Jay y Gio llevan juntos tanto tiempo que ya podrían escribir un manual de matrimonio... o al menos una lista de reglas para sobrevivirlo. Casados desde hace años, su vida es una montaña rusa de momentos caóticos, peleas absurdas y risas interminables. Como alfa dominante, Gio es paciente, aunque eso no significa que siempre tenga el control y es un alfa que disfruta de alterar la paz de su pareja. Jay, por otro lado, es un omega dominante con un espíritu indomable: terco, impulsivo y con una energía que desafía cualquier intento de orden.
Su matrimonio no es perfecto, pero es suyo, y aunque a veces parezca que están al borde del desastre, siempre encuentran la forma de volver a elegirse
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### ** Capítulo 5: El precio de la venganza**
Jay despertó con un quejido doloroso.
Lo primero que sintió fue el malestar en su cuerpo. Todo su maldito cuerpo.
Su espalda dolía, sus piernas parecían de plomo y su cuello ardía con una calidez sospechosa.
Abrió los ojos con esfuerzo, parpadeando contra la luz que entraba por la ventana.
Se sentía jodidamente destruido.
Y lo odiaba.
Con un gruñido, intentó moverse, solo para que su propio cuerpo lo traicionara.
—¡Mierda!
Una punzada le recorrió la espalda baja, obligándolo a soltar un gemido de dolor.
"Asqueroso alfa desgraciado."
Jay rodó sobre su costado con dificultad, y entonces, lo vio.
Gio.
El maldito alfa estaba acostado a su lado, con una expresión satisfecha, su brazo descansando sobre la cintura de Jay como si le perteneciera.
Jay sintió un subidón de rabia inmediata.
Se removió un poco más en la cama, pero su cuerpo protestó con otro latigazo de dolor.
—Dios… odio mi vida.
Se llevó una mano al cuello por instinto y, cuando la retiró, vio los rastros rojizos en su piel. Marcas.
Muchas.
Un ardor comenzó a hervir en su pecho.
—GIOVANNI, MALDITO PERRO, DESPIERTA.
El alfa gruñó levemente, removiéndose en la cama sin abrir los ojos.
—Cinco minutos… —murmuró con voz ronca.
Jay sintió el ímpetu de golpearlo con una almohada.
—¡Cinco minutos mi trasero! ¡No puedo ni caminar, malnacido!
Eso pareció despertarlo un poco más. Gio parpadeó y bostezó perezosamente antes de enfocar la vista en Jay.
—Buenos días, amor —dijo con una sonrisa satisfecha.
Jay lo fulminó con la mirada.
—Muérete.
Gio soltó una carcajada.
—Te dije que no me provocaras.
—¡No te provoqué tanto como para merecer esto!
El alfa se incorporó un poco, apoyando su peso sobre un codo mientras lo miraba de arriba abajo.
—¿Te duele mucho?
Jay bufó con desprecio.
—No, de hecho me siento de maravilla. Tal vez hasta vaya a correr un maratón, ¿qué opinas?
Gio rodó los ojos.
—Dramático.
Jay apretó los dientes.
—Voy a matarte.
—No puedes ni moverte.
—¡Pero cuando pueda, lo haré!
Gio sonrió con diversión antes de acercarse un poco más.
Jay intentó alejarse, pero su cuerpo dolorido se lo impidió.
—Si tanto te duele, puedo ayudarte con un masaje —ofreció Gio con falsa inocencia.
Jay lo miró horrorizado.
—Ni se te ocurra tocarme.
—Qué mal, porque anoche no decías lo mismo.
Jay agarró la almohada y se la estampó en la cara.
Gio solo se rió.
—Cállate, tarado —masculló Jay, escondiendo el rostro en las sábanas.
Gio sonrió, disfrutando demasiado su venganza.
Jay lo fulminó con la mirada una vez más antes de prometerse que, tarde o temprano, lo haría pagar.
⋆。°✩
Jay llegó a la empresa hecho una completa mierda.
Dolorido, de mal humor y arrastrando las piernas como si hubiera corrido un maldito maratón la noche anterior.
"Maldito Gio."
Había tenido que ponerse una bufanda enorme, a pesar de que hacía calor, solo para ocultar las vergonzosas marcas que el alfa había dejado en su cuello.
Y para empeorar las cosas, las muñecas le temblaban.
Cada vez que intentaba sostener algo, sus dedos parecían demasiado torpes para hacerlo bien.
"¿Por qué carajos me casé con ese orangután?"
Caminó con dificultad hasta su oficina, saludando de forma seca a los empleados que se cruzaban en su camino.
Cuando por fin llegó y se dejó caer en su silla, soltó un suspiro de puro sufrimiento.
Necesitaba café. Urgente.
Y un analgésico.
Y tal vez, solo tal vez, asesinar a su esposo.
Pero antes de que pudiera hacer nada, su teléfono sonó.
Jay entrecerró los ojos al ver el nombre en la pantalla.
"Gio, el maldito traidor."
Contestó con un gruñido.
—¿Qué quieres?
—Vaya, qué manera tan dulce de saludarme —respondió Gio con voz divertida—. ¿Cómo está mi omega favorito esta mañana?
Jay cerró los ojos con frustración.
—¿Quieres saberlo? ¡MUERTO! ¡ESO ES LO QUE ESTOY!
Gio se rió.
Se rió.
Como si esto fuera divertido para él.
Jay sintió la necesidad de arrojar su teléfono por la ventana.
—No seas exagerado, amor.
—¡Cállate, imbécil! ¡No puedo ni sostener un lápiz! ¡Me tiemblan las malditas muñecas!
—Bueno… yo sí sostuve tus muñecas bastante tiempo anoche—
Jay le cortó la llamada de inmediato.
Maldito. Maldito. Maldito.
Respiró hondo, masajeándose las sienes.
Pero, antes de que pudiera disfrutar un segundo de silencio, su teléfono volvió a sonar.
Jay lo miró con odio puro y contestó con la mandíbula apretada.
—Si abres la boca para decir otra estupidez, juro que—
—Tranquilo, tranquilo —interrumpió Gio, con una risita—. Solo llamaba para preguntar por mi traje. ¿Elegiste las telas?
Jay parpadeó.
¿Ese era su maldito motivo para llamarlo?
—¿Me estás jodiendo?
—No. Necesito el traje pronto para que tu querido padre no me vaya a asesinar.
Jay quería matarlo.
Aquí estaba él, sufriendo las consecuencias de sus acciones, y este malnacido tenía la audacia de llamarlo para hablar de telas.
Respiró hondo, intentando calmarse.
—Tu puto traje estará listo. Ahora, si me disculpas, tengo que volver a fingir que no quiero prenderle fuego a este edificio.
—Awww, ¿eso significa que me extrañas?
Jay le colgó de nuevo.
Y luego, dejó caer la cabeza sobre su escritorio con un golpe sordo.
"Dios, dame paciencia. O dame una pala para enterrar a este idiota."