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Debajo del Piso 32 – Un Romance Prohibido

Debajo del Piso 32 – Un Romance Prohibido

Status: Terminada
Genre:CEO / Romance / Yaoi / Secretario/a / Reencuentro / Romance de oficina / Grumpyxsunshine / Completas
Popularitas:181
Nilai: 5
nombre de autor: jooaojoga

Thiago Andrade luchó con uñas y dientes por un lugar en el mundo. A los 25 años, con las cicatrices del rechazo familiar y del prejuicio, finalmente consigue un puesto como asistente personal del CEO más temido de São Paulo: Gael Ferraz.
Gael, de 35 años, es frío, perfeccionista y lleva una vida que parece perfecta al lado de su novia y de una reputación intachable. Pero cuando Thiago entra en su rutina, su orden comienza a desmoronarse.
Entre miradas que arden, silencios que dicen más que las palabras y un deseo que ninguno de los dos se atreve a nombrar, nace una tensión peligrosa y arrebatadora.
Porque el amor —o lo que sea esto— no debería suceder. No allí. No debajo del piso 32.

NovelToon tiene autorización de jooaojoga para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 4

Thiago no durmió esa noche.

Se quedó acostado en el colchón delgado de su estudio, mirando al techo mohoso, escuchando el ruido de la calle atravesar la ventana mal sellada. El pecho todavía le dolía por la discusión con Gael, pero era un dolor antiguo, familiar. No era la primera vez que alguien le gritaba como si su existencia fuera un error.

La primera vez fue a los diecisiete.

Era un viernes, víspera de feriado. Su madre encontró mensajes en el celular. Cosas simples: un "me gustó verte hoy" de un compañero de la escuela. Un corazón. Un beso tecleado. Demasiado pequeño para ser un crimen. Demasiado grande para ser aceptado en aquella casa.

La conversación fue rápida.

—¿Tú eres... eso?

—¿Eso qué?

—Tú sabes. Ese tipo de gente.

El padre no dijo nada. Solo miró, con asco. Como si Thiago hubiera dejado de ser hijo y se hubiera convertido en un cuerpo extraño.

Dos semanas después, la maleta estaba en la acera. Con ella, cincuenta reales escondidos en un bolsillo, un abrigo raído, y un aviso: "Cuando quieras corregirte, vuelve".

Él no volvió.

Durmió dos días en la casa de un amigo que compartía cuarto con dos más. Después, consiguió trabajo en un mercadito, fue ayudado por una profesora que le consiguió un cupo en un proyecto social. Estudiaba por la mañana, trabajaba por la tarde, limpiaba oficinas por la noche. Tomó autobuses de pie, pasó hambre, lloró en silencio en el baño de una panadería. Pero nunca se vendió. Nunca se calló. Y nunca pidió perdón por ser quien era.

Se graduó en Administración con honores, aunque nadie de la familia estaba allí para verlo. No hubo flores. Ni aplausos. Pero él se tenía a sí mismo —y eso, descubrió, era más de lo que mucha gente tenía.

Ahora, a los 25 años, sentado en una silla incómoda de un estudio alquilado, Thiago encaraba su nueva vida. Tenía un empleo en el piso 32, un jefe que parecía hecho de piedra, y una mezcla confusa en el pecho que oscilaba entre deseo, rabia y esperanza.

Y aunque el mundo todavía lo lastimara, él ya no era aquel chico expulsado con una maleta y un corazón roto.

Era un hombre.

Lastimado, sí. Pero forjado en el abandono y pulido en la resistencia.

Y él iba a subir cuantos pisos fueran necesarios para probar —no a los demás, sino a sí mismo— que nada de lo que hicieron con él le impidió ser entero.

El sexto día comenzó extraño.

La tensión con Gael todavía flotaba en el aire como humo invisible, y aunque él no le había dirigido más de dos palabras a Thiago desde la discusión, parecía que su mirada estaba más... atenta. No más gentil. Solo más demorada.

Pero lo que realmente hizo temblar el piso de Thiago no vino de él.

Vino del desayuno en el comedor de los empleados, donde Thiago, exhausto y hambriento, intercambió algunas palabras con Rafael, jefe de RR. HH. —un hombre bienhumorado, sonriente, que lo trataba con respeto desde el primer día.

Una conversación sobre café se convirtió en elogio. Un elogio se convirtió en risa. Una risa se convirtió en "me gusta" en la red social corporativa. Un "me gusta" se convirtió en... rumores.

Fue después del almuerzo que Thiago escuchó.

—¿Ya viste al nuevo asistente del doctor Ferraz? Se está lanzando a Rafael.

—Vi a los dos intercambiando "me gusta". Debe ser marica de verdad.

—Claro. Mira su forma de ser. Demasiado sensible. Apuesto a que está intentando subir a base de culo.

La voz venía del baño. Puerta entreabierta. Thiago estaba dentro, mudo, escuchando. Reconoció las risas ahogadas, el tono venenoso. Una de las voces era de un analista del financiero. Otra, del jurídico.

Sintió el estómago revuelto.

Otra vez no, pensó. No aquí.

Volvió a la mesa con las manos frías. No conseguía teclear. No conseguía mirar a nadie a los ojos.

Y entonces, la peor cosa sucedió.

Gael pasó por él. Se detuvo. Miró.

Y en aquel segundo, en su mirada, había una sombra de algo que Thiago no supo leer. ¿Desprecio? ¿Curiosidad? ¿Rabia?

O quizás lo más peligroso de todo: nada.

La indiferencia quemaba más que cualquier grito.

Thiago quiso levantarse, desaparecer, gritar, explicar. Pero no dijo nada. Se quedó allí, como quien intenta encogerse dentro de su propia piel. La inseguridad lo invadió como una ola helada.

—Me van a echar —susurró para sí mismo.

Porque era eso lo que el miedo hacía: hacía que hasta los más fuertes dudaran de su propia existencia.

Pero él se quedó. De nuevo.

Aun con el corazón apretado. Aun con el sudor frío en la espalda. Aun con la certeza de que, una vez más, ser quien era podía costarle todo.

Y en medio de aquel silencio opresor, él hizo una promesa muda:

"No voy a correr. Ni esta vez".

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