Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Nuestra ultima noche
La última noche antes de la partida de Darian llegó más rápido de lo que había anticipado. El día había sido un torbellino de emociones, y la ansiedad me invadía mientras me preparaba para verlo. Sabía que esta noche sería nuestra última oportunidad para estar juntos antes de que él se fuera. Mis sentimientos eran una mezcla de tristeza y agradecimiento por haber tenido la oportunidad de conocerlo.
Darian llegó a mi casa en la noche, como de costumbre, trepando por la ventana de mi habitación. Me encontré esperando junto a la ventana, con la misma mezcla de nerviosismo y emoción que sentía cada vez que él venía a verme. Cuando lo vi, me sentí como si el tiempo se detuviera por un momento, como si solo existiéramos nosotros dos en el mundo.
—Hola —dije en un susurro, mientras él entraba por la ventana.
—Hola, Alana —respondió, con una sonrisa que iluminó su rostro a pesar de la oscuridad de la noche.
Nos abrazamos, y sentí la calidez de su cuerpo contra el mío. No quería soltarlo, no quería que este momento terminara.
—Te extrañaré tanto —dije, con la voz quebrada.
—Y yo a ti —respondió Darian, acariciando mi cabello—. Pero esta no es una despedida para siempre. Prometo que volveré.
Nos sentamos en mi cama, uno al lado del otro, y comenzamos a hablar sobre todo y nada a la vez. Era como si quisiéramos aprovechar cada segundo, absorber cada palabra y cada gesto.
—He pensado mucho en nosotros —dijo Darian, mirándome a los ojos—. En lo que hemos vivido juntos y en lo que nos espera en el futuro. No sé qué pasará, pero sé que siempre te llevaré en mi corazón. Y te prometo que serás mi ultimo amor.
Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas, pero me obligué a sonreír. No quería que nuestra última noche juntos fuera triste.
—Yo también he pensado mucho —dije, tomando su mano—. Sé que nuestras vidas tomarán caminos diferentes, pero siempre recordaré estos momentos. Siempre recordaré lo que hemos compartido.
Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la compañía del otro. Finalmente, Darian rompió el silencio.
—Mañana por la mañana, tengo que irme al aeropuerto temprano —dijo, su voz teñida de tristeza—. Me gustaría que vinieras a despedirme.
Mi corazón se encogió ante la idea de tener que despedirme de él en el aeropuerto, pero sabía que era lo correcto. Quería estar allí para decirle adiós, aunque me doliera.
—Claro —dije, asintiendo—. Estaré allí.
Pasamos el resto de la noche hablando, riendo y recordando los momentos felices que habíamos compartido. A medida que la noche avanzaba, nos acercamos más y más, hasta que finalmente nuestros labios se encontraron en un beso profundo y apasionado. Sentí como si todo el amor y la tristeza que sentíamos se concentraran en ese beso.
Nos separamos y nos miramos a los ojos, sabiendo que este momento era especial. Nos acostamos juntos en la cama, abrazados, y dejamos que el silencio hablara por nosotros. Sentí su respiración contra mi piel, y supe que nunca olvidaría esta noche.
A medida que la noche avanzaba, Darian y yo nos sumergimos en una serie de actividades que nos permitieron desconectar del dolor inminente de su partida. Comenzamos por cocinar juntos en la pequeña cocina de mi casa. Siempre había algo mágico en preparar comida con alguien a quien amas. Elegimos hacer una pizza casera, algo sencillo pero que requería trabajo en equipo.
Agradecía que mi madre tenia nuevamente turno de noche, así que esta era unas de las mejores noche que tendré.
—¿Me pasas la harina? —pregunté, mientras extendía la masa sobre la encimera.
—Claro, aquí tienes —dijo Darian, sonriendo mientras me entregaba el paquete.
Nos reímos y bromeamos mientras preparábamos los ingredientes. El proceso de cocinar juntos se convirtió en una metáfora de nuestra relación: un esfuerzo conjunto lleno de risas, pequeños desastres y momentos de complicidad. Darian me llenó la nariz de harina en un momento de travesura, y yo respondí untándole salsa de tomate en la mejilla.
—¡Ahora pareces un payaso! —dije, riendo.
—Y tú, un fantasma —respondió él, limpiándose la salsa con un dedo y probándola.
Una vez que la pizza estuvo lista, la metimos en el horno y nos quedamos mirando cómo se cocinaba, abrazados frente al calor del electrodoméstico. En esos momentos simples y domésticos, encontraba una paz que sabía que extrañaría profundamente.
Cuando la pizza estuvo lista, la llevamos a la sala de estar y nos sentamos en el suelo, disfrutando de nuestra creación. Mientras comíamos, hablamos de todo y de nada, de nuestros sueños y miedos, de lo que habíamos aprendido el uno del otro.
—Siempre recordaré esta noche —dijo Darian, con un trozo de pizza en la mano—. Hicimos una buena pizza.
—Y tuvimos un buen momento juntos, aunque fuera por poco tiempo —respondí, sintiendo un nudo en la garganta.
Después de comer, decidimos ver una película. Elegimos una comedia romántica que ambos habíamos visto antes y que siempre nos hacía reír. Nos acurrucamos en el sofá, y mientras la película avanzaba, sentí que cada momento era un pequeño tesoro que estaba almacenando en mi corazón.
A medida que la noche se convertía en madrugada, decidimos salir al jardín. La noche estaba clara, y las estrellas brillaban con una intensidad que parecía estar reservada solo para nosotros.
—Mira, una estrella fugaz —dijo Darian, señalando el cielo.
—Pide un deseo —respondí, cerrando los ojos y concentrándome en el momento.
No le pregunté qué había deseado, y él no me preguntó a mí. Sabíamos que algunos deseos eran mejor guardarlos en secreto.
Nos tumbamos en el césped, mirando las estrellas y hablando en voz baja. Darian me contó historias de su infancia, de sus sueños y aspiraciones. Yo hice lo mismo, compartiendo partes de mi vida que no había contado a nadie más. Era como si, en esa última noche, quisiéramos compartir todo de nosotros mismos antes de la despedida.
Me incliné hacia él y lo besé, un beso lleno de amor y gratitud. Nos quedamos allí, abrazados bajo las estrellas, sintiendo la conexión profunda que habíamos formado.
Finalmente, volvimos a entrar en la casa. La noche se estaba acabando y sabíamos que pronto llegaría el momento de la despedida. Pero por ahora, queríamos disfrutar cada segundo que nos quedaba juntos.
Nos sentamos en la cama, hablando en susurros. La tristeza en nuestros corazones se veía mitigada por la cercanía y el amor que compartíamos. Sentí que podía quedarme en ese momento para siempre, que no necesitaba nada más que su presencia.
—Prométeme que no te olvidarás de mí —dije, con lágrimas en los ojos.
—Nunca podría olvidarte, Alana —respondió Darian, acariciando mi mejilla—. Eres una parte de mí ahora, siempre lo serás.
Nos besamos de nuevo, un beso largo y apasionado que parecía encapsular toda nuestra historia juntos. No había palabras suficientes para describir lo que sentíamos, pero ese beso lo decía todo.
Nos acostamos juntos, abrazados, y dejamos que el silencio hablara por nosotros. Sentí su respiración contra mi piel, y supe que nunca olvidaría esta noche. A medida que la noche avanzaba, el sueño me fue venciendo, y finalmente me quede dormida, abrazándolo y en paz.