Nunca imaginé que una simple prueba de embarazo cambiaría mi vida para siempre. Mi nombre es Elizabeth, y hace unos meses, mi vida era completamente diferente. Trabajaba como asistente ejecutiva para Alexander, el CEO de una de las empresas más importantes del país. Alexander era todo lo que una mujer podría desear: inteligente, carismático y extremadamente atractivo. Nuestra relación comenzó de manera profesional, pero pronto se convirtió en algo más. Pasábamos largas horas juntos en la oficina, y poco a poco, la atracción entre nosotros se volvió innegable.Nuestra relación terminó abruptamente cuando Alexander decidió que era mejor para ambos si seguíamos caminos separados. Me dejó con el corazón roto y una promesa de no volver a cruzar nuestros caminos. Pero ahora, con un bebé en camino, mantener ese secreto se vuelve cada vez más difícil.Decidí no decirle nada a nadie, especialmente a él. No podía arriesgarme a que esta noticia se filtrara y arruinara su carrera.
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¡CONTINÚA INVESTIGANDO!
Alexander.
Me encontraba sumido en mis pensamientos cuando, de repente, se abrió la puerta y Vanessa entró en la habitación.
—Hola, cariño —comentó, acercándose a mí para darme un beso.
Sin embargo, me aparté, levantando una mano para detenerla.
—Te pido que no te acerques y que no me llames cariño. Tú y yo no somos nada —le expresé con firmeza.
Vanessa se detuvo, observándome con enojo.
—¿Cómo puedes decir eso? Estamos comprometidos, vamos a tener un hijo —respondió, cruzando los brazos.
—Eso es lo único que hay, Vanessa. Asumiré la responsabilidad de nuestro hijo, pero no estoy obligado a amarte —le respondí, intentando mantener la calma.
Ella comenzó a reír, una risa amarga y burlona.
—¿Todavía sigues esperando a tu amor? —dijo con sarcasmo—. Acepta la realidad: yo soy esa realidad y el hijo que llevo en mi vientre.
La observé, experimentando una profunda mezcla de frustración y tristeza.
—Aunque insistas en que eso es mío, estoy seguro de que no lo es. Y pronto tendré la certeza de ello. Somos conscientes de que entre tú y yo no existe una verdadera cercanía. Yo estaba borracho, pero aún así lograba mantener la conciencia —le respondí, firme y decidido.
Vanessa me observó con una expresión de desdén en su rostro.
—Cree lo que quieras —replicó, encogiéndose de hombros de manera despreocupada.
La observé mientras se alejaba de la habitación, escuchando cómo la puerta se cerraba con un estruendo. Me sentí sumido en un silencio abrumador, incapaz de despejar mi mente de las confusas emociones que me invadían. La conversación con el investigador había reavivado una chispa de esperanza en mi interior, una esperanza que había creído enterrada para siempre. Si esos niños realmente eran míos, no podía quedarme de brazos cruzados; debía descubrir la verdad, cueste lo que cueste.
Me levanté de la silla y me dirigí hacia la ventana, contemplando el horizonte. Rememoré los momentos compartidos con Elizabeth y los sueños que forjamos juntos. ¿Cómo había llegado a esta situación? ¿Cómo permití que mi vida se desmoronara de tal forma?
En ese instante, la puerta se abrió nuevamente y Vanessa asomó la cabeza.
—No olvides que mis padres vienen a cenar esta noche... cariño —dijo ella, esbozando una pequeña sonrisa antes de cerrar la puerta nuevamente.
Solté un suspiro, consciente de que debía enfrentar esa cena, aunque lo único que realmente deseaba era evitar estar en la misma habitación que Vanessa y sus padres. Me encaminé hacia el baño y me lavé la cara, intentando aclarar mi mente de toda preocupación.
La tarde transcurrió de manera pausada y, antes de que pudiera percatarme, llegó la hora de la cena. Me vestí con un traje formal y descendí al comedor. Vanessa ya se encontraba allí, organizando la mesa con una sonrisa forzada en su rostro.
—Mis padres llegarán en cualquier momento —comentó, sin dirigirme la mirada.
—Más te vale comportarte como una pareja feliz —le comentó ella con un tono firme.
—Exiges demasiado. ¿Por qué pretender ser algo que no somos? —respondí con seriedad y una mirada fría.
Tomé asiento en la mesa y me quedé allí, en silencio, esperando a que la cena diera inicio. No pasó mucho tiempo antes de que los padres de Vanessa llegaran, y, con su llegada, la cena comenzó oficialmente.
A medida que la comida avanzaba, la conversación se mantenía en un nivel superficial y notoriamente tenso. Vanessa se esforzaba por proyectar una imagen de felicidad, sonriendo y respondiendo a las preguntas de sus padres con entusiasmo, pero, por mi parte, me resultaba cada vez más difícil concentrarme en lo que decían. Mis pensamientos se dispersaban mientras intentaba descifrar cómo había llegado a este punto, sintiéndome atrapado en una situación que no podía controlar.
—Alexander, ¿cómo va el trabajo? —preguntó el señor Luis, padre de Vanessa, en un intento por iniciar una conversación.
—Bien, gracias —respondí, sin demostrar mucho entusiasmo.
La madre de Vanessa me observó con interés.
—¿Te sientes emocionado por la llegada del bebé? —inquirió, esbozando una sonrisa.
—Sí, por supuesto —respondí, tratando de sonar convincente.
Vanessa me dirigió una mirada de advertencia, pero decidí ignorarla. Mi mente estaba en otro lugar.
Tras lo que pareció ser una eternidad, finalmente concluyó la cena. Los padres de Vanessa se despidieron y se marcharon, dejándonos a solas en la casa.
—Gracias por comportarte —comentó Vanessa, con un tono sarcástico.
—No lo hice por ti —respondí, mientras me levantaba de la mesa.
Me dirigí a mi estudio y cerré la puerta tras de mí. Necesitaba formular un plan. Era fundamental localizar a Elizabeth y determinar si esos niños eran realmente míos. Tomé mi teléfono y contacté al investigador.
—Necesito para que sigas investigando. Quiero conocer todo lo que puedas sobre esos niños —le dije con firmeza.
—De acuerdo, señor. Le mantendré al tanto —respondió el investigador.
Colgué la llamada y me recosté en la silla, mirando al techo. La esperanza y el miedo se entrelazaban en mi corazón. Debía conocer la verdad y no descansaré hasta hallarla.
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