Julen está haciendo una pasantía en una empresa de renombre. ¡La oportunidad de sus sueños! Pero las cosas se complican cuando descubre que su jefe, Christian, se ha enamorado de un secretario dulce. ¿Quien es ese secretario? Ficción romántica B
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COSAS NUEVAS
Cuando abro mis ojos, siento una ligera molestia en mi cabeza y un dolor agudo me hace soltar un quejido.
—¡Ay! ¿Qué pasó? —Pregunto medio adormilado.
Comienzo a palpar las cobijas, la luz del sol se escurre por la ventana y descubro un bulto a un lado de mí. ¿Una persona? ¿Quien es? Me siento en la cama, me tallo los párpados y entonces, le quito las cobijas.
Estaba acostado boca abajo, su espalda estaba desnuda y allí pude darme cuenta del ritmo de su respiración.
—¿Estas dormido? —Es lo primero que le pregunto.
Pero Erick parece estar muy dormido. Es sábado, hoy no es día de madrugar para ir al trabajo.
Mi celular vibra.
Raul: ¿Podrías venir a ayudarme con la florería? Mi mamá está un poco enferma y quiero llevarla al médico. ¿Podrías venir? ¡Por favor!
Bostezo un poco mientras escribo mi respuesta.
Julen: Sí. Llego en un rato.
Me levanto de la cama, parece que esta es la habitación de ¿Erick? Camino hasta el sanitario y hago mis necesidades. Tiro la carga de agua y me detengo hasta el espejo. ¡Yo llevo la ropa puesta! Mi playera, mi bóxer y los pies descalzos. Enjuago mi rostro y hago unos cuantos ejercicios de estiramiento.
Salgo del sanitario. Erick está sentado en la cama y veo su pecho desnudo.
—¡Buenos días! —Le saludo cordial.
—Hola Julen. ¿Dormiste bien?
—Sí. ¿Esta es tu habitación?
—No. Es la habitación de huéspedes de Kevin. Estamos en su departamento.
Aclare mi duda.
—¿Me emborrache?
—Todos lo hicimos. ¿Te acuerdas?
—No.
Note que sonreía.
—Bueno. Eso explica algunas cosas.
Su mirada se tornó curiosa. Se puso de pie, su bóxer era de color guinda y sin querer me percaté de su erección. ¿Qué le pasaba?
—Tomare un baño —dijo él.
—¡Excelente!
—¿Tienes hambre? —No entendí su pregunta.
—No. Quiero vomitar.
Cerró la puerta y segundos después, el sonido de la regadera empezó a inundar la habitación. ¿Que acababa de suceder?
...🍬🍬🍬...
Son las seis de la tarde cuando unos clientes abandonan la tienda. ¡Acabo de vender un ramo de tulipanes!
Doy vuelta al letrero que cuelga de la puerta principal y ahora dice “CERRADO”. Subo el volumen a la canción y Claudia Lewis de M83 empieza a sonar. Recojo los tallos de la mesa, acomodo las cintas y pliegos de papel para envoltura.
Destape una paleta Tupsi y la metí en mi boca.
—¿Que haces aquí? —Su voz me asusta.
Hacemos contacto visual, no sé si debo sonreír o gritarle.
—¿Por qué entraste?
Mi pregunta le causó un poco de molestia.
—¿Trabajas aquí en fin de semana?
—No. Bueno, no.
Medito en mi respuesta. Traía un cigarrillo en la mano y eso me sorprendió aún más.
—¿No, o sí?
—Solía trabajar aquí.
—¿Solías? Tú…
—Como sea, eres muy preguntón —no me dio miedo decirle eso.
—Soy tu jefe.
—Hoy no. Es sábado.
—Tú eres muy rezongon.
Me reí.
—Sí me lo han dicho.
Me quite el delantal de cuero.
—¿Por qué no fuiste a mi oficina ayer? Te pedí que fueras.
—No puedes fumar aquí —le informe.
—Como tú digas.
Humedeció el cigarro con un atomizador que estaba sobre la mesa. Asentí complacido.
—¿Encontraste tu llave? —Me atreví a preguntarle.
—Lo encontré.
—¿En donde?
—Lo importante es que lo encontré. Y tú, ¡me desobedeciste!
No pude evitar carcajearme.
—Oye, tranquilo. ¡Que intenso te estás poniendo!
Camine a la barra de cobro y apague el ordenador. Tome mis cosas, apague la música.
—Ya voy a cerrar.
—Quiero unas flores.
Sus pupilas irradiaron autoridad.
—¿De cuáles quieres?
—Recomiéndame algo.
—¿Cual es la ocasión?
—Son para alguien especial.
—¿Tu novia? —Mi tono de voz sonaba a incredulidad.
—Sí.
—¿Cómo se llama ella?
—Juls
—¿Juls? Es un bonito nombre.
Sus labios se curvaron en una sonrisa amplia y su entrecejo irradió picardía. ¿Qué le pasaba?
—¿Por qué no te sacas la paleta de la boca cuando hablas? No me parece ético de tu parte.
¿Ético? ¿Él era ético conmigo? Le hice caso.
—Bueno. ¿Te parece bien un ramo de dalias?
—¿Cuáles son las dalias?
Sonreí. Señalé con mi índice en dirección a un bote de aluminio repleto de dalias blancas y lilas. Christian se acercó para examinarlas.
—Está bien. ¡Me llevaré estas!
Asentí. Empecé a armar el ramo.
—Ayer me dijiste que no podías ir a mi casa el día de hoy. ¿Era por esto?
—No. Mi amigo me pidió a última hora que viniera a cuidar su negocio.
—¿Tu amigo es el dueño?
—Sí.
—¿Y que sueles hacer los fines de semana?
Corte unas ramas de helecho y las acomodé alrededor de las flores.
—Descansar y hacer mis quehaceres.
—¿Donde vives?
—En una casa.
Mi respuesta le enfado y su reacción me causó gracia. La paleta se deshacía en mi boca y no me importo no ser ético con Christian.
—Tu respuesta es muy infantil. ¿Cuantos años tienes? —Quiso saber.
—Diecinueve. ¿Y tú?
—Treinta.
—Súper bien. ¿Que color de papel prefieres?
Espere su respuesta, examinó las opciones disponibles.
—Quiero el de color blanco.
Asentí. Corte un pliego, lo puse sobre la mesa y empecé a acomodar las flores.
—¿De verdad conseguiste una novia?
—¿Dudas de mí?
—No, pero me sorprende mucho. Apenas esta semana te acompañe a una cita y…
—¿Quieres ir a cenar conmigo? —Cambió el tema rapidísimo.
—Yo…No creo, tengo…
—¿Me estas volviendo a rechazar?
—Bueno, es que…
—¿Sabes que soy Christian Garrido, el hombre más importante de esta ciudad?
—Sí. Yo sé que ese es tu nombre, pero…
—¿Sigues dudado de mí?
Termine de arreglar el ramo de flores, me recargue contra la mesa.
—No, yo solo…
—Ven, pasa la tarde conmigo.
En sus ojos, la autoridad se veía reflejada.
—No puedo, tengo…
—Te pagaré.
—No es necesario que me pagues. No sé porque siempre quieres…
Y con toda su fuerza, tomó mi rostro entre sus manos.
—Esa paleta en tu boca me distrae mucho.
Sus ojos estaban bien enfocados en mis ojos y mi corazón se aceleró de repente. Bajo la vista a mi boca.
—¿Que haces? —No me dio miedo preguntarle.
La cercanía era evidente, pude sentir su respiración contra mi rostro.
—Acompáñame a cenar. ¡Por favor! —Insustio una vez más.
Sus manos estaban tibias, sentía la presión de su cuerpo sobre mi rostro. Subí mis manos hasta sus manos y agarre sus muñecas.
—Esta bien, cenaré contigo.
Y aleje sus manos de mi rostro.