Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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: El Retiro en la Selva
La luz tenue del amanecer comenzaba a filtrarse por las cortinas de la pequeña habitación de Griffin cuando el sonido de un suave golpeteo en la puerta lo despertó. Se había quedado dormido tarde la noche anterior, después de horas de caminar por las calles de Amanecer y pensar en las palabras de Amaris. A pesar de su cansancio, el sueño había sido esquivo, lleno de pensamientos contradictorios y sueños inquietos.
Griffin se levantó con lentitud, su cuerpo aún tenso por la falta de descanso, y se dirigió a la puerta. Al abrirla, encontró a uno de los guardias del castillo de pie, con una expresión seria en su rostro
—El señor feudal solicita tu presencia, cazador —dijo el guardia, con tono respetuoso.
Griffin frunció el ceño, pero asintió. No era raro que le pidieran su ayuda para misiones difíciles, especialmente después de la reciente victoria contra los rebeldes corrompidos. Sin embargo, algo en la mirada del guardia le decía que esta vez era diferente.
Después de vestirse rápidamente y asegurarse de que su espada estaba en su vaina, Griffin siguió al guardia por los pasillos del castillo hasta el salón principal. Al entrar, fue recibido por la imponente figura del señor feudal, sentado en su trono, rodeado por algunos de sus consejeros. Pero lo que captó la atención de Griffin de inmediato fue el mapa extendido sobre la mesa frente a ellos.
—Griffin —dijo el señor feudal, su voz grave—, me alegra que hayas venido. Tenemos un nuevo problema en el sur, uno que requiere tus habilidades especiales.
Griffin cruzó los brazos, inclinando ligeramente la cabeza en señal de interés.
—¿Qué clase de problema? —preguntó.
El señor feudal hizo un gesto a uno de sus consejeros, quien rápidamente desplegó más detalles del mapa. Griffin reconoció la región de inmediato: la selva del sur, una tierra vasta y densa, conocida por ser el hogar de numerosas criaturas salvajes y tribus hostiles. Sin embargo, lo que llamó su atención fue una marca específica en el mapa, una zona que parecía estar en el centro de la actividad.
—En las últimas semanas, hemos recibido informes de un grupo de bandidos que se han asentado en esa región —explicó el señor feudal—. Han estado atacando aldeas cercanas, saqueando caravanas y, lo peor de todo, han comenzado a realizar rituales oscuros en nombre de Joryit, el dios de las bestias y la brutalidad.
Al escuchar el nombre, Griffin sintió un escalofrío recorrer su espalda. Joryit. El enemigo de Herodio. Los seguidores de Joryit eran conocidos por su crueldad y su adoración a la violencia y el caos. A menudo se entregaban a la brutalidad más salvaje, creyendo que, al hacerlo, se acercaban a su dios. Griffin había enfrentado a adoradores de Joryit antes, y cada vez había sido una batalla sangrienta y despiadada.
—Los informes indican que han estado capturando esclavos y sacrificándolos en rituales para invocar a las bestias que adoran —continuó el señor feudal—. Ya han destruido tres aldeas, y tememos que se estén preparando para atacar a una mayor. Si no los detenemos, podrían extender su influencia hacia nuestras tierras.
Griffin miró el mapa en silencio, sus pensamientos oscilando entre la misión que se le presentaba y la confusión que seguía pesando sobre su corazón desde la conversación con Amaris. Por un momento, la tentación de rechazar la misión se cruzó por su mente. No porque no fuera capaz de enfrentar a esos bandidos, sino porque no estaba seguro de poder concentrarse con todo lo que estaba ocurriendo en su vida personal.
Pero, al mismo tiempo, sabía que necesitaba espacio para pensar. Y quizás, alejarse de Amanecer por un tiempo, embarcarse en una misión en solitario, le daría el tiempo y la claridad que necesitaba.
—Acepto la misión —dijo finalmente, su voz firme.
El señor feudal asintió con aprobación.
—Sabíamos que podíamos contar contigo. Partirás al amanecer. Te hemos preparado un caballo y provisiones para el viaje. Una vez llegues a la región de la selva, deberás rastrear a estos bandidos y eliminarlos antes de que puedan causar más daño.
Griffin asintió, sabiendo que no había tiempo que perder. Mientras el señor feudal continuaba dándole detalles sobre la misión, su mente ya comenzaba a formarse un plan. Los adoradores de Joryit no serían fáciles de vencer, pero con la luz de Herodio de su lado, confiaba en que su espada le daría la ventaja necesaria.
Cuando finalmente abandonó el salón del trono, Griffin se encontró caminando por los pasillos del castillo con una sensación de inquietud. Sabía que esta misión sería peligrosa, pero también sabía que necesitaba este tiempo para él mismo. Necesitaba alejarse de todo lo que estaba sucediendo con Amaris, de los sentimientos contradictorios que lo atormentaban desde que ella le confesó que eran mates.
Cruzó el umbral del castillo y caminó hacia el establo, donde su caballo ya lo esperaba. El viaje hacia la selva sería largo y peligroso, pero esa era precisamente la distracción que Griffin necesitaba.
El viaje hacia el sur duró varios días, y cada kilómetro recorrido lo alejaba más de Amanecer y de la confusión que sentía en su interior. Mientras cabalgaba por los paisajes cambiantes, desde los llanos abiertos hasta los densos bosques, Griffin no podía evitar reflexionar sobre su vida. La confesión de Amaris había sido un golpe inesperado, y aunque intentaba centrarse en la misión, no podía evitar que sus pensamientos volvieran a ella una y otra vez.
¿Y si aceptar ese vínculo significaba perder la libertad que tanto valoraba? ¿Y si significaba que ya no podría vivir como lo había hecho hasta ahora, libre de ataduras, moviéndose de una misión a otra sin tener que rendir cuentas a nadie?
Por otro lado, había algo en Amaris que lo llamaba de una manera que no podía ignorar. Su fortaleza, su valentía, la forma en que lo entendía sin necesidad de explicaciones. Había sentido una conexión con ella desde el principio, pero nunca había imaginado que fuera tan profunda como el vínculo de mate que ella describía.
El viento cálido del sur comenzó a cambiar a medida que se acercaba a la selva. El aire se volvía más pesado, cargado de humedad, y la vegetación alrededor de él se hacía más densa y salvaje. La selva del sur no era un lugar acogedor; estaba llena de criaturas peligrosas y territorios inexplorados. Los bandidos que adoraban a Joryit no podían haber escogido un lugar más adecuado para sus rituales brutales.
Al llegar al borde de la selva, Griffin desmontó de su caballo y observó la extensión verde que se extendía ante él. Las sombras de los árboles altos y las plantas entrelazadas creaban una atmósfera de misterio y peligro. Sabía que, a partir de ese momento, estaría solo. Su caballo no sería de mucha utilidad en el interior de la selva, así que lo amarró a un árbol cercano y tomó solo lo esencial para continuar a pie.
Mientras se adentraba en la selva, el aire se volvió más denso, y los sonidos de la naturaleza lo envolvieron por completo. Las aves exóticas, los insectos, y el crujido de las hojas bajo sus pies creaban una sinfonía constante que mantenía sus sentidos alerta. El calor era sofocante, y el sudor pronto cubrió su frente, pero Griffin continuó avanzando sin detenerse.
Sabía que los bandidos debían estar cerca. Había oído historias de sus campamentos ocultos en lo profundo de la selva, donde realizaban sus rituales en honor a Joryit, invocando a las bestias que tanto veneraban. Su misión era clara: debía encontrarlos y eliminarlos antes de que pudieran causar más destrucción.
El tiempo en la selva se volvió borroso. Las horas pasaban mientras Griffin rastreaba los signos de actividad, buscando cualquier indicio de los bandidos. A veces, encontraba huellas en el suelo, otras veces, marcas en los árboles que indicaban que alguien había pasado por allí. Finalmente, después de lo que parecieron días de búsqueda, encontró lo que estaba buscando.
Frente a él, oculto entre la espesa vegetación, se encontraba un pequeño claro. Desde su posición, podía ver un campamento improvisado. Había varios bandidos reunidos alrededor de una fogata, sus cuerpos cubiertos de pintura y símbolos tribales que identificaban su lealtad a Joryit. Podía escuchar el sonido de cánticos guturales mientras realizaban uno de sus rituales, probablemente preparando un sacrificio.
Griffin observó con cuidado, analizando sus movimientos. No podía atacarlos de frente, no sin saber cuántos más había en el campamento. Se agachó entre los arbustos, esperando el momento adecuado para moverse. Sabía que enfrentarse a los adoradores de Joryit no sería como combatir a simples bandidos. Estos hombres estaban poseídos por la brutalidad y la ferocidad de su dios, y sus cuerpos, aunque humanos, se movían con la fuerza y la agilidad de bestias.
Pero Griffin no tenía miedo. Sentía la luz de Herodio ardiendo en su interior, y sabía que su espada sagrada estaría a la altura de la tarea. Había combatido a criaturas peores antes, y siempre había salido victorioso.
Mientras esperaba en silencio, escuchó algo que lo hizo tensarse. Desde el interior del campamento, surgieron gritos de terror y súplicas. Griffin entrecerró los ojos y se acercó lo suficiente para ver mejor. Los bandidos habían capturado a varios prisioneros, aldeanos inocentes que ahora estaban siendo llevados hacia el centro del campamento, donde una especie de altar improvisado se alzaba. Sabía lo que eso significaba: un sacrificio en honor a Joryit
La furia se encendió dentro de Griffin. No podía permitir que esos inocentes fueran sacrificados. Sabía que su misión era eliminar a los bandidos, pero en ese momento, lo único que importaba era salvar a los prisioneros antes de que fuera demasiado tarde.
Desenvainó su espada, y al instante, la hoja emitió un resplandor dorado. El poder de Herodio fluía a través de ella, dándole la fuerza y la claridad que necesitaba para enfrentarse a los adoradores de Joryit.
Se preparó para la batalla, sabiendo que lo que vendría sería una lucha brutal, pero también sabiendo que la luz de su dios lo guiaría. Los bandidos no sabían lo que se les venía encima, pero pronto lo descubrirían.
Griffin avanzó hacia el campamento, la espada en alto y el fuego de Herodio ardiendo en su interior. El combate estaba a punto de comenzar, y él estaba listo para purgar la oscuridad con cada golpe.