Lo Peor De Mi, Conocerte A Ti.

Después de la rica cena que Jota había preparado, nos encontrábamos en la cocina, él fregando los trastes mientras yo me sentaba en la encimera, secando los utensilios sin mucha prisa.

—No sé cómo puedes perdonarle eso a ese tal Dylan. No lo conozco y ya le tengo rencor —comentó Jota, mientras terminaba de lavar el último vaso.

—No lo sé —me encogí de hombros—. Sabes que no me gusta guardar rencor a nadie —dije, pero mi voz se fue quebrando poco a poco al pronunciarlo.

—Ven acá —respondió mientras dejaba los platos y me tomaba de los brazos, deslizándome suavemente desde la encimera al suelo.

Sin decir más, me llevó hasta la sala, encendió la televisión y puso "Cómo entrenar a tu dragón". Mi cara debía reflejar una mezcla de confusión y diversión porque él se rió al notar mi expresión.

—Olvídate de todo por un rato —dijo mientras se acomodaba en el sofá—. Nadie tiene el control de tu vida, pequeña. Solo tú decides qué te afecta y qué no.

Durante las próximas horas, me encontré acurrucada en su costado, mientras los créditos de la segunda película aparecían en la pantalla. No recuerdo en qué momento me quedé dormida, pero por primera vez en días, sentí que realmente había descansado.

Desperté de golpe, viendo que Jota seguía dormido. Subí rápidamente a la habitación en busca de una sábana para cubrirlo. Justo cuando lo estaba tapando, su voz somnolienta me interrumpió.

—¿Qué haces? —murmuró, apenas abriendo los ojos.

—Te cubro del frío —susurré suavemente, tratando de no despertarlo del todo.

—A veces eres mamá pollito, y otras solo un pollito de colores —se burló, volviéndose para seguir durmiendo.

Apagué la televisión y lo dejé en el sofá, mientras subía a mi habitación temporal. Al acostarme, tomé el teléfono y me hice una selfie.

—¡Qué bonita estoy! —me dije a mí misma, intentando recordar que no debía compararme con nadie. Solté el teléfono y me acurruqué entre las sábanas, disfrutando del calor que me brindaban, hasta que un fuerte ruido proveniente de la casa de al lado interrumpió mi paz.

Jadeos. Golpes. Gemidos. ¡Descarados!

Tapé mis oídos con las almohadas, enojada no solo con la vida, sino también con los recuerdos que insistían en aparecer y con el vecino de Jota que no me dejaba dormir.

—¿Cómo dormiste? —preguntó Jota al bajar las escaleras con ropa deportiva.

—¡Tu querido vecino no dejó de gemir! —exclamé, exasperada, mientras le robaba un sorbo de su jugo de naranja. Me miró con una expresión entre divertida y recriminatoria.

—Vive solo —respondió, con una sonrisa cómplice.

Su risa llenó la cocina, y yo, ya harta, salí al patio decidida a correr y olvidarme de todo. Mientras me inclinaba para atarme una agujeta suelta, de pronto sentí un chorro de agua fría caerme encima. Me giré, completamente empapada, y vi a un hombre con una manguera en la mano, regando los arbustos.

—¡¿Qué demonios te pasa?! —le grité furiosa—. ¡No te bastó con no dejarme dormir con tus gemidos, y ahora me mojas!

El hombre, sorprendentemente calmado, me miró divertido.

—¿Disculpa? —dijo con una sonrisa—. Relájate, tanta furia no te va a dejar crecer.

—¡¿Qué?! —respondí, sin poder creer lo que oía—. ¿Estás bromeando?

—Solo una descabellada se escondería tras un arbusto para atarse una agujeta —respondió, claramente disfrutando de la situación.

Frustrada, di media vuelta y volví a la casa, tirando la puerta detrás de mí. Jota salió de la cocina al escuchar el ruido.

—¿Qué te pasó? —preguntó entre risas.

—Pregúntale a tu troglodita de vecino que me empapó toda.

—Eso no sonó muy bien —dijo riendo mientras se secaba las manos.

—¡Estúpidos todos los hombres! —grité, subiendo a cambiarme de ropa.

Después de cambiarme y ver que mi teléfono estaba arruinado por el agua, decidí dejarlo en la cama y salí a correr para despejar mi mente. Dos horas después, cuando estaba agotada y jadeando, vi un auto rojo acercarse. Era Jota.

—Toma las llaves, regreso más tarde. Tengo que ir a trabajar —me dijo, lanzándome un llavero azul celeste desde la ventana.

—Gracias, gordito. —Me acerqué para darle un beso en la mejilla, mientras él sonreía antes de marcharse.

Corriendo hacia la casa, intentaba escapar de los recuerdos que inundaban mi mente: la lluvia, la noche en el auto, el "te amo" de Dylan. ¿Cómo había permitido que eso calara tan hondo en mí? Me detuve, sosteniéndome las rodillas mientras recuperaba el aliento.

—¿Estás bien? —escuché una voz detrás de mí. Levanté la mirada y vi al mismo vecino de esta mañana. Era alto, robusto, de piel morena, con ojos miel que parecían brillar con destellos verdes. Estaba impecablemente vestido, sosteniendo un café y las llaves de su auto.

—Sí —respondí rápidamente—. Solo estaba corriendo.

—Disculpa por antes, no quería incomodarte —dijo, acercándose un poco más.

—No pasa nada —dije, intentando mantener la compostura.

—Soy Andrew —dijo, extendiéndome la mano.

—April —respondí, estrechando su mano por unos segundos, sintiendo una extraña corriente eléctrica.

Nos quedamos en silencio unos instantes, pero finalmente me disculpé y me alejé hacia la casa. El resto del día lo pasé sola, preparando un batido y viendo series en Netflix. Mi teléfono no encendía después de varios intentos, pero no me importó demasiado.

Esa noche, Jota regresó cansado pero sonriente. Mientras cenábamos, me contó sobre su día en el trabajo, y le escuché con atención, admirando su fuerza para vivir en otro país lejos de su familia. Al terminar, propuso ver una serie de películas de terror. Lo que siguió fue una noche llena de risas, terror mal ejecutado en pantalla y el alivio de saber que, por más confusión que trajera el pasado, el futuro aún era incierto y lleno de posibilidades.