— Mami, estás viva. — Sus ojos verdes igual a los míos me hacen sobre saltarme, imposible. No puede ser, esté niño es...
— Byron. — Podría reconocer esa voz en cualquier lugar. La tengo gravaba en mi memoria cómo si fuera mi maldita canción favorita.
— Papi, encontré a mamá. — Estaba a unos metros del hombre que ame por más de una década, el hombre de 1.87, cabello negro, ojos grises azulados, hombros anchos, labios sexis y rostro apuesto. El era la definición de perfección.
¿Alguna vez le han regalado flores a un hombre? Yo si. Es el que está frente a mí en éste momento.
Lo recuerdo de niño, ¿cómo no me dí cuenta antes? Quizás por qué has estado luchando por olvidar todo de el. Así que no notaste que el pequeño aquí es su viva imagen. Contestó mi voz interior.
— Aléjate de mi. — Ordene a al mocoso. Mi voz antes normal se volvió fría.
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¿Debería creerte?
... No sabía si estaba haciendo lo correcto. Usar a Joseph no era una buena idea. ¿Qué pasa si el de verdad tiene sentimientos por mi? ¿Qué pasa si lo lastimo como Luke me lastimo?
No. Yo nunca lastimarla a un hombre de esa forma. Seré honesta con el. Después de la cita le diré por qué acepté, si todavía quiere salir conmigo aceptaré salir una vez más. Y si no, todo terminará ahí.
Al estar frente a mi armario, no sabía que ponerme. Toda la ropa era oscura y gris. ¿Quien va a una primera cita con ropa de estos colores? El dijo que le gustaba mi personalidad, supongo que me creé una chica ruda. Pero está muy equivocado, no me visto de negro para parecer alguien fuerte, ruda e inaccesible, me visto de negro por qué si uso colores me siento como mi yo del pasado. Y odio sentirme como esa niña ingenua que destruyeron.
Tomé un pantalón de mezclilla negro deslavado, una blusa gris oscuro, unos aretes pequeños de diamantes, ate mi cabello en una cola alta y me maquille un poco. Mis labios rosados contrastaban con todo lo demás. Me sentí linda por un momento. Pasó rápidamente.
No soy hermosa.
La hora acordaba habia llegado, baje las escaleras con una gran sonrisa. Se borró rápidamente cuando vi al engendro de Luke.
— ¿A dónde vas? — Lo ignore y salí por la puerta principal. Joseph llegó puntual. Me sorprendió que en lugar de su motociclista habitual, tenía un auto, su chófer le abrió la puerta y el me la abrió a mi.
— Adelante hermosa señorita. — Le sonreí y subí, mire por la ventana, quería ver la cara de Susan, la de su esposo Román y por supuesto, la de Luke. ¿Qué pensaran ahora que me han visto con un hombre que compite con la belleza de su hijo? Si ambos van a un concurso seguro quedan empatados. Yo no sabría por quién votar si no los conociera. Conociendo a ambos votaría por Joseph, haría cualquier cosa para fastidiar a Luke.
— ¿A dónde vamos? — No sé si era mi ansiedad, pero ya habíamos pasado un buen rato en el auto.
— Ya casi llegamos. — No sabía que me esperaba, jamás había salido con nadie, ¿qué tenía que esperar? ¿Qué tenía que hacer? ¿Cómo debía actuar? No soy de las que ve películas románticas, tampoco me gustaba mucho leer novelas, prefería hacerlas en mi cabeza, yo era la protagonista, y obvio adivinan quién era el protagonista. Resulta que mi novela termino conmigo de villana. — Te he observado, note que te gustan las cosas elegantes y discretas. — No es que me guste lo discreto, lo que sucede es que no me siento cómoda con toda la gente mirándome. Cualquiera que me ve no adivinaría que nací en una familia adinerada. Pensarían que soy alguien que pudo colarse en la clase alta por los hombres con los que salgo. — Siéntate aquí. Tiene la mejor vista. — Era verdad, toda la ciudad se veia desde aquí.
— Pensé que tu...
— ¿Qué era un vagabundo?
— No. Bueno, no sabía que podías conseguir un lugar cómo esté.
— Eso significa que no me prestas atención. Sabrías que soy rico con sólo escuchar mi apellido. Pero apuesto que ni siquiera sabes eso de mi. — Un sentimiento similar a la vergüenza pasó por mi cuerpo, en realidad nadie me importaba, sólo mi amiga Sierra. De los demás apenas conocía sus caras. Nunca les puse atención a los nombres, me aprendí el de Joseph por qué lo escuchaba a diario. Pero de ahí en fuera no tengo idea de cómo se llaman los otros y otras. — Acabas de herir mi ego. — No se escucha molestó. Al contrario, era como si le agradará saberlo. — Mi apellido es Hale, ¿has escuchado de él?
Vivía al margen de la sociedad poderosa, pero sin duda ese apellido me sonaba.
— Creo que se dedican a la elaboración de autos. — O algo así.
— Autos, motocicletas, bicicletas, patinetas, patines. Incluso hemos diseñado limusinas para la realeza. — Asentí sin saber que pensar. — No te ves impresionada.
— ¿Debería estarlo? — ¿Por qué me impresionaria la riqueza? Crecí rodeada de ella, disfrute sus beneficios por 17 años. Claro. El y nadie podría adivinarlo. Mi forma de vestir no es cómo la de nuestras compañeras millonarias. Antes era así también, me gustaba vestir de marca. Aunque normalmente estaba llena de pintura, no quería arruinar los vestidos carísimos, así que en mi casa usaba ropa sencilla . Sólo en fiestas, cumpleaños y salidas a restaurantes hacía uso de mi ropa cara.
— Lo sabía. Eres diferente.
— ¿Diferente?
— No te impresiona el dinero a pesar de no tenerlo. Eso me gusta. Entre más te conozco, más cosas me gustan de ti. — Algo se movió en mi interior. Escuchar a un chico guapo hablando así me hizo sentir halagada. Pero también me sentí mal por haberlo engañado.
— Joseph.
— Dime.
— En realidad yo...
— Aquí tienen. — El mesero interrumpió con la botella de vino que habíamos pedido. La abrió y sirvió dos copas de vino. Tomé un sorbo y los recuerdos llegaron de nuevo. Solía beber buenos vinos a escondidas y con ayuda de mi nana, ella sabia lo mucho que me gustan y se las ingeniaba para darme una copa a escondidas. Sólo una, por qué yo era menor de edad, gracias a ella puedo presumir que tengo bastante tolerancia al alcohol. Sonreí al recordar esos bellos momentos.
— Ríe más seguido. — Mis ojos pasaron de la copa al rostro de Joseph. Su mirada cálida me gustó. Nunca nadie me había visto así. Y no quería arruinarlo contándole la verdad detrás de aceptar la cita. — Me encanta tu sonrisa. — No supe que responder. ¿Qué se responde en momentos como esté? No sé. Juro que no se. ¿Decir gracias sería muy formal? Reír cómo tonta me haría parecer eso, una tonta.
— ¿Y a cuantas les has dicho lo mismo? — Ponerme a la defensiva fue lo que se me ocurrió. El se encogió de hombros nervioso.
— Hay muchas chicas con lindas sonrisas.
— Por lo menos estás siendo sincero. — Está vez se puso rígido.
— Pero sin duda la tuya es la más hermosa que he visto.
— ¿Debería creerte?
— Se supone que lo hagas. — Ambos sonreímos.