En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
NovelToon tiene autorización de Ashly Rijo para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Cap 4
La mañana está tranquila, por fin tengo un descanso. Me levanto temprano, algo extraño en mí, pero hoy quiero disfrutar el tiempo. En la cocina, preparo un desayuno con esmero: huevos revueltos con un toque de cebollín, tostadas y café recién hecho. Mientras el aroma me envuelve, me siento a disfrutar en silencio, saboreando la calma. No puedo recordar la última vez que me tomé un tiempo así.
Miro mi teléfono y veo un mensaje de Mario: "¿Qué haces hoy?" Su pregunta es tan simple que, por un momento, dudo qué responder. Nunca tenemos conversaciones profundas, y los últimos días he sentido su presencia más por costumbre que por ganas.
—Voy a salir a comprar algunas cosas, —respondo, manteniendo el mensaje breve.
En cuestión de segundos, aparece otra respuesta: "¿Y si vamos a cenar? Mis amigos también irán, será divertido."
Exhalo despacio. Siempre son sus amigos, y cuando salimos con ellos, siento que soy casi una sombra. Pero, después de un par de días agotadores, supongo que una salida casual no vendrá mal. Me acomodo en la silla, pensando en lo rutinario que todo se ha vuelto. Desde hace tiempo, cada momento que paso con Mario se siente… vacío. Pero ahí estoy, acostumbrada a nuestra dinámica, sin querer romper con la estabilidad.
—A las ocho está bien, —contesto, sin muchas expectativas.
Después de desayunar, decido salir al centro. No tengo nada planeado, así que me dedico a ver escaparates y observar a la gente. Hay una libertad extraña en caminar sin prisa, sin necesidad de estar en el bar ni de apresurarme por atender a alguien. Después de un rato, entro en una tienda de ropa y, casi como un capricho, decido comprar un vestido. Es sencillo pero elegante, el tipo de vestido que podría pasar desapercibido, pero que me hace sentir bien.
Para cuando regreso a casa, ya es tarde. Me cambio de ropa y me arreglo un poco. A las ocho en punto, Mario llega a buscarme.
—Te ves bien.
—Gracias. —Lo digo como si fuera un saludo automático.
Subo a su coche y, mientras manejamos hacia el bar, él intenta iniciar una conversación.
—Entonces, ¿qué hiciste hoy? —pregunta con voz ligera.
—Solo salí a comprar algo de ropa. Me tomé el día para mí, hacía tiempo que no lo hacía. —Miro por la ventana, viendo cómo las luces de la ciudad pasan fugazmente. Me siento un poco incómoda, como si hablarle de mi día a él fuera algo fuera de lugar.
—Qué bueno que saliste a hacer algo diferente. —Su tono suena casi distraído, como si no estuviera realmente interesado. De repente, cambia de tema—. ¿Y en el trabajo, todo bien?
Le devuelvo la mirada, aunque no tengo mucho que decirle. Jamás le he hablado realmente sobre el bar ni sobre lo incómodo que a veces se siente trabajar allí, rodeada de gente que apenas conozco y con la presión constante de mantener la compostura.
—Sí, bien. —Le doy una respuesta rápida, esperando que no insista en el tema.
Mario asiente y sigue manejando en silencio. Me doy cuenta de que, en lugar de sentirme acompañada, me siento… distante, como si estuviéramos compartiendo el mismo espacio sin estar realmente juntos. En algún momento de la relación, esta desconexión se volvió normal, como si el hecho de estar juntos fuera más por rutina que por afecto.
Finalmente llegamos al restaurante. Al entrar, el ruido y las luces me sacan de mis pensamientos. Sus amigos ya están ahí, sentados en una mesa grande, riendo y hablando en voz alta. Me saludan con un par de gestos distraídos, y Mario rápidamente se sienta en medio de ellos, dejándome a un lado. Me siento junto a unos de sus amigos, pero es evidente que ya no soy parte de la conversación.
A medida que avanzan las horas, Mario se entrega completamente a su grupo. Ellos hablan de historias y chistes de los que no tengo ni idea, recuerdos compartidos en los que yo no participé. Me siento como una extraña en una reunión donde, en teoría, debería estar cómoda. Intento seguir la conversación, pero ellos se mueven de un tema a otro tan rápido que es imposible seguirles el ritmo.
Mario, por su parte, ni siquiera se da cuenta de que me he quedado en silencio. Su risa y sus comentarios con los demás fluyen con naturalidad, mientras que yo sigo en mi propio mundo. No es la primera vez que esto pasa; en realidad, sucede casi siempre. Me doy cuenta de que llevo un buen rato mirando la mesa, fingiendo interés en una conversación que ya dejé de escuchar. Me pregunto por qué sigo viniendo a estas salidas, por qué aún intento encajar en un círculo en el que claramente no pertenezco.
Después de un rato, me resigno y saco el teléfono para distraerme. Revisar mensajes y ver redes sociales me resulta más interesante que fingir que estoy conectada a este grupo. Empiezo a deslizar mi dedo por la pantalla, sin ver realmente nada en particular, solo para mantenerme ocupada. Mario ni siquiera nota que he desconectado. Él sigue hablando y riendo, como si mi presencia allí fuera un detalle sin importancia.
Un par de horas después, Mario finalmente se da cuenta de que estoy ahí y me toca el brazo, como si apenas recordara que vine con él.
—¿Te la estás pasando bien? —pregunta sin mucho entusiasmo.
Lo miro, tratando de encontrar alguna sinceridad en su pregunta, pero su expresión es tan indiferente que no me molesto en fingir.
—Sí, todo bien. —Es una mentira pequeña, inofensiva. En realidad, estoy deseando que termine la noche.
Él asiente y vuelve a su conversación, dejándome otra vez en silencio. Me siento extrañamente sola, como si fuera invisible en medio de toda esa gente. No sé si debería seguir fingiendo o si es momento de dejar de intentar formar parte de algo que claramente no es para mí. La verdad es que, más allá de este grupo, ni siquiera estoy segura de si Mario y yo tenemos algo en común.
Finalmente, se acerca la hora de irnos. Mario y sus amigos deciden terminar la noche y él me ofrece llevarme de regreso. Subo a su coche, intentando encontrar algo para decirle, alguna conversación que haga menos incómodo el silencio. Pero al final, opto por quedarme callada. Mario tampoco hace mucho esfuerzo por hablar, y el camino de regreso a casa se convierte en una especie de reflexión involuntaria para mí.
Mientras miro por la ventana, me pregunto cómo llegamos a esto, cómo llegué a aceptar que mi relación sea tan vacía. Al llegar a mi edificio, Mario estaciona y se inclina para darme un beso en la mejilla. El gesto se siente más como una rutina que como una muestra de afecto.
—Nos vemos, cuídate, —dice, dándome una pequeña sonrisa.
—Sí, nos vemos, —respondo, con un tono apagado.
Bajo del coche y camino hacia mi puerta, sintiendo que esa salida solo me ha dejado más claro lo distantes que estamos. Al llegar a mi apartamento, me siento en la cama y me quito los zapatos, quedándome en silencio en la oscuridad de la habitación. Algo en mí sabe que esta relación no va a ninguna parte, pero otra parte aún se aferra, temerosa de soltar la costumbre de una relación vacía.
No sé cuándo fue que esta relación se volvió tan monótona. Desde hace tiempo, cada vez que estamos juntos siento que estamos en automático, en piloto fijo. Y ahora… ahora lo único que quiero es estar sola y desconectar de todo.
Siento el teléfono vibrar en el bolsillo y, al verlo, noto que es un mensaje de Mario: "Me la pasé bien hoy. Descansa, linda.” Lo leo y, por un segundo, siento que mi frustración crece. “Bien” no es la palabra que describiría esta noche. Quizás para él todo fue genial, porque estaba con sus amigos, divirtiéndose, olvidándose de que yo estaba a su lado, o mejor dicho, a su sombra.
Me siento en la cama y respiro profundamente, tratando de ordenar mis pensamientos. Mi día libre, aquel que esperaba usar para descansar, fue un desastre. No hice nada de lo que realmente quería. En vez de dedicarme a mí misma, terminé desperdiciando el tiempo en un lugar donde nadie realmente me necesita, o al menos, no de la forma en la que yo quisiera.
Apago la luz de la mesita, intentando que la oscuridad me envuelva y me permita desconectar. Pero en lugar de eso, todos mis pensamientos vienen a mi mente con más intensidad. Me doy cuenta de que, en realidad, hoy no hice nada para mí, nada que me trajera paz. Sólo estuve ocupada en cosas y personas que me dejan agotada. Mañana tendré que volver al trabajo, y el simple pensamiento me hace desear que este día no hubiera existido.
Miro el techo y, por un momento, pienso en lo bien que se siente estar sola. Es triste, lo sé, pero es una realidad. No puedo recordar la última vez que Mario y yo tuvimos una conversación significativa, algo que fuera más allá de frases automáticas y miradas sin emoción. Hace tanto que me resigné a la comodidad de la rutina, que olvidé cómo era sentir algo real, algo que me hiciera vibrar.