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Atrapados

Atrapados

Status: En proceso
Genre:Terror
Popularitas:260
Nilai: 5
nombre de autor: Alberto Jose Sayago

16 extraños han sido abducidos para ser parte de un juego mortal, a manos de un fanático peligroso quién quiere recrear los escenarios macabros de sus series de terror y thriller favoritas ¿quién sobrevivirá a las reglas absurdas del autoproclamado Señor Cornamenta?

NovelToon tiene autorización de Alberto Jose Sayago para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

¿Dónde Estoy?

El aire tenía un ligero aroma salino, y a lo lejos se podía escuchar el suave arrullo de las olas al chocar con las piedras. Era un día magnífico. El sol estaba en su punto más alto, y el cielo estaba tan claro y despejado como un cristal de cuarzo. Sus brazos se extendían detrás de su espalda, mientras que sus manos se apoyaban en la arena húmeda. Era una sensación agradable. Los rayos tocaban su piel casi como una acaricia, y sintió ganas de levantar la vista para apreciar la belleza de ese círculo brillante: era negro, tan absurdamente oscuro que se le hizo imposible la cantidad de luz cegadora que éste desprendía. La negrura en su centro era como el vacío mismo…

 ¿Cómo el vacío mismo? Lentamente, el oleaje se detuvo, y el viento dejó de danzar sobre sus vellos. Los sonidos se apagaron, y por un largo segundo el mundo decidió no girar. Aún así, sus ojos siguieron anclados en la figura siniestra que se alzaba sobre él. Cuando por fin comprendió lo que veía, sintió un frío que le recorrió cada fibra de su ser.  Era un agujero negro, nacido en el mero centro de la estrella, y la estaba absorbiendo. Aquello provocaba que un aro de luz incandescente se formara en los bordes, tan potente que era más de lo que él podía soportar. Hecho que lo obligó a  levantar su mano para protegerse el rostro.

Los que en algún momento fueron suaves rayos, ahora penetraban su piel creando pústulas dolorosas. La arena comenzaba a ser atraída hacia el firmamento, y el resplandor que se filtraba entre sus dedos aumentó en intensidad. Era como si ese punto brillante se estuviera acercando cada vez más a él, arrastrándolo hacia el núcleo de la singularidad. Cuándo toda luz hubo desaparecido, y su vista quedado sumergida en las más profundas tinieblas, abrió los párpados de golpe.

Lo primero que sintió fue el ardor en sus retinas. No podía ver: su corazón latía con fuerza; apenas podía respirar, y sus pupilas se resistían a contraerse. Creyó encontrase todavía dentro de su sueño y, levantando el brazo por instinto, creó con su palma una barrera entre la fuente de luminosidad y su línea de visión. Sin embargo, cuando sus ojos lograron adaptarse al entorno, se percató de que lo que brillaba no era un sol negro; sino que se trataba de la luz blanca que emanaban los bombillos dentro de la habitación.

Tardó un poco en comprender que lo anterior había sido sólo una pesadilla, y si no fuera por que ya estaba despierto, él habría jurado que alguien le había encendido una linterna en la cara. No tenía idea de cuánto tiempo había estado inconsciente, pero asumió que debió haber sido lo suficiente como para sentirse tan desorientado.

Descansó los párpados y tomó un poco de aire, para luego exhalarlo con calma: algo le decía que eso conseguiría tranquilizarlo. Cuando los volvió a abrir, las imágenes de su alrededor se volvieron más claras, como si antes no hubiese sido capaz de captar la realidad tal cual era. Eso no significaba que lo que registraban sus ojos fuese positivo. Ese lugar, en definitiva, no era su cuarto.

Sin importar a dónde mirara, sólo se encontraba con paredes blancas y lisas, aparentemente sólidas. No parecía haber ninguna entrada visible. No había ventanas, ni siquiera un hueco por donde pasara un ratón. Creyó que sus ojos le engañaban, ¿Cómo era posible que estuviera en una habitación hermética? Entonces, ¿Cómo es que había ingresado? Más allá del par de camas blancas y sosas, la habitación estaba casi vacía, a excepción de dos elementos: un aparato grande y metálico, y un hombre con un pijama amarillo que lo estaba manipulando.

Se preguntó si debía sentirse aliviado o receloso por estar en compañía de un completo desconocido. Al menos, hasta ese momento, el otro muchacho no se había percatado de que él ya se encontraba despierto. Supuso que aquel joven no tenía mente para más nada que revolver en las entrañas de la máquina. Aún así, antes de generar cualquier tipo de sonido que lo pudiera alertar, trató de advertir qué elementos tenía cerca para protegerse en caso de que el sujeto fuera peligroso. No tardó mucho en darse cuenta de que la búsqueda sería inútil: ese lugar parecía a prueba de tontos; lo único que estaba a su alcance eran sábanas y almohadas. Incluso, cuando apoyó su pie en el suelo, lo recibió la cómoda sensación que te deja un tatami más acolchado de lo normal.

La situación no estaba a su favor: en un estudio rápido, cálculo que su compañero debía ser al menos veinte centímetros más alto, con el doble de espalda, y los brazos fornidos. Viéndose a si mismo, él era un enclenque a comparación de aquél tipo. Perdería aparatosamente en un combate cuerpo a cuerpo.

Negó con la cabeza ¿Por qué se planteaba el peor de los escenarios? Ni siquiera lo conocía, no había razón para asumir que le haría daño. Necesitaba cesar con la paranoia, aunque, algo se le hizo extraño: ¿Por qué lucía un pijama amarillo? Genuinamente se veía tan cuál el prófugo de un manicomio. En ese momento la realidad le golpeó en la cara, ya que él también tenía puesto un pijama, pero de color menta. Decidió que ya era hora de decir algo. Apenas soltó un leve “eh”, y notó que su voz le temblaba y perdía fuerza. Carraspeó un poco para limpiarse la garganta y apretó los puños.

–¡Buenas!

El chico vio cómo las orejas del otro muchacho se movieron en señal de alerta. Había sido leve, pero perceptible desde dónde él se encontraba. Se asustó: eso no podía ser real; seguramente estaba viendo cosas imposibles porque, al fin y al cabo, no hacía mucho que había despertado. El de amarillo sacó las manos de la caja metálica para luego girarse sobre sí.

–¡Que bueno que ya despertaste! –exclamó mientras se limpiaba las manos en la camisa, manchándola de grasa– ¡Vaya! Sé que no nos conocemos, pero necesito ayuda con este traste.

Él pudo ver cómo a su compañero le recorrían perlitas de sudor por la frente. Lo notaba exhausto. Se preguntó cuánto tiempo llevaba arreglando la máquina, pero eso no hizo más que generarle la duda del porqué el muchacho estaba  haciendo eso.

–No creo que te sea de mucha ayuda. Yo no sé de mecánica –admitió con algo de vergüenza. No sabía por qué, pero sintió que él debía tener algún conocimiento acerca de ello. Al menos, si quería serle útil.

–¡Vamos! ¡No me digas eso! –replicó el otro joven de manera enérgica– no tienes que hacer nada demasiado complicado ¡Es sólo girar una palanca!

Miró al de amarillo perplejo.

–¿Está trabada la palanca?

–Sí, así es.

Esta vez la incredulidad se le reflejó en el rostro al momento de arquear sus cejas.

–Si tú, que se te nota que eres más fuerte que yo, no pudo mover la palanca ¿Qué te hace pensar qué yo voy a hacer alguna diferencia?

Si bien no había sido su intención, dejó escapar inadvertidamente un leve atisbo de sarcasmo. El otro chico negó con la mano.

–No me estás entendiendo. Me refiero a que los dos tiremos de la palanca.

–¡Oh, vale!

Casi prefirió haberse callado la boca. Ahora tenía sentido. Se acercó a dónde estaba situada la máquina, que era en una de las esquinas de la habitación, y le echó un vistazo por dentro. Era una fiesta de cables y partes mecánicas de los cuáles él no conocía su función. La palanca no estaba tan profunda, pero era cierto que se hallaba anclada a su soporte, sin libertad para moverse.

–¿Qué esperas lograr después de girarla? –le preguntó confundido.

–No te preocupes, ya me encargué de averiguar cómo trabaja este armatoste.

Por un segundo dudó si es que aquel hombre era tonto o si acaso se estaba burlando de él. Suspiró.

–De acuerdo, ¿pero me puedes decir para qué quieres mover esta cosa?

–Bueno, –se rascó la cabeza el grandulón- sospecho que debe ser un tipo de freno que evita que los engranajes internos del aparato se pongan en funcionamiento después de que lo enciendes.

Tuvo que admitir que no había entendido lo que su compañero le había querido decir ¿Un freno? ¿Por qué una máquina como esa tendría un freno dentro de ella? ¿Qué razones había para provocar  ese resultado?

–Y yo quiero que después de que presione ese botón en el fondo, –señaló un punto negro que se hallaba en uno de los laterales, difícil de discernir– mi brazo no quede atrapado ¿Sabes la fuerza que ejercen estas piezas? ¡Me destrozarían los huesos!

Miró al castaño dubitativo ¿Cómo había llegado a esa conclusión? Más aún ¿Por qué el mecanismo para encender el artefacto era tan engorroso? No parecía bien planificado. Se dio cuenta de que algo no estaba quedando del todo claro ¿Para qué querían encenderlo? Entonces, recordó aquello que le había llamado la atención desde un principio acerca de esa sala: que no tenía accesos, por pequeños que estos fueran. Comprendió que la máquina debía estar relacionada.

La idea que se había formado del chico que ahora tenía al frente cambió. En realidad, sí que había captado correctamente las pistas que les habían dejado para escapar de ese lugar. Tragó saliva al imaginarse lo que hubiese sucedido si es que a él no le hubiese tocado alguien tan perceptivo cómo pareja. Un chasquido de dedos lo sacó de sus pensamientos.

–¡Hey!, ¡Despierta!

El de amarillo ya tenía una de las manos sobre el tubito de metal que conectaba las partes de la palanca.

–¿Me vas a ayudar, o no?

–¡Sí, claro!

Se unió a él y tomó la barra con fuerza. Se sentía como si estuvieran tratando de hacer mover la pata de un elefante. No recordaba haber hecho tanto esfuerzo en toda su vida, y se le hacía frustrante que, aún así, en ese momento no le estuviese dando frutos. Por más que apretara los dientes y pusiera el abdomen como una roca, aquel tubo no cedía. Ya se imaginaba las ampollas que se le iban a formar con tanto maltrato. Asumió que su compañero experimentaba lo mismo, porque lo vio apoyar su pie sobre el lateral de la propia máquina, y creyó que hacía eso para obtener un mayor impulso. De hecho, las venitas se le hincharon en la frente y el cuello, y la piel se le puso tan colorada que cualquiera hubiera pensado que se le iba a salir la sangre por la nariz y los oídos.  .

Se escuchó un click, y ambos fueron a dar de culo contra el suelo. El trozo de tubo salió volando y chocó contra una de las paredes de la habitación para luego caer también con cierto estruendo.

–¡Mierda!, ¡Mierda!

El de amarillo agitaba su mano derecha, y luego soplaba sobre su palma: una cortada fresca le recorría de extremo a extremo. Se veía profunda.

–¡Joder!, ¡Maldita sea! –exclamó el adolorido.

–¡Diablos! –expresó él preocupado– eso se ve mal.

La herida necesitaba ser vendada de forma inmediata, pero aquel cuarto no tenía nada que le pudiera servir para primeros auxilios. Al menos no, hasta que miró hacia las camas. Era una tristeza manchar las fundas, impolutas, pero se trataba de una emergencia, y eran la única opción viable. Sin pensarlo demasiado, desnudó una de las almohadas, y trató de desgarrar la tela con sus propias manos. Aquello no funcionó.

–Dámela –le exigió el otro muchacho– yo sé qué hacer.

El grandulón se puso un trozo de tela entre los dientes y, con la mano sana, la estiró hasta romperla. Luego, con ayuda de ambos vendaron la mano.

–¿Está bien así?

–Sí –mencionó sin darle mucha importancia– No es nada grave. He tenido peores accidentes que esto.  

Pensó que si hubiese sido él quién se hubiese lastimado de esa manera, probablemente ya hubiese entrado en pánico. Su compañero se puso de pie y se acercó al lugar en dónde había ido a parar la otra parte de la palanca. Después, se puso en cuclillas y la tomó con la mano vendada.

–Y con esto, se nos va nuestra única vía de escape conocida –su compañero curvó los labios en una U invertida. Luego le miró fijamente y frunció el ceño– tendremos que sacrificar tu brazo.

–¡¿Qué?! –chilló horrorizado.

Por un segundo consideró las opciones que tenía para derrotarlo y librarse de él, pero su compañero relajó la mirada y luego comenzó a reír.

–¡Es broma! –mostró los dientes como lo haría un niño– ya se me ocurrirá algo que no involucre una parte de nuestros cuerpos hecha carne de hamburguesa.

Lo vio enderezar el torso hasta ponerse erguido para luego regresar sobre sus pasos. Cuando lo tuvo de frente, este empezó a rascarse la barba.

–Dime algo, brother, ¿Qué recuerdas tú de antes de llegar a este sitio? ¿Cuál es tu nombre?

¿Qué cuál era su nombre? Era una buena pregunta, una que no se había planteado hasta ese momento. Y es que era extraño: desde que había abierto los ojos por primera vez, su percepción y conocimiento del mundo se habían ajustado únicamente a aquello que sus sentidos iban captando del entorno, tal cuál el avatar de un videojuego. Para él, todo se había sentido como si él hubiese estado siendo sólo una especie de observador, de los que se sienta frente a una tele para ver una película. En conclusión, su identidad no había sido cuestión de gran importancia, ni de preocupación. Sin embargo, ahora que la interrogante se encontraba dispersa en el aire…¿Quién era él?

No lo sabía. Tan simple como ello, la información no se encontraba archivada en los pasillos de su mente ¿Pero cómo era posible?, ¿Qué estaba sucediendo con él? Tenía que haber una respuesta, en algún lado, debía existir. Antes de siquiera darse cuenta de lo que hacía, ya tenía las manos sosteniéndole las sienes. El desconcierto en su rostro no era más que una oda al cuadro “El grito”.

–Por tu cara de espanto, me imagino que no lo sabes, ¿Verdad? –sonrió de nuevo.

Miró a su compañero todavía anonadado y negó con la cabeza.

–¡Vamos!, ¡no te Azores!, yo tampoco recuerdo el mío –se colocó las manos en la cintura– ¿Ves? Tenemos algo en común.  

¿Y eso en qué lo ayudaba? Habría querido increpar; pero la presión en su mandíbula se lo había impedido. Le resultaba molesta la actitud positivista que mostraba su compañero ante tal predicamento; una actitud que exudaba desde la primera vez en la que habían intercambiado palabras ¿Qué de bueno tenía el no poder recordar sus nombres? Inclusive, consideró que el asunto iba más allá de esa problemática: les habían arrebatado sus memorias. Entonces, ¿Por qué se encontraba él tan relajado?

–Te ves conflictuado –señaló el de amarillo mientras se rascaba la barba– No es que yo sea quién para decirte qué hacer –se alzó de brazos- pero será mejor que te vayas acostumbrando a no tener recuerdos. Ni siquiera yo sé qué hecho de mi vida hasta ahora.

Lo vio sentarse en la esquina de la camilla dónde se suponía que él había despertado, y notó como apoyaba su mentón sobre su puño izquierdo.

–Lo que sí sé –prosiguió su compañero– es que no podemos comunicarnos entre nosotros mismos si no nos asignamos un nombre para cada quién, así sea provisional ¿Qué me dices tú? Por ejemplo, a mí me puedes decir Blonde.

Deseó que el tiempo fuera más despacio. Apenas podía procesar el hecho de no conocer su pasado, y ser consciente de ello le resultaba abrumador. Blonde lo observaba curioso y a la vez expectante. Incluso alzó una ceja como queriendo decir <<¿y tú qué piensas?>>. Hizo un esfuerzo para concentrarse, porque reconocía que no era productivo quedarse estancado en sus miedos. Arrugó el entrecejo y miró fijamente al suelo blanco. Debió haber pasado tiempo demás porque Blonde soltó una leve risita.

–En serio que te tomas las cosas muy a pecho. Pareciera que te la vives pensando y analizando las cosas mucho, y más de lo normal ¿Sabes a quién me recuerdas? –sonrió– A Neo, de Matrix. Con esa pijama verde y tu cara de no saber qué diablos sucede en cada momento… ¡Vamos, que te quedaría como anillo al dedo!

No era una mala idea. Neo sonaba interesante y bastante apropiado. No pudo evitar sonreír, lo cuál su compañero tomó de buena gana. Sin embargo, después de aquella alegría momentánea, sintió que algo extraño sucedía con ese nombre. Sus cejas volvieron a juntarse, mientras sus ojos miraban a un punto en la distancia. <>, retumbó en su cráneo. <>, mencionó sin darse cuenta. Está vez, Blonde lo miró extrañado.

–¿Sucede algo?

Neo sintió que había algo que se le estaba escapando, hasta que repentinamente se percató de que había un hecho que no tenía sentido ¿Por qué recordaba que existía una película llamada Matrix? ¿Cómo era posible que tanto él como Blonde supiesen que el protagonista se llamaba Neo? Se suponía que habían perdido sus recuerdos. Miró a Blonde desconcertado, y él lo notó al instante.

–¡¿Qué pasa? ¡Tienes la cara de un psicótico!

El joven no estaba seguro de por qué cada cosa que descubría le afectaba tanto. A pesar de que era consciente de la imagen hipersensible que mostraba de sí mismo, necesitó calmarse un poco primero antes de explicarle a Blonde aquello que ahora le estaba perturbando. Al terminar, este último se alzó de hombros y negó con la cabeza.

–¿Por qué te sorprende tanto? Simplemente estamos empezando a recuperar nuestras memorias. Iba a pasar tarde o temprano. No deberías darle tantas vueltas a tu mente.

Pero Neo no creía que fuese tan fácil. Si en ese momento le hubiesen puesto a prueba en un desafío de conocimiento general, lo hubiese superado con creces. No sólo se trataba de películas: aunque no fuese persona de seguir tendencias, reconocía cuáles eran las redes sociales más usadas en la actualidad. También tenía conocimiento sobre los conflictos bélicos que estaban sucediendo alrededor del globo. Él mismo había aclarado antes que en su vida nunca se había visto en la posición de tener que realizar un trabajo de mecánica. Sin importar si recordaba o no quién era él, sabía cosas que no debía; al menos no en una persona que pasa por una amnesia. Resuelto a no ceder, pues estaba seguro de que tenía la razón, le insistió a Blonde su punto de vista.

–De acuerdo –suspiró Blonde con un deje de incredulidad– digamos que tienes un punto. Aún así creo que esto tiene una explicación más sencilla; pero por ahora, quiero enfocarme en el problema que tenemos con la máquina.

Se levantó de la camilla y se acercó de nuevo a la caja metálica. Neo, por su parte, se fijó en el trozo de palanca que Blonde había dejado sobre el colchón. Lo tomó, y lo puso sobre su palma. Con ello pudo comprobar que, a pesar de ser pequeño, el tubo de metal era algo denso.

–Blonde… ¿Qué te parece si dejamos caer este trozo de metal sobre el botón? Quiero decir, ¿Cuáles crees tú qué podrían ser las probabilidades…?

–¡Whoah! –exclamó el grandulón, a la par que interrumpía lo que Neo quería decirle– ¡Eso sí que es una buena idea! –Se llevó la mano a la frente y luego murmuró <<¿Cómo es que no se me ocurrió antes?>> en voz baja– ¡Dámelo!

–Espera, Blonde. Tantéalo primero –El de amarillo cruzó de nuevo el cuarto y Neo se lo entrego en la mano sana– ¿Crees que es lo suficientemente pesado?  

Blonde alzó el tubo al aire a una distancia corta y lo dejó caer de nuevo en su mano.

–mphm… –se rascó la barba– creo que puedo agregarle más peso si lo envuelvo con tela. No demasiada, claro; porque sino se atascaría entre los cables.

Todavía quedaba trozos de la funda esparcidos en el tatami. Neo lo vio  recoger uno de ellos, para luego formar un bulto alrededor de lo que quedaba de palanca. Ambos se aproximaron al aparato, y esperando que todo saliera bien, el más grande de ellos apuntó sobre el botón y dejó caer el pedazo de tubo con la suerte de que cayera justo en el punto negro. Este al encenderse, se volvió verde. Cómo Blonde había previsto, las piezas internas de la máquina también se habían puesto en funcionamiento junto al motor, pero eso no fue lo que les llamó la atención. A un lado de la máquina, una gran placa del suelo empezó a desplazarse de tal forma que dejaba ver unos escalones que conducían a un piso inferior. Neo no pudo ocultar su sorpresa, pero estaba más que feliz. Por fin habían encontrado una salida.

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lyaa
Se ve interesanto, espero que pronto haya más capítulos. ❤️
Asseret Miralrio
😍Por favor autora, me encanta tu forma de escribir, ¡quiero leer más!
🏹💕mycupidaneko💘🐈
Necesito más para leer
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