Corazón De Dragón

Dagny bajó con la elegancia que la caracterizaba, siguió al hombre que parecía ser un mayordomo o en su caso, un secretario, quizás el más importante.

Llegaron hasta la entrada de una puerta grande, color dorado, dos guardias la custodiaban y dieron aviso de la llegada de la invitada.

—Entrando la princesa Dagny Devier, primogénita del reino élfico—

Dagny fue la primera en entrar y seguida por las doncellas, aquel secretario se quedó afuera.

—Bienvenida querida, espero hayas tenido un buen viaje hasta nuestro hogar— una hermosa mujer de cabellos rosas, una sonrisa amable, de ojos azules y presencia, daba la bienvenida a Dagny.

No esperaba menos de alguien que gobernaba a las bestias mitológicas más poderosas de las que había leído. Se hincó con ambas rodillas en el piso, agachó la cabeza, unió sus dos manos, colocándolas también en el piso y poniendo sobre ellas su frente.

—Los saludo majestades, protectores de Athel, reina y rey. Para mi es un verdadero honor estar en su presencia— sin levantar ni un poco la cabeza, dio aquel saludo que dejó más que impresionados a los reyes.

En Athel, una verdadera reverencia, era postrarse literalmente sobre el piso, agachando la cabeza. Habían pasado siglos desde que alguien hiciera ese saludo a algún rey, pero ahora ahí estaba una jovencita, que no era de su raza y conocía ese tipo de información.

—Agradecemos que nos honres con tu acto, eres bienvenida en nuestro hogar y esperamos formes parte de nuestra familia a partir de hoy— concluyó el rey, que se había mantenido callado hasta ese momento.

En ese instante, la reina se acercó hasta donde estaba Dagny y la ayudó a levantarse. —Querida no te quedes así por mucho tiempo, sufrirás de dolor— la tomó de los hombros, la ayudó con mucho cuidado y delicadeza, algo que Dagny jamás había sentido, en ninguna vida.

Cuando por fin estuvo frente a la reina, ella ya derramaba lágrimas, algo que no pudo controlar por los sentimientos causados.

—Me disculpo. Ante su majestad, debo parecer patética al comportarme de esta manera, es solo que sentí su calidez y jamás la había experimentado a este grado— con la cabeza agachada, se disculpó.

Sin que nadie se lo esperara, la reina le dio un gran y fuerte abrazo, sorprendiendo a todos los presentes, pero aún más a Dagny. Ella correspondió al gesto y pronto se separó.

—Mi niña, el príncipe no pudo venir por cuestiones de trabajo, aunque pronto podrán conocerse, a decir verdad sin importar que sea mi hijo, creo que no te merece como esposa— lo último prácticamente se lo susurró al oído de Dagny, causando que la albina dejara mostrar una sonrisa.

—Ahora tus doncellas se harán cargo de enseñarte donde estarás viviendo por el momento, hasta que se lleve a cabo la boda, que esperamos sea dentro de algunos meses, ya que se han presentado, espero que puedan servirte como esperas— informó el rey.

Las dos mujeres, supuestas doncellas de Dagny, estaban a punto de responderle al rey, pero la del pelo blanco no les daría oportunidad.

Se hincó nuevamente en el piso y con algunas lágrimas en los ojos, reflejando tristeza y algo de miedo, les suplicó. —Majestades, de acuerdo a las órdenes que tienen estás dos jóvenes, preferiría que ninguna de las dos me ayuden en absolutamente nada. Mi vida podría correr peligro si cumplen con su cometido— las lágrimas fisiológicas no se detenían y continuaban su salida de aquellos hermosos ojos.

Ambos gobernantes se sorprendieron por aquellas palabras, las mujeres fueron propuestas por el consejo ancestral.

—¿De qué hablas querida?, las dos son grandes señoritas, hijas elegidas por sus padres para ser parte de tu séquito como futura reina— le explicaba la reina, intentando consolarla.

—Mis disculpas majestad, escuché como hablaban sobre las concubinas Umeko y Chiara, del pago adelantado recibido por parte de ellas, para que estás mujeres me hicieran la vida imposible. También hablaron de como usted se había equivocado al ponerlas bajo mi servicio, incluso insinuaron que usted tal vez estaba perdiendo la cabeza—

Su forma de hablar era neutral, simplemente estaba viendo por su bienestar, nunca pensó en como terminarían las personas que estaban siendo acusadas.

De un momento a otro, las dos jóvenes se hincaron, negando todo lo que Dagny estaba informando.

—Majestad, no puede creer lo que está mujer dice, claramente solo quiere arruinar nuestra reputación—

—Es cierto majestad, desde que nos la entregaron, se portó altanera y ni siquiera se presentó, aunque intentamos hablar con ella, no nos dejó— agregó la segunda

El secretario que había recibido a Dagny, entró de pronto a la sala del trono. Se acercó al rey y le habló al oído.

—¿Estás seguro de lo que dices?— su furia era evidente.

—Si majestad, lo he corroborado con el cochero. Después de advertirle lo que podría suceder si mentía— contestó el secretario.

—¡Guardias!— gritó más que enfadado, su rostro mostraba ira, su seño fruncido daba miedo, las mujeres no sabían lo que les esperaba.

Cuatro hombres uniformados entraron de inmediato. —Llévenlas al campo de castigo, traigan a sus padres y avisen al verdugo que tiene trabajo por hacer—

Sus órdenes eran claras, habían sido honestos y justos todo ese tiempo como para que alguien de la nada, intentara hacer algo diferente.

La reina se dio cuenta de lo que sucedía y no podía solo quedarse de brazos cruzados. —También vayan por las concubinas Umeko y Chiara, las dos pagarán por lo que han hecho— a pesar de ser una mujer amable y tranquila, se le pudo ver enfurecida por lo que estaba pasando.

Nuevamente ayudó a Dagny para que se levantara. —Eres una princesa, eso no debes olvidarlo nunca. Nadie puede tratarte como menos, incluso nosotros que somos los reyes, jamás haríamos algo que pueda dañarte u ofenderte de alguna forma— le acariciaba ambas mejillas, limpiando de ese bello rostro las lágrimas derramadas, la delicadeza con la que lo hacía era de sumo cuidado, mientras mostraba una sonrisa sincera.

—Yo le agradezco majestad, lamento si no se como reaccionar, en casa jamás me trataron de esta manera— suspiró

Lo único que pudo hacer la reina, fue abrazarla por la espalda y ella misma acompañarla a la que sería su habitación a partir de ese momento.