Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 6: El Reflejo del Miedo
El vacío en el que se encontraban no parecía tener fin. Eran sombras de sí mismos, rodeados por reflejos deformes que los observaban sin pestañear. Erika y Tomás intentaban recuperar la compostura, pero el lugar en el que habían aterrizado distorsionaba tanto su percepción que apenas podían discernir dónde terminaban ellos y comenzaba el entorno.
—¿Dónde estamos? —preguntó Tomás, con la respiración agitada.
Erika examinó los reflejos distorsionados a su alrededor. Sus rostros no eran del todo suyos, sino versiones corruptas y horrendas. Eran más que simples imágenes. Cada uno de ellos parecía estar observando, como si cobraran vida propia, listos para tomar acción en cualquier momento.
—No lo sé, pero definitivamente no es el laberinto. —Erika se volvió hacia Tomás—. Tenemos que salir de aquí antes de que… lo que sea esto, nos consuma.
El espacio alrededor de ellos vibró y una voz resonó en sus cabezas, como si el vacío mismo estuviera hablando. Era el mismo susurro que habían escuchado en el laberinto, pero esta vez era más claro, más fuerte. Y las palabras, aunque aún incomprensibles, comenzaban a tener un efecto más profundo.
—No somos bienvenidos aquí, Erika —dijo Tomás, retrocediendo hacia ella—. Siento que algo nos está observando, no son solo los reflejos.
Erika asintió en silencio. Sabía que Tomás tenía razón. Lo que sea que los había llevado hasta ese lugar, no había terminado con ellos. Era como si el espejo no solo los hubiera transportado, sino que también había revelado una dimensión más profunda de terror.
De repente, uno de los reflejos comenzó a moverse. La Erika distorsionada en el espejo avanzó, su rostro desfigurado en una sonrisa grotesca. La criatura no era Erika, pero se movía con la misma precisión, como si fuera una versión oscura de ella misma. Tomás retrocedió asustado, pero los otros reflejos empezaron a hacer lo mismo. Uno por uno, las versiones deformes de ambos comenzaron a salir de los espejos, rodeándolos.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Erika, tomando la mano de Tomás y tirando de él hacia lo que parecía ser una grieta en el espacio distorsionado.
Sin embargo, el suelo bajo sus pies comenzó a desvanecerse, como si el vacío mismo los estuviera tragando. Las criaturas deformes se movían más rápido, imitando cada uno de sus gestos, pero con una maldad palpable en sus movimientos.
—¡Corre! —gritó Tomás, señalando una apertura a lo lejos, donde la distorsión del espacio parecía estabilizarse brevemente.
Ambos corrieron tan rápido como pudieron, pero sentían el peso de las versiones corruptas de sí mismos persiguiéndolos. Los reflejos distorsionados hacían eco de sus miedos, susurrando palabras ininteligibles pero llenas de una maldad que resonaba en lo más profundo de sus corazones.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Erika, jadeando mientras trataba de mantener la calma—. Este lugar es un espejo de nuestro propio miedo. Nos está alimentando con nuestras inseguridades.
—¿Y cómo escapamos de nosotros mismos? —preguntó Tomás, su voz temblorosa.
Erika no tenía una respuesta. El lugar no seguía las reglas de la realidad, y cada paso que daban parecía distorsionar más el espacio a su alrededor. Las criaturas, deformaciones de ellos mismos, los alcanzaban, extendiendo manos largas y delgadas para atraparlos.
De repente, el susurro se volvió un grito ensordecedor, y las sombras que los rodeaban se fusionaron en una única entidad gigante, una masa de oscuridad que se alzaba por encima de ellos. El rostro de la criatura, una amalgama de sus propias caras deformadas, los observaba con una intensidad maligna.
—¡Nos está reflejando! —gritó Erika—. Está alimentándose de nuestros propios miedos. Si queremos salir de aquí, tenemos que enfrentarlo.
—¿Enfrentar qué? —preguntó Tomás, temblando—. ¡Esto es imposible!
Pero Erika sabía que no había otra opción. Si seguían huyendo, nunca escaparían de este lugar. Se volvió hacia la entidad oscura y gritó con toda la fuerza que tenía.
—¡No te tenemos miedo!
La criatura se detuvo por un momento, como si las palabras de Erika hubieran tenido un efecto. Pero en lugar de desaparecer, comenzó a reírse, un sonido gutural que resonaba en sus cabezas.
—El miedo no se escapa —dijo una voz profunda que surgía de la entidad—. El miedo es una parte de ustedes. Y mientras lo nieguen, siempre estarán atrapados aquí.
Erika sintió cómo su corazón se aceleraba, pero se negó a dejar que el pánico la controlara. Sabía que la clave para escapar estaba en enfrentar esa oscuridad dentro de sí misma.
—Está bien tener miedo —murmuró, más para sí misma que para la criatura—. Pero no voy a dejar que me controle.
La entidad rugió, extendiendo sus brazos hacia ellos. Tomás dio un paso hacia atrás, pero Erika no se movió. Tomó una profunda respiración, cerrando los ojos, y cuando los abrió, la oscuridad frente a ella había comenzado a disiparse.
La criatura, que momentos antes había sido tan sólida y aterradora, comenzaba a desmoronarse, como si la valentía de Erika la estuviera destruyendo desde adentro. El vacío a su alrededor empezó a fragmentarse, y las imágenes distorsionadas de ellos mismos comenzaron a desvanecerse, una por una.
Tomás la miró con asombro.
—¿Cómo lo hiciste?
—No lo sé —respondió Erika, todavía procesando lo que había ocurrido—. Pero creo que este lugar solo puede atraparte si dejas que el miedo te domine.
El vacío a su alrededor se rompió en mil pedazos, y por un momento, todo fue luz.
Cuando la luz se desvaneció, Erika y Tomás se encontraron de nuevo en el oscuro laberinto, tirados en el suelo. El espejo ovalado que los había atrapado yacía en el suelo a su lado, roto en mil pedazos.
—¿Eso fue real? —preguntó Tomás, levantándose lentamente.
Erika miró los fragmentos del espejo, respirando con dificultad.
—Lo fue. Y creo que apenas hemos empezado.
Miraron alrededor. El laberinto seguía allí, pero algo había cambiado. El aire estaba más frío, y los susurros en las sombras eran ahora más claros.
—Este lugar no es solo un laberinto —dijo Erika, finalmente—. Es una prisión, y los espejos son las llaves. Solo que... no sé si las llaves son para entrar o salir.
Ambos sabían que no podían quedarse quietos. El laberinto tenía más secretos oscuros que revelar, y apenas habían arañado la superficie. Pero, esta vez, estaban más preparados.
Y con cada paso que daban, la oscuridad los observaba, esperando pacientemente.
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.