En Valmont, el poder y el deseo se entrelazan en un juego tan seductor como peligroso. Mi nombre es un susurro en los círculos más exclusivos; mi presencia, un anhelo inalcanzable. Pero en un mundo donde la libertad tiene un precio, cada decisión puede llevarme a la cumbre… o arrastrarme a la perdición.
Soy Isabella Rivas, mejor conocida como Sienna, y esta es mi historia.
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Agonía
El aire en la habitación estaba denso, casi podía cortarse con un cuchillo. Yo lo sentía, él lo sabía. Vincent me miraba como siempre, esa cara de “ya gané”
—Sé lo que intentas hacer, Sienna —dijo con calma, dando un paso hacia mí.
—¿Y qué intento hacer según tú?
—Estás intentando ganar tiempo, pero créeme, eso no va a servir de nada. Lo inevitable va a pasar, tarde o temprano.
Mi estómago dio un vuelco. Intenté mantener la calma, pero la verdad es que estaba a punto de perderla.
—Te voy a dar una opción —continuó, avanzando con paso firme y lento, disfrutando de cómo me desmoronaba.
—Puedes pedirme que llame a uno de esos hombres que apostaron por ti y hacer lo que esperan… o puedes elegirme a mí.
Mi piel se erizó, y no pude evitar mirarlo con desconfianza.
—Si me eliges —dijo con tono suave, pero firme—, te prometo que no te voy a hacer daño.
No pude evitar soltar una risa amarga, una que ni yo misma me creí.
—¿Y qué? ¿Se supone que debo agradecerte? —pregunté, sin poder esconder el desprecio en mi voz.
Vincent no se inmutó. Estaba completamente tranquilo.
—Solo estoy diciendo que te voy a hacer vivir algo que jamás vas a olvidar. Algo mejor de lo que cualquiera de esos tipos podría ofrecerte.
Lo miré con furia, deseando que desapareciera.
—Aunque no lo quiera —le solté, sintiendo la rabia subir.
—No podría olvidar algo tan horrible como esto.
Mi voz sonó más quebrada de lo que quería, pero él no parecía afectado.
—No te hagas la decente —me dijo con una sonrisa burlona.
—Aún recuerdo cómo te aferraste a mí en ese beso. Lo disfrutaste tanto como yo.
El mundo se me vino abajo en ese momento. ¿Aferrarme a ti? Quería gritar, quería darle un puñetazo en la cara, pero me quedé callada, furiosa.
Vincent no esperó respuesta. Se desabrochó otro botón de su camisa, como si estuviera completamente seguro de sí mismo, y se acercó más, hasta quedar justo frente a mí. Podía sentir su calor, su cuerpo cerca del mío, su aliento en mi piel.
Se inclinó un poco y susurró:
—Si me eliges, te voy a hacer sentir un placer que nadie más podría. Seré gentil, no voy a ser brusco. Te lo prometo.
Mi garganta se cerró. Tragué saliva con dificultad, intentando no ceder.
—Pero si eliges a otro… —su tono se volvió aún más frío, más calculador.
—Ese hombre no se va a preocupar por lo que tú quieras.
Sentí cómo la presión aumentaba en mi pecho.
—No tienes mucho tiempo para pensarlo, Sienna —dijo, casi con frialdad—. El trato se cierra en cinco minutos.
Luego, dio media vuelta y se alejó, tan calmado como siempre. Se dejó caer en el sofá con total confianza, extendiendo un brazo sobre el respaldo y separando ligeramente las piernas, como si tuviera todo bajo control. La luz de la chimenea iluminaba su piel, dándole ese brillo dorado que lo hacía ver aún más… peligroso, como un depredador esperando que su presa diera el primer paso.
Mis pensamientos iban a mil por hora. No quiero hacer esto. No quiero elegirlo. Pero si elegía a otro… Ya sabía lo que me esperaba. Hombres sin control, sin paciencia, sin nada de humanidad.
Con él, al menos, podría tener cierto control dentro de todo este desastre. Tal vez, solo tal vez, no sería tan terrible. Apreté los puños con tanta fuerza que me dolieron.
Vincent estaba ahí, tan tranquilo, tamborileando los dedos en el brazo del sofá. Pude sentir cómo su paciencia empezaba a agotarse.
—El tiempo corre, Sienna —dijo con esa voz suave, pero que me helaba la sangre—. Haz tu elección.
Mi estómago se revolvió de asco, de rabia, de pura impotencia. No quería elegir nada, no quería que me obligaran a tomar ninguna de esas opciones. Pero, ¿de qué servía resistirme? Al final, no importaba lo que quisiera. Tragué saliva, cerré los ojos con fuerza y, con un nudo en la garganta, dije:
—Tú.
No sé cómo logré articular la palabra, pero él la escuchó perfectamente.
—¿Perdón? —preguntó, con una sonrisa ladina, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
Lo odié. Lo odié más que nunca en ese momento, con cada célula de mi cuerpo.
—Te elijo a ti —repetí, ahora con la voz más firme que pude, intentando que no se notara cuánto me estaba costando decirlo.
Vincent sonrió, satisfecho.
—Sabía que tomarías la decisión correcta.
Se levantó con la calma de siempre y dio un paso hacia mí. Instintivamente, retrocedí, pero me di cuenta de que ya no podía moverme más, mi espalda chocó contra la pared. Ni siquiera tenía dónde escapar.
Su mano se levantó, como si todo fuera un juego para él, y me acarició la mejilla, deslizando sus dedos por mi piel con un roce que me hizo sentir una extraña mezcla de repulsión y… algo más.
—No te arrepentirás —dijo, su voz cálida, pero con algo de amenaza.
Sus palabras me revolvieron el estómago. Apreté los dientes con fuerza, intenté no pensar en nada de lo que acababa de pasar, miré la pared detrás de él, buscando algo en lo que concentrarme, algo que me sacara de mi cabeza.
Pero no había forma de escapar.
—Desvístete —ordenó, y por un momento no supe si había escuchado bien.
Lo miré con incredulidad.
—¿Q-qué?
Vincent, con su calma, volvió a insistir.
—Quiero verte —dijo, como si no fuera nada del otro mundo—. Hazlo.
Me quedé una vez más sin saber que hacer. Un suspiro pesado salió de sus labios. Su expresión se endureció un poco, y antes de que pudiera reaccionar, me agarró de la muñeca con fuerza, acercándome a él.
—Si no lo haces tú, lo haré yo —dijo con voz baja, casi peligrosa.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y con el corazón desbocado y la mente nublada por el horror, llevé mis manos al borde de mi bata y comencé a desatarla.
Mis dedos temblaban mientras tiraba del lazo de la bata, sintiendo cómo la tela ligera resbalaba por mis hombros. Mi piel se erizó de inmediato, pero no por el frío.
Vincent no apartó la mirada. Me observaba con esa intensidad oscura, devorándome con los ojos, reclamándome como suya.
Cuando la bata cayó al suelo, dejándome solo con el corsé y la lencería negra que Livia había elegido para mí, sentí que mi cuerpo entero ardía de vergüenza y me abracé a mí misma, en un intento inútil de cubrirme.
—Las vírgenes siempre reaccionan igual —murmuró, acercándose a mí con pasos lentos.
—Tienen miedo, pero al mismo tiempo... algo en su cuerpo empieza a despertar.
Me estremecí, odiando cada palabra que salía de su boca. Él alzó la mano y deslizó sus dedos por mi brazo, bajando hasta mi cintura, donde presionó apenas con su palma.
—Déjame enseñarte lo que es el placer, Sienna—susurró contra mi oído, su aliento rozando mi piel.
—Déjame hacerte sentir cosas que jamás olvidarás.
Cerré los ojos con fuerza. Aguanta, aguanta, es mejor esto a algo peor. Me decía a mí misma, en un afán de darme ánimos.
Vincent tomó mi mentón y me obligó a mirarlo.
—Dime que lo quieres.
—No lo quiero —escupí con los dientes apretados.
Él sonrió, divertido.
—Tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo... como siempre es más sincero que tú.
Apreté los puños con fuerza, temblando de rabia y asco. Vincent soltó una suave risa y, sin previo aviso, me alzó en brazos.
—No te preocupes, aprenderás a quererlo.
El miedo me atravesó como un rayo.
No.
No.
Comencé a forcejear, golpeándolo en el pecho con los puños, pero él no se inmutó. Me llevó con facilidad hasta la cama y me dejó caer sobre el colchón con facilidad. Después se quitó la camisa, dejando al descubierto su torso marcado.
—Tranquila —murmuró, inclinándose sobre mí—. Te prometí que sería gentil.
Las lágrimas quemaban en mis ojos. Lo inevitable estaba por suceder. Así que simplemente cerré los ojos y me obligué a no sentir.