El alfa Christopher Woo no cree en debilidades ni dependencias, pero Dylan Park le provoca varias dudas. Este beta que en realidad es un omega, es la solución a su extraño tormento. Su acuerdo matrimonial debería ser puro interés hasta que el tiempo juntos encienden algo más profundo. Mientras su relación se enrede entre feromonas y secretos, una amenaza acecha en las sombras, buscando erradicar a los suyos. Juntos, deberán enfrentar el peligro o perecer.
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ATRAPADO EN TU AROMA (parte 1)
Llevábamos más de un mes en la mansión de Christopher, y aunque aún nos adaptábamos, hubo algo que no sorprendió desde el principio: no había nadie más viviendo allí. Al principio, pensamos que no habíamos visto a los empleados, que tal vez trabajaban en horarios distintos o en áreas alejadas. Pero no tardamos en darnos cuenta de la verdad.
Christopher no tenía sirvientes. Ni mayordomos.
Él mismo cocinaba, preparaba el desayuno y el almuerzo, y hacía las compras. Un equipo de limpieza iba dos veces al mes, pero fuera de eso, el mantenimiento del lugar recaía completamente en él.
Nunca imaginé verlo haciendo tareas domésticas. Creí que era acostumbrado a la comodidad, pero manejar todo con tanta independencia me hizo cuestionar mi percepción.
La única persona que entraba con regularidad era Lilian Song, una beta de más cincuenta años, que llevaba tiempo trabajando en el Conglomerado Woo. La reconocimos de la boda, aunque parecía no saber que todo era una farsa.
Desde el inicio, Christopher dejó claras sus reglas:
—Nada de desorden ni escándalos innecesarios. Cada quien se hace cargo de su espacio. La casa es grande, asi que no tenemos que vernos todo el tiempo y respeten los horarios y límites.
Parecía más un internado que un hogar, pero mis hermanas se adaptaron rápido, especialmente a la norma de las comidas. Christopher odiada que alguien se saltara el desayuno o dejara que la comida se enfriaba y que decir si se sobraba algo. Todos debían estar puntuales en la mesa.
Ellas lo cumplieron sin problema
Yo, en cambio, estaba acostumbrado a comer cuando podía, algo que no tardó en chocar con su rutina.
Una noche, Azul dormía su siesta. Su respiración pausada indicaba que no despertaría pronto, lo que me daba tiempo suficiente para hacer lo que tenía que hacer.
Coloqué el auricular especial y activé el canal de comunicación con Frost. A través del lente de contacto, pudo ver lo mismo que yo en tiempo real desde la agencia.
—Hawk, ¿estás seguro?
Avancé por los pasillos en silencio. La orden era clara: conseguir información del nuevo CEO del Conglomerado Woo. Y yo era el único que podía infiltrarse sin levantar sospechas.
—No hay cámaras en la mansión, ya lo confirmé —susurré.
Llegué a la puerta del estudio y saqué una herramienta delgada, aplicando la presión justa sobre la cerradura. Un leve “clic” indicó que la puerta estaba abierta.
El interior era amplio y minimalista. Muebles de madera oscura, una ventana con vista panorámica de la ciudad y todo perfectamente ordenado. Demasiado ordenado.
Revisé el escritorio con cuidado. Los cajones solo contenían documentos empresariales irrelevantes: contratos cerrados, informes de inversión, nada útil. Aún así, tomé algunas fotos por precaución.
Lo importante no estaba ahí.
Buscaba su laptop y su libreta. Siempre las tenía consigo en la mansión, eran prácticamente una extensión de él, pero no estaban.
—No está aquí… —murmuré.
—Tal vez las llevó al trabajo —sugirió Frost.
Fruncí el ceño.
—Eso sería raro. Nunca las saca de la mansión.
El cambio en su rutina no me gustó. Christopher era meticuloso, casi obsesivo con sus hábitos. Si de repente decidió llevarse su laptop y su libreta, significaba que sospechaba algo.
Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Y si sabía lo que estaba haciendo? No podía detenerme. Aún quedaba un lugar por revisar.
Su habitación.
Un sitio donde tenía estrictamente prohibido entrar. Forcé la cerradura con la misma técnica de antes. Un suave “clic” confirmó que había cedido y empujé la puerta con cautela y crucé el umbral.
El aire dentro era denso.
Un aroma envolvente impregnaba cada rincón. Ámbar cálido con matices de sándalo. Fuerte y persistente. En segundos se adhirió a mi piel como un recordatoria constante de su presencia.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente con un escalofrío que recorrió mi espalda.
—¿Hawk? ¿Todo bien? —la voz de Frost sonó a través del comunicador.
Mi pulso cambiada y lo noté de inmediato.
Cerré los ojos un instante y exhalé lento.
—Las feromonas… son demasiado fuerte aquí —murmuré, notando lo áspera que sonaba mi propia voz.
No debía afectarme. Y, sin embargo, era como si la esencia del alfa me rodeara. Como si su aroma atrapado en las paredes fuera una sombra invisible que me observaba.
Intenté enfocarme, pero recuerdos fugaces me traicionaron.
El roce de unos labios contra los míos, el aliento cálido en mi oído y una manos recorriendo mi piel.
Negué con la cabeza, obligándome a regresar al presente.
—Concéntrate… —susurré.
Me moví rápido. Revisé la mesita de noche, los cajones, el armario… Nada.
Cada segundo aumentaba la posibilidad de que él regresara, y lo que buscaba no estaba.
Entonces, ya no pude soportarlo más.
Cerré la comunicación con Frost y me dirigí al baño con pasos tambaleantes. Mi cuerpo ardía, y cada respiración se sentía pesada. Apenas cerré la puerta, apoyé las manos en el lavabo, inclinando la cabeza mientras intentaba estabilizarme.
Levanté la vista y encontré con mi reflejo.
Las mejillas encendidas, los labios entreabiertos, el pecho subiendo y bajando con fuerza, la piel demasiado caliente y demasiado sensible.
Las feromonas de Christopher aún me envolvían, clavándose en mis sentidos como un eco persistente. Cerré los ojos con frustración, intentando calmar la tensión en mi cuerpo, pero era inútil. La sensación no desaparecía.
Se intensificaba.
Cada recuerdo de su proximidad, de su presencia sofocante, alimentaba el ardor en mi interior. Mi piel hormigueaba y mis músculos se contraían. El deseo reprimido se volvía insoportable. Un gruñido ronco escapó de mi garganta cuando bajé la vista y vi la evidente tensión en mi miembro.
Maldije en voz baja, cerrando los ojos con fuerza mientras intentaba controlarme, pero el ardor no cedía. Mi cuerpo clamaba por alivio y mi piel exigía más de ese alfa.
—Mierda… —susurré entre dientes, mi voz impregnada de necesidad.
Un gemido ahogado escapó de mis labios cuando mi mano descendió hacia mi miembro y mi espalda se arqueó ligeramente ante la sensación.
No debería estar haciendo.
Pero mi cuerpo ya no me obedecía, guiado por el instinto y por la necesidad de disipar la presión que me consumía desde adentro, comencé a masturbarme.
El placer me envolvió de inmediato, dejándome sin aliente. Me mordí el labio, intentando acallar cualquier sonido, pero el roce de arriba abajo era demasiado intenso y adictivo. Mis caderas reaccionaron por sí solas y mi mente se nubló con imágenes de ese alfa.
Sosteniéndome.
Susurrando mi nombre con esa voz profunda.
Y quizá… dominándome.
Cuando finalmente llegué al clímax, mi cuerpo se estremeció y un jadeo escapó de mi boca. Mi mente quedó atrapada en el éxtasis mientras mis piernas temblaban. Me sostuve de nuevo del lavabo, tratando de recuperar el aliento.
Entonces abrí los ojos y mi reflejo en el espejo.
Despeinado y con la respiración aún descontrolada.
La realidad me golpeó de lleno.
Me aparté de inmediato, sintiendo vergüenza. Me lavé las manos con rapidez y salpiqué agua en mi rostro, como si eso pudiera borrar lo que acababa de hacer. Pero el aroma de Christopher seguía allí, impregnado en mi piel, recordándome que, me gustara o no, mi cuerpo reaccionó instintivamente.
Como cualquier omega lo haría.
Y lo peor era que no tenía idea de cómo detenerlo. Entonces me percate: mi celo se estaba adelantando.
Busqué entre los estantes hasta encontrar una jeringa. Maldije entre dientes y presioné la aguja contra mi muslo sin dudar. El pinchazo fue leve comparado con el fuego que me consumía.
El alivio debería haber sido inmediato o al menos suficiente para devolverme el control, pero cuando apoyé la cabeza contra la pared, intentando regular mi respiración, supe que algo no iba bien. Y en lugar de disiparse, el deseo se aferraba a mí con más fuerza. Mi mente comenzó a traicionarme, quería sentir esas manos atrapando mis muñecas, ese aliento cálido recorriendo mi cuello… Caí sentado mientras mi pecho subía y bajaba, intentando desesperadamente respirar con normalidad.
Dos días después, al salir a dictar clases en la universidad, caminé con tranquilidad hacia la parada de autobuses. El aire freso era un alivio tras horas de clases, y por un momento, disfruté de la calma. Pero esa sensación desapareció en cuanto noté a un grupo de hombre acercándose con demasiada prisa.
—¡Es él! ¡El esposo del director Woo!
Mis pasos vacilaron.
Sus miradas eran insistentes y, cuando vi que sacaban sus cámaras, entendí sus intenciones. No quede a pensarlo y corrí por mi vida.
—¡Solo queremos unas palabras! ¡Espere!
No les di oportunidad. Mi respiración se aceleró al mismo ritmo que mis pasos, esquivando transeúntes y zigzagueando por la acera. No podía correr eternamente, lo sabía, pero mi instinto me decía que debía alejarme.
Al intentar cambiar de dirección, choqué contra alguien. El impacto me hizo tambalear, pero antes de caer, unas manos firmes me sujetaron. Levanté la vista y me encontré con un rostro conocido.
—¿Matthew?
Él me observó con el ceño fruncido antes de mirar a los hombres que aún me buscaban.
—Ven conmigo.
No hubo tiempo para dudar. Me tomó del brazo y empezó a correr, obligándome a seguir su paso. Nos perdimos entre las calles, esquivando la multitud riéndonos y finalmente nos refugiamos en una tienda de conveniencia.
Desde atrás de unos estantes, observamos a los paparazzi pasar de largo.
Solo cuando estuve seguro de que se habían ido, exhale profundamente y me dejé caer al suelo donde Matthew y yo volvimos a reírnos.
—Eso fue… agotador.
—Fue divertido… hace tiempo que no me sentía así —comentó con una media sonrisa.
Por alguna razón, su tono relajado me hizo volver a reír.
—¿Puedo saber por qué te seguían?
Evadí su mirada.
—Es… una larga historia…
Pareció querer insistir, pero antes de que pudiera hablar, un sonido rompió el silencio.
Mi estómago rugió.
Permanecí inmóvil, sintiendo el calor subir hasta mis orejas. Matthew arqueó una ceja antes de soltar una carcajada.
—Yo también tengo hambre…
—No es nada… —murmuré, desviando la vista, poniéndome de pie.
—Déjame invitarte. Hay un lugar cerca…
Negué de inmediato.
—No es necesario.
Para evitar la conversación, caminé hacia los estantes y tomé lo primero que vi. Matthew hizo lo mismo, sin decir nada más. Minutos después, estábamos sentados con un par de ramen instantáneos y bebidas de soju frente a nosotros.