PRETENDIENTES & MATRIMONIO

—¿Por qué tuviste que casarte? ¡Te extraño mucho! —Le digo a mi hermana.

Estamos en una llamada.

—¡Debes superarme! Te dije muchas veces que algún día me iría de la casa. 

—Sí, pero nunca creí que podrías irte tan rápido.

—Ve el lado positivo de las cosas, pudiste emborracharte por primera vez en tu vida gracias a mi boda.

Se ríe, la risa de Lea me hace feliz.

—Bueno, si estuvo divertido y todo, pero las cosas conmigo se están poniendo intensas.

—¿Intensas? ¿A qué te refieres con intensas?

—Te voy a contar en resumen todo lo que me aplasta emocionalmente. 

—Qué dramático suenas.

—Es que es algo importante, no lo puedo tomar a la ligera.

—A ver, cuéntame lo que te pasa.

—Resulta que Héctor Bonanza dice que le gusto.

—¡¿Qué?!

—¡Ya sé! Yo también estoy tratando de asimilarlo. Me acaba de confesar eso esta mañana.

—¡No inventes! ¿Y qué le dijiste?

—Le dije que con esas cosas no debía jugar, que el gustar de alguien y tratar de lograr una relación no son cosas que deban tomarse a la ligera. 

—¿Te hiciste el difícil?

—Un poco, es que quería besarme.

—¡Qué intenso! Nomas me voy de luna de miel y tú ya andas conquistando territorio Bonanza.

—¡Esto está de locos! Nunca imagine que algún día alguien podría fijarse en mí de esa manera.

—¿Lo dices porque Héctor es un hombre y tú eres un chico?

—En parte sí.

—¿Y la otra parte?

—Es que no sé qué debería hacer. Nunca he estado en una relación y tú sabes que soy bien bobo en temas de romance.

Se vuelve a reír y esta vez siento una angustia en mi corazón.

—¡Ay de ti, mi querido Ariel! Estás viviendo cosas que debes vivir porque te corresponden.

—¿Estás de acuerdo en que debo aceptar a Héctor?

—No precisamente, pero si me refiero a que debes dejar que las cosas fluyan. ¡Todos tenemos un primer amor! Quizá y esta es la oportunidad para que vivas el tuyo.

—Pero él tiene veinticinco años y yo apenas diecisiete.

—Ya casi cumples los dieciocho. ¡No te angusties! El amor es bonito. 

Entonces, la puerta de la entrada principal se abre y veo que es Héctor. ¡Me está buscando!

—El amor es bonito. ¡Yo lo sé! Pero también siento que puede llegar a ser complicado. 

Héctor se da cuenta de que estoy en una llamada, me hace una seña de que lo espere aquí, justo donde me encuentro ahora.

—No te preocupes tanto, como ya te dije, deja que las cosas fluyan. Si Héctor es para ti, entonces las cosas fluirán bien. Si no es para ti, entonces nada saldrá bien desde el principio.

—Mmmm. No lo sé. Tu filosofía me gusta un poco. Confiaré en ti.

—Claro que debes confiar en mí.

—Bueno, tengo que irme. Héctor me espera.

—¿Saldrás con él?

—Estamos en la casa de su abuela. Ella invitó a comer a nuestra familia porque ayer fui de cacería con su nieto.

—¿Fueron de cacería?

—Sí.

—¿Y cómo te fue?

—Pues todo en orden. La pase bien. Tenía rato que no iba de cacería, ya ves que desde que papá se enfermó no ha salido a cazar.

—Si es verdad, pero que bueno que ayer pudiste disfrutar.

Entonces veo a Héctor caminar al lado de un caballo.

—Y ahora todo parece indicar que montaremos a caballo.

—¡Qué padre! 

—No tanto, solo trae un caballo.

—A lo mejor y él se sube contigo, tú no sabes montar. Nunca quisiste aprender.

—Es cierto.

—Aprovecha hoy y aprende cosas nuevas.

—Sí, haré lo mejor que pueda.

—Vale. Te dejo, yo también me ocuparé esta tarde. Iremos a Playa del Carmen. 

—¡Qué chido!

—Luego te mando unas postales del atardecer.

—Me parece bien. ¡Cuídate mucho Lea!

—¡Tú también! Te quiero mucho.

—También te quiero.

Y finalizamos la llamada. Me pongo de pie y me acerco a Héctor. Su cabello está alborotado por el viento y me gusta el brillo de sus ojos. ¡Él está guapo!

—¿Listo para montar?

—Más o menos. Nunca lo he hecho, ya te había dicho.

—¿Tienes miedo?

—No, no tengo miedo.

—Entonces déjame enseñarte. ¿Te parece bien?

—Bueno. Confió en ti.

Comienza a darme una pequeña explicación de como debo hacerle. Cuando termina de hablar, se sube al caballo.

—Dame la mano, te ayudaré a subir.

Extiende su mano hacia mí y la grandeza de su palma me impresiona. Acepto su ayuda y con algo de impulso, logro sentarme en el caballo. ¡Y él está sentado detrás de mí!

—Vamos a avanzar, ¿te parece bien? Yo te ayudaré a guiarlo, dame la rienda.

Le doy la rienda, siento como si sus brazos me abrazaran la espalda y la cercanía de su cuerpo al mío comienza a crear sensaciones en el interior de mi alma. Su pecho me roza la espalda y a medida que avanzamos, el momento se vuelve inolvidable. ¡Nunca imagine montar a caballo con un hombre que dice estar enamorado de mí!

...🩵🩵🩵...

—¿Y entonces? —Jimena quiere saber. 

Estamos tomando pan con atole. Son las nueve treinta de la noche.

—¿Entonces qué? —Contraataco a su pregunta.

—Tú estás en otro nivel con Héctor Bonanza —dice Paola.

—¡Claro que no! —Reparo yo.

Mi padre se ríe.

—No es tu culpa que tus hermanas te estén molestando, después de todo, ellas no tienen pretendientes cómo tú. El carnicero y el tortillero no están al mismo nivel que un Bonanza —dice mi padre.

—¡Papá! Qué cruel eres con nosotras —espeta Jimena.

—Nada de cruel, es la verdad —les dice él.

Bebo un poco de atole, mamá lo preparo con masa de maíz azul.

—Pero Héctor es un hombre y mi hermano también, eso no está del todo bien —dice Carla.

—Lo que dices tiene lógica y me da gusto que pienses así —dice papá—. Pero nosotros no debemos influir en lo que tu hermano elija. Si él es feliz con ese hombre, entonces nosotros tendremos que respetar su libertad de elegir. Al final, cada quien tendrá sus propias consecuencias de lo que elijan ustedes. ¡Yo no quiero amarrarles o que sientan que elijo por ustedes! Ahí tienen a Lea, aunque su esposo no es de mi agrado, lo tolero porque sé que hace feliz a mi hija y eso me importa más que el hecho de que se haya casado con un comerciante flojo.

Sus palabras nos hicieron sonreír a todos.

—Además, Magda nos invitó hoy a comer porque quería tratar ese tema con nosotros dos —nos informa mi madre.

—¿Estás hablando en serio, má? —Le pregunta Paola.

—Sí, tu madre habla en serio. Magdalena nos hizo saber que Ariel es de su agrado para que su nieto pueda casarse con él. Héctor está buscando matrimonio y mi hijo es de su agrado. Por eso tanta amabilidad hacia nosotros.

¡Impactado quede!

—¡Apartaron a mi hermano! Eso no es justo, faltamos nosotras —se queja Carla.

Mi mente está meditando en todo lo que mis padres nos acaban de decir.

—Yo, quiero irme a dormir —fue lo único que dije.