bajo. Mientras me preparo, escucho a James subir las escaleras para ducharse y prepararse para irse a la oficina.
≪James Starling≫
Salgo de la casa y me dirijo a mi auto. Me siento al volante, tomo un momento para encender el motor y me dirijo a la empresa. Al llegar, estaciono en mi lugar habitual y me dirijo a la entrada principal.
—Buenos días, señor Stirling.
Asiento con la cabeza, manteniendo una expresión seria. Camino por los pasillos de la empresa, observando a los empleados que ya están inmersos en sus tareas. Algunos se detienen brevemente para saludarme, siempre con un tono formal y respetuoso.
—Señor Stirling, buenos días.
—Buenos días, señor Stirling.
Respondo con un leve asentimiento a cada saludo, sin detenerme. Llego a mi oficina y me siento en mi escritorio, preparándome mentalmente para la junta importante que tengo programada para hoy. Abro mi computadora y reviso los documentos necesarios, asegurándome de que todo esté en orden.
Emma, mi secretaria, ingresa a la oficina con un montón de documentos.
—Señor Stirling, aquí tiene los informes que solicitó.
Asiento con la cabeza y tomo los papeles, agradecido por un respiro en mi rutina.
—Gracias, Emma. Por favor, déjalos en el escritorio.
Emma asiente y se retira de la oficina, dejándome a solas con mis pensamientos y los informes. Aunque intento enfocarme en el trabajo, la imagen de Ana persiste en mi mente.
Estaba revisando los informes en mi escritorio cuando Emma volvió a ingresar a la oficina.
—Señor Stirling, tiene una visita —anunció.
Levanté la mirada, frunciendo el ceño.
—¿Quién es? No tengo ninguna cita programada.
Emma abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, la puerta se abrió de golpe y una mujer entró, apartando a Emma con un ligero empujón. Con una sonrisa deslumbrante, exclamó:
—Hola, querida.
La reconocí de inmediato.
—¿Débora? —exclamé, sorprendido.
Débora se acercó a mí y, de manera inesperada, me besó en los labios. Emma, todavía en la oficina, parecía desconcertada y no sabía cómo reaccionar. Me percaté de que seguía presente y le lancé una mirada severa.
—Emma, por favor, retírate —le dije con firmeza.
Emma titubeó, visiblemente incómoda.
—Sí, señor —respondió, saliendo de la oficina con rapidez. Antes de que cerrara la puerta, le advertí:
—Y no se te ocurra comentar nada de esto con nadie.
Emma asintió rápidamente y cerró la puerta tras de sí. Me volví hacia Débora, con una expresión seria en el rostro.
—¿Qué haces aquí? Vas a causarme problemas.
Débora sonrió y se acercó un poco más, acariciando mi mejilla.
—Solo quería verte, cariño. Han pasado dos días sin que me llames.
Suspiré, esforzándome por mantener la calma.
—Débora, sabes que la situación no es tan sencilla. No puedes presentarte aquí sin previo aviso.
Ella hizo un gesto de descontento, simulando estar ofendida.
—¿No te alegra verme? Pensé que sería una buena sorpresa.
—No se trata de eso —respondí, intentando aclarar mi posición—. Simplemente creo que esto podría complicar las cosas. Ana ya está bastante molesta conmigo.
Débora soltó una suave risa.
—Oh, Ana. Siempre tan dramática. No comprendo por qué te inquietas tanto por ella.
—Es mi esposa, Débora. Aunque nuestro matrimonio no sea perfecto, hay aspectos que merecen nuestro respeto.
Débora puso los ojos en blanco y se acomodó en el borde de mi escritorio.
—James, querido, no te preocupes tanto. Nadie tiene que enterarse de esto. Solo deseaba pasar un momento contigo.
Pasé una mano por mi cabello, sintiendo la tensión acumulada.
—No es tan sencillo. Si alguien nos ve o se entera de lo que estamos haciendo, podría tener consecuencias negativas.
Débora se acercó a mí, susurrando en mi oído:
—Entonces, asegúrate de que nadie lo sepa. Podemos ser cautelosos, ¿verdad?
Dónde dejaste a la sanguijuela de la Débora ????!!!!
A sobarse pués 🤭
Nunca estuviste de acuerdo con ese matrimonio arreglado....
Espero las próximas líneas no sean de maldad desmedida y una mujer doliente, sumisa
ayyy Dëbora.... pobre de tï 🤭