Talvez Contigo Si.

Karla hace el intento de levantarse, pero la detengo.

— Déjalo —le digo, y ella asiente, sirviéndose un poco más de bebida. La botella se acaba y volvemos a levantarnos para bailar. Después de tanto saltar...

— Vamos al baño —le susurro, y las dos nos dirigimos hacia allá, pero hay una fila bastante larga.

— Vamos al segundo piso —me propone—.

— No me gusta ir allá —le respondo.

— ¿Eso o te haces encima de la ropa? —se ríe.

Se arma un pequeño alboroto y los guardias bajan a investigar. Mi amiga me agarra de la mano y subimos por las escaleras, ya que los elevadores están ocupados. Cuando llegamos a la segunda planta, la fila sigue siendo larga, pero para mi sorpresa, Karla sigue avanzando, casi corriendo hacia la tercera planta.

Ahí hay una enorme sala con vidrios oscuros, desde donde se escucha una conversación como de junta. Seguimos más al fondo y encontramos dos baños individuales, separados.

— Tú entras a este —me indica señalando uno—, y yo entraré al otro.

No hay nadie y me parece extraño, pero mis ganas pueden más y entro casi corriendo al baño. Siento alivio al vaciar mi vejiga, me subo la ropa y salgo a lavarme las manos.

— ¿Qué haces aquí? —escucho una voz y veo a un hombre parado en la puerta. Me doy cuenta de que, por la prisa, no aseguré la puerta.

— Ehh, lo siento —tartamudeo, sorprendida de verlo ahí parado.

— Fuera —me ordena, haciéndose a un lado para dejarme pasar.

— Gracias —le respondo mientras paso y siento cómo su aroma me impregna al rozarme al pasar.

Mi amiga me hace señas para que me apure, y corro hasta su lado, pero en las escaleras nos detiene un guardia.

— ¿Qué hacen en este piso? ¿Cómo subieron? —nos pregunta con desconfianza.

— Déjalas salir —le dice otro hombre que aparece—. Y si te mueves de tu puesto, olvídate de regresar.

Nos permiten salir y bajamos a la primera planta.

— Amiga, por un momento me asusté —dice con la mano en el pecho—.

— Creo que mejor nos vamos —respondo, y ella asiente.

— Espera tantito —me dice, caminando directo hacia Mario. Toma la botella que está sobre la mesa y trata de vaciársela, pero se la quitan de la mano.

— Mario tiene un pene chiquito —le grita a la mujer que está a su lado.

— Claro que no, mi prometido es el mejor. Quizás te equivocaste de persona —responde ella, mostrando el anillo que lleva puesto, el mismo que me dio Mario.

Karla me mira y se lanza contra Mario, pero los de seguridad la detienen.

— Suéltenme, yo saldré por mi propio pie —les exige, y la sueltan.

— Señorita, por favor salga —interviene un guardia.

Me acerco a agarrarla para salir, y Mario, que no me había visto, se levanta sorprendido al verme salir con Karla.

Le marco al taxista que tengo registrado.

— Mis padres me lo impusieron porque supieron que no quisiste casarte conmigo. Esa era la única condición: si no la elegía yo, la elegirían ellos. Esto es el resultado de no luchar por nuestro amor —me dice serio.

— Me pregunto cómo puede haber una persona tan hipócrita y lo peor, cómo me pude fijar en alguien como tú —le respondo furiosa, y veo salir a la mujer que lo acompaña.

— Disculpa, tenías razón —me dice la mujer—, me equivoqué de persona. ¿Cuánto tiempo llevan juntos? —pregunta y ella responde rápido, sin que Mario pueda impedirlo.

— Desde que teníamos 15 años. Ya llevamos 4 años de noviazgo, ahora estamos comprometidos y viene la boda.

Mario solo niega y no puedo creer que siga negándolo.

— ¿Es verdad? —le pregunto y ella me mira sin entender.

— Sí, pero no es como piensas.

— ¿Sabías que este imbécil le hizo creer a mi amiga que se casarían?

— Todo hombre tiene derecho a tener una puta o a inventar algo para tener sexo. Su prometida soy yo, y eso todos lo saben. Haya ella si calló, y no me importa lo que hizo antes, me importa que será mi esposo y solo tendrá ojos para mí.

— Quiérete tantito, querida. Por mujeres como tú es que creen que todas somos iguales —le grita mi amiga enojada, y yo solo lo miro a los ojos. Él me devuelve la mirada, igual que antes, y yo siempre caía.

— Las lágrimas que ya lloré te las haré pagar con creces —le digo con voz firme.

El taxi llega y subo con mi amiga, que desde la ventana les hace señas obscenas.

— Pijama en mi casa —me dice abrazándome.

— Claro —le respondo, limpiando las lágrimas que aún corren por mi rostro, las últimas que derramé por él.

Bajamos del taxi y agradezco que sus padres aún no hayan llegado. Subimos a su habitación y me presta ropa.

— Mañana ya podemos instalarnos en la universidad, ya sabes, para clases extras —me dice sentándose en su cama.

— Sí, necesito ver cómo haré para moverme de la universidad al trabajo.

— Puedo llevarte, si quieres —me ofrece.

— Acompáñame mañana, iré a rentar un carro, tengo para el anticipo.

— Sabes que si les pides a mis padres, o si quieres, te regalo el mío.

— Sabes que no lo aceptaría —le respondo sentándome, y ella me muestra videos divertidos en su celular.

A la medianoche ella se queda dormida. Yo me levanto y me acerco a la ventana; la imagen del hombre que vi en el baño vuelve a mi mente y me río sola.

— Yo, Mía, prometo que primero seré yo, segundo seré yo y, tercera, seré yo —me digo cerrando los ojos.