Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
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16. No es una lección
...EMILIANA:...
Tenía cinco mantas puestas, las noches eran muy heladas y a pesar de la chimenea de la habitación funcionando, me sentía helada.
Apenas terminó la celebración, me marché a mis aposentos para poder descansar, me sentía demasiado agotada incluso para cenar, con todo lo que pasó, me sentía muy cansada, de mente y de cuerpo.
Sebastian si me trató como esposa después de nuestra discusión, incluso bailamos varias piezas, también estuve con mi madre y Lean el resto de la velada. Eleana se marchó rápidamente con el duque, el Marqués Lorenzo estaba disgustado con su presencia y cuando entramos a la casa empezó a reclamar a mi esposo por haber invitado al aliado de la reina a la celebración, que lo más seguro es que nadie volvería a asistir a una celebración de la familia, Sebastian no discutió, ya era suficiente con todo el problema que había conllevado su fabulosa idea, pero ya no me iba a empeñar con eso, porque volvería a molestarme y ya no quería pelear con mi esposo.
Cuando le confesé mis sentimientos, él solo me dijo que hablaríamos luego.
Sabía que él no me correspondía, Sebastian nunca hablaba de sus sentimientos, pero estaba casi segura de que él no estaba enamorado de mí.
Con Sebastian estaba conociendo una forma más real del amor, el duque solo era pura fantasía, nunca fue real, pero con mi esposo pude experimentar la verdad de los sentimientos por alguien. No se trataba de un cuento de amor feliz, ni la perfección. Era todo lo contrario, era algo difícil que se construía minuciosamente para mantenerlo vivo, era doloroso, muy doloroso y con tintes grises en ocasiones, pero también era algo con color vivo, como la orquídea gingerline, a veces florecía y otras caían veces estaba seca, sin flores.
Que difícil se me estaba haciendo regar mi amor por Sebastian.
La puerta se abrió.
Dormí tanto tiempo sola que se me hacía extraño el sonido de esa puerta.
Las mantas se movieron y la cama se movió.
El calor y la firmeza de su cuerpo en mi espalda me hizo tensar.
Sebastian me rodeó con sus brazos.
— ¿Tiene frío?
— Si, mucho — Dije y me abrazó fuerte.
Me frotó el brazo y respiró en mi cuello.
— Lo siento, por favor, Emiliana.
— Ya no importa.
— ¿Cómo qué no importa? — Chasqueó la lengua — Me siento como un idiota.
— Estoy cansada.
Pegó sus piernas a las mías y me estremecí.
— No quiero que me odies, Emiliana — Dijo contra mi oído y mi interior se tensó — Quiero ser un buen esposo para ti.
— ¿Por lástima?
— No, por supuesto que no.
— Toda mi vida me preparé para el matrimonio, desde muy pequeña, me empeñé en aprender todo lo que una señorita debía saber para ser una buena debutante y esposa — Confesé, observando hacia la lámpara de queroseno en la mesita — Cuando resulta que no es algo que se pueda aprender, no es como un bordado o las lecciones de piano, el matrimonio no es una lección, es una lucha, es como el amor y me dí cuenta que no se nada. Deseché mi niñez en algo que no se puede aprender. Siempre he sido una ignorante, una tonta.
— No pienses de esa forma, Emiliana, eres una mujer talentosa y valiosa, no puedes pensar así de ti — Me giré un poco para ver su rostro y El cabello de Sebastian se deslizaba hacia la almohada, su ojos azules se veían profundos — Eres muy hermosa.
— Al final no era la vida que quería, solo complací a mi madre y a mi hermano, porque mi padre jamás me trató así, mi padre siempre me escuchaba y siempre preguntaba si lo que estaba haciendo me hacía sentir bien — Confesé, con nostalgia — Solo puedo pensar en que siempre le dije que si me hacía sentir bien, cuando me estaba mintiendo a mí misma.
Sebastian me tocó la mejilla.
— No debí formar parte de esto, también te lastimé al aceptar el compromiso que tu familia impuso — Me aferré a su cuerpo, buscando su calor — Solo jugamos con tu vida y tienes razón al no querer cerca a tu familia, sino quieres acercarte a ellos, respetaré tu decisión y no actuaré a tus espaldas.
— Ya estoy en paz con ellos, no te preocupes Sebastian, cargar con este rencor solo me daña a mí, pero tal vez nunca pueda volver a verlos como antes, es algo con lo que tengo que aprender a vivir.
Su expresión era suave.
— Sé lo que siente actuar solo para complacer a los demás, mis padres querían verme casado antes de heredar mi título y solo me casé por que era su voluntad, no la mía, quería dedicar mi tiempo a mis viajes de exploración y a mis negocios, casarme solo cuando me sintiera listo — Trazó sus dedos por mi rostro — Es lamentable, pero así funciona nuestro mundo, a veces debemos dejar de lado lo que queremos. De lo que si no me arrepiento, es de tenerte como esposa y planeo cumplir con ser lo que necesitas — me dió un beso en la frente — Emiliana, yo también me estoy enamorando y por eso me aterraba tanto la idea de que no me correspondieras de esa forma.
— He sido muy evidente al corresponder a ti.
— Lo sé, pero no lo quise ver — Dio un beso tierno en la punta de mi nariz — Quiero que compartamos mucho, que nos hablemos y nos conozcamos más, no pensemos en el pasado y como terminamos casados, sino en aprender a convivir juntos.
— Sí, estoy de acuerdo — Dije y me dió un beso con los labios.
— Dime ¿Qué quieres hacer? ¿Qué te gusta?
Me quedé pensativa, ni siquiera tenía idea.
— El piano si me gusta, me gusta la música, siempre disfruté de aprender.
— Por ahí puedes empezar, a hacer lo que te guste.
Me sonrojé un poco — También me gusta...
— ¿Qué cosa?
— Me gusta lo que me hiciste en el estudio.
Su mirada cambió.
— Fue solo un poco, mi golosa — Me dió un beso, atrapando mi boca entera, pero antes volví a separarme de él, con la voz agitada.
— ¿Puedes seguir enseñándome?
Volvió a besarme, abriendo mi boca, su lengua me saboreó y me llené de calidez, mi cuerpo se empezó a alterar nuevamente cuando paseó sus manos por mi espalda y llegó a abajo, a mis glúteos, los apretó y llenó de masajes que me calentaron más y más.
El palpitar entre mis piernas volvió.
Sebastian dió lamidas en mi cuello.
Tomé su muñeca desesperada, la guié hacia adelante a la zona en donde necesitaba ser tocada.
— Estás muy ansiosa — Dijo contra mis labios.
Metió la mano entre mis piernas y me arqueé, gimiendo nuevamente al sentir sus dedos allí, me acarició de forma circular.
Yo gemí, besándolo y tocandolo, llevaba una ropa de cama, pero metí mis manos dentro de su camisa para tocar su pecho lleno de vellos.
Bajé mi mano sin poder evitarlo y también la introduje dentro de sus calzones.
Sebastian soltó un gruñido.
Era firme como roca, pero terso, toqué la longitud, apenas cabía en mi mano, era demasiado grande, pero mi interior se hizo más sensible.
Toqué de arriba hacia abajo y Sebastian soltó un gemido.
— Condenada mano, me vas a enloquecer — Gruñó contra mi cuello y solté un gritito cuando sentí como hundía un dedo en esa parte donde todo se acumulaba.
Me dolió un poco y me quejé.
Se detuvo en seco — ¿Estás bien?
— Sí...
— Me preocupa lastimarte cuando vayamos a hacerlo — Movió su dedo con lentitud, entrando y saliendo.
Sacudí mis caderas y acaricié con más ímpetu.
— ¿Te gusta? — Se sorprendió.
— Por favor... — Necesitaba más, sentirme más llena.
Introdujo otro dedo y me llené de espasmos cuando fue hasta el fondo.
Me estremecí una y otra vez, adolorida.
Apartó su mano.
— Déjame rozarte un poco.
Retiré mi mano de él y me quitó las enaguas.
Se acercó y se frotó en mí.
Me sobresalté.
— Tranquila, solo así. Déjame sentir tu humedad y calor.
Se rozó de arriba a abajo y volví a tensar.
Estaba muy sensible y me sentí muy ansiosa, dejé que jugara.
Su rostro estaba embriagado, su cuerpo tenso, hasta que soltó un jadeo y sentí algo húmedo que se vertió abruptamente en mí.
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Escuché unos ruidos extraños y me desperté.
Giré mi atención al otro lado de mi cama.
Sebastian estaba boca arriba y roncaba levemente.
Me provocó reír ante la vista de él dormido, era la primera vez que amanecía conmigo y que lo oía roncar, el tan guapo y hacía ruidos al dormir.
Me acerqué y lo observé detenidamente.
Su ceño se frunció un poco, pero volvió a relajarse.
Se giró abruptamente y me atrapó.
Seguía dormido y me sentí sofocada.
— Sebastian... — Intenté despertarlo.
— Mmmm — Gimió y bajé mi mano hacia la dureza que tenía, tan temprano y con eso así, toqué.
Y se sobresaltó.
Apartó hasta las mantas, me quedé inmóvil.
Se quedó jadeando.
— No hagas eso — Me advirtió.
— Es que me estaba apretando mucho.
Se peino los mechones rebeldes que le caían en la frente mientras se sentaba sobre la cama.
— No lo toques, no sin querer una reacción de mi parte.
— ¿Duele?
— No... Siento lo mismo que tu.
— Es rico eso — Susurré y me evaluó, apoyando sus manos de la cama.
Bajó su mirada y la seguí.
Tenía el camisón por encima de la cintura y estaba desnuda, recordé que anoche él me quitó las enaguas para hacer lo que hizo.
Me senté y abrí las piernas para observarme.
— ¿Qué rayos haces? — Siseó Sebastian, conteniendo la respiración.
— Nunca me había visto tanto.
— Cubrete, Emiliana.
— ¿Por qué? — Pregunté, frente a él.
Sus ojos estaban luchando para no observar hacia abajo.
— Ya te lo expliqué. O es que se te olvidé, te dije que los hombres no tenemos tanto control sobre nuestros impulsos — Su voz volvió a ese tono grueso cuando observó allí.
Cerré las piernas de inmediato.
— Lo siento, no recordaba.
Sacudió su cabeza — Me estás volviendo loco.
— Si quieres...
— Ni lo digas, o voy a...
La puerta sonó y Sebastian aventó una manta sobre la parte baja de mi cuerpo.
— ¡Diga! — Gritó, parecía enojado.
— Oh... Disculpe mi lord, pensé que la señora estaba sola... Volveré después — Dijo la doncella, del otro lado — Solo vengo a ayudarle con el aseo despertino, pero vendré después.
— No, entre.
— ¿Qué? Nos verá — Me sonrojé, tirando de la manta hasta mi cuello.
— Esa si eres tu, Emiliana — Elevó una comisura y se levantó.
La ropa de cama le moldeada su figura varonil, se le marcaba el trasero, que era abundante y también su espalda ancha.
La doncella entró, un poco apenada al observar al lord junto a mi cama.
— Oh, buenos días — Hizo una reverencia.
— Buenos días — Dijo Sebastian y luego me observó — La espero en el comedor.
Asentí con la cabeza.
Usó la puerta interna para ir a su habitación.
— Mi señora ¿Va a querer un baño de agua caliente o solo vestirse y peinarse?
Me sentía un poco sucia con lo que hicimos.
— Baño, por favor.
— De acuerdo, traeré el agua.
Se marchó nuevamente y suspiré.
Salí de un salto de la cama y tomé las enaguas que terminaron en el suelo, me las coloqué rápidamente, muy avergonzada por todo.
Por abrirme de piernas a Sebastian.
Por la doncella enterándose de la presencia de mi esposo en mi habitación.
Recordé que estaba casada y que esas cosas no debían avergonzarse.
Todos los casados hacían ese tipo de cosas, incluído mis padres.
La sirvienta volvió y entramos al baño.
No duré mucho tiempo debido al frío.
La doncella trenzó mi cabello y me coloqué un vestido gris de mangas largas, abotonado hasta el cuello, también un abrigo color crema y unos guantes.
Bajé al comedor.
La familia de Sebastian estaba allí y di los buenos días.
Mi esposo estaba sentado en el extremo y me tensé ante su presencia, me sonrojé de la nada ante su mirada de aguas cristalinas.
Pensar que también estaba enamorado de mí me hizo sentir una emoción en el estómago, como agitaciones.
Me correspondía y eso me alegraba tanto.