Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 23: El Último Grito
El viento ululaba entre los árboles mientras el grupo descendía de la montaña. El espíritu de la luz, ahora liberado, había desaparecido en una ráfaga de energía pura, pero la advertencia de que la oscuridad vendría con más fuerza resonaba en sus mentes. Nadie hablaba, pero el peso de lo que habían enfrentado —y lo que aún estaba por llegar— los envolvía como una nube densa y opresiva.
Erika sentía la tensión en cada paso. Aún podía sentir los ecos de su propio miedo desvanecerse, pero también sabía que lo peor estaba por venir. Las sombras que habían acechado en las profundidades de la cueva ahora estaban despertando más allá del bosque, en el corazón del pueblo que tanto amaban.
Al llegar a la entrada del bosque, el paisaje que una vez había sido familiar parecía ajeno. Todo estaba en silencio, un silencio que parecía antinatural, cargado de presagio. Clara fue la primera en hablar, su voz apenas un susurro.
—Algo no está bien...
Erika asintió. Lo sentía también. El aire estaba demasiado quieto, como si el propio mundo estuviera conteniendo la respiración. Cuando comenzaron a caminar hacia el pueblo, una sensación de inquietud se apoderó de ellos. Las calles estaban vacías. Las casas, que alguna vez estuvieron llenas de vida, ahora parecían abandonadas.
—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Lía, su voz temblando de preocupación.
—Debe ser la oscuridad —respondió Lyra, su mirada fija en las sombras que se alargaban a lo largo de las paredes—. Está aquí... lo sabemos.
Mientras caminaban más profundamente en el pueblo, los susurros comenzaron. Primero, apenas audibles, como si el viento se llevara voces desde lejos. Pero luego, se volvieron más claros, más persistentes, como si alguien estuviera justo detrás de ellos, susurrando en sus oídos.
—¿Oyen eso? —preguntó Clara, su rostro pálido.
—Sí —respondió Erika, apretando los dientes—. No estamos solos.
De repente, las luces de las farolas comenzaron a parpadear, sumergiendo las calles en una danza de luces y sombras. Y en ese momento, lo vieron. En la distancia, una figura alta y encorvada se movía lentamente por las calles desiertas. Su silueta parecía estirarse y encogerse a medida que se deslizaba en las sombras, como si estuviera hecha del mismo material oscuro que la envolvía.
—¡Es la oscuridad! —gritó Lía, retrocediendo con miedo.
La figura avanzaba, y aunque no tenía rostro, todos podían sentir su mirada fija en ellos, como un depredador acechando a su presa.
—¡Corran! —gritó Erika, y sin pensarlo dos veces, todos comenzaron a correr.
El sonido de sus pasos resonaba en las calles vacías, pero por mucho que corrieran, la figura oscura siempre parecía estar un paso detrás. Los susurros se convirtieron en gritos, y la oscuridad alrededor de ellos comenzó a retorcerse, como si el propio aire estuviera vivo y tratando de atraparlos.
Erika sintió el frío escalofriante en su piel, como si las sombras estuvieran extendiendo manos invisibles para atraparla. Sabía que no podrían escapar corriendo. Se detuvo en seco, girándose para enfrentar a la figura.
—¡No podemos seguir huyendo! —gritó, su voz firme—. ¡Tenemos que luchar!
Los demás se detuvieron, mirando a Erika con incredulidad, pero también sabían que tenía razón. No podían huir para siempre. Si no enfrentaban a la oscuridad aquí y ahora, los consumiría.
Clara, Lyra y Lía formaron un círculo alrededor de Erika, sus rostros llenos de determinación y miedo a partes iguales.
—¿Cómo vamos a luchar contra eso? —preguntó Lía, temblando mientras miraba la oscura silueta que se acercaba lentamente.
—El espíritu nos dijo que debíamos enfrentar nuestros miedos —respondió Erika, su voz firme—. Esto es lo que significa. Si dejamos que el miedo nos controle, la oscuridad ganará.
La figura se detuvo a pocos metros de ellos. Su presencia era sofocante, como si el aire mismo hubiera sido drenado de vida. Erika sintió que el terror comenzaba a apoderarse de ella, pero no podía permitirlo. Inspiró profundamente y dio un paso adelante.
—¡No te tememos! —gritó, con la voz temblorosa pero decidida.
La figura oscura pareció vacilar por un momento, como si las palabras de Erika la hubieran tocado. Pero luego, los susurros se hicieron más fuertes, más ensordecedores. Las sombras se agitaron violentamente, y el aire alrededor de ellos se volvió pesado y frío.
Erika apretó los puños, luchando por no sucumbir al miedo que comenzaba a nublar su mente. Recordó lo que el espíritu les había dicho: enfrentarse a sus miedos. Este era el momento. Cerró los ojos y se concentró en su respiración, en el calor de la vida que aún corría por sus venas.
De repente, un grito desgarrador resonó en el aire. No era un grito de terror, sino un grito de desafío. Abrió los ojos justo a tiempo para ver a Lyra dar un paso adelante también, su rostro iluminado por la luz vacilante de las farolas.
—¡No te tememos! —gritó Lyra, su voz resonando en el vacío que los rodeaba.
Uno por uno, Clara y Lía también alzaron la voz, desafiando a la oscuridad. Los susurros se intensificaron, pero cuanto más gritaban, más débil parecía la figura. Erika podía sentir que algo estaba cambiando, que su unidad y valentía estaban afectando a la sombra.
La figura oscura se tambaleó, y por un breve instante, Erika vio lo que parecía ser un rostro en la negrura. Un rostro lleno de dolor y desesperación. Un grito, el último grito de la figura, llenó el aire mientras comenzaba a desmoronarse, las sombras que la componían disipándose en la fría brisa de la noche.
Y luego, todo quedó en silencio.
El grupo se quedó allí, respirando pesadamente, mirando incrédulos el lugar donde la figura había estado. La oscuridad que los había perseguido durante tanto tiempo se había ido, al menos por el momento.
—Lo logramos —susurró Clara, su voz entrecortada.
Erika se desplomó en el suelo, agotada pero aliviada. Sabía que esto no era el final. La oscuridad aún acechaba en algún lugar, esperando una oportunidad para volver. Pero por ahora, habían ganado una pequeña batalla.
—Por ahora —murmuró Erika, mirando hacia la montaña en la distancia—. Pero todavía hay mucho más por venir.
El último grito de la oscuridad seguía resonando en sus oídos, un recordatorio de que la verdadera batalla aún no había comenzado.
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.