En "En las profundidades de este mar oscuro," la protagonista, una exitosa pianista y escritora, se despierta desorientada en una cama con un hombre mirándola con desprecio. Al intentar recordar cómo llegó allí, se desvela una cadena de eventos espantosos: huía de su prometido, Ian, quien planeaba asesinarla. Tras descubrir una conspiración entre Ian y su amante para sacrificarla, es apuñalada y apenas logra escapar del edificio donde sucedió el ataque. Durante su huida, llama a su madre para alertarla sobre la traición de Ian y pedirle que investigue. Finalmente, gravemente herida, es rescatada por paramédicos y se enfrenta a una enigmática figura de otro mundo, aceptando una nueva vida para proteger a sus seres queridos.
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El Sacrificio
Para hacer la escena más larga, entretenida y adictiva para los lectores, podemos añadir más tensión, descripciones y diálogos que profundicen en los personajes y la trama. Aquí tienes una versión extendida y mejorada:
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Descubrí que una de mis propiedades heredadas por mi padre fue a parar a manos de ella debido a que le gustó la vista. Así que, con ayuda de la señora Ross, fui sin avisar. Al entrar, ella preguntó con tono asustado:
—¿Quién es?
El silencio que siguió fue asfixiante. Aunque solo duró unos segundos, parecieron una eternidad. Lady Ross me envió una señal de que quería que continuara. Unos pasos se acercaron a la puerta, así que entré en la habitación antes que los demás.
—Soy yo.
Ella me miró confundida por un momento y se quedó en silencio, pero luego desistió de su idea.
—¿Qué requisitos tienes para entrar a mi casa y a mi habitación?
Me reí de su gesto tan infantil y cuestioné seriamente el drama familiar de estas personas.
—¿Por qué te ríes? —dijo, perdiendo los estribos.
No puedo evitarlo, ella es la villana más linda que he visto en mi vida. Habiendo llegado a una conclusión, me decidí por uno de mis planes.
—Ah, ¿tienes miedo?
—Sí —dijo pensativamente—, no deberías estar aquí. Ni siquiera eres una niña bonita, y mucho menos una mujer.
Pude ver su interpretación de si era porque realmente no sabía nada de mi condición física. Los hombres rara vez quedan embarazados.
—¿Qué harías si tuviera una mini personita creciendo dentro de mí ahora mismo? —dije, tocándome el estómago.
Ella me miró con incredulidad, enojada se acercó a mí y me tomó la mano.
—¿Estás loco?
—Me pregunto si él piensa lo mismo —dije con amargura.
Ella miró mi barriga, sus ojos buscando al bebé que había en mí. Salí a la terraza donde tenía un pequeño jacuzzi.
—¿Sabías que tu bebé hace muchas cosas estúpidas cuando está ebrio? —dije mientras me acercaba lentamente al lugar de mi plan. Mi cuerpo es el de un hombre, pero tengo un útero que puede dar a luz a niños. Oh, claro, son completamente humanos... solo lo digo para aclarar.
—Mientes... mientes... mentiroso —dijo, agarrando su mano y deteniendo su ira.
Maldita sea, esto va a doler, pero lo haré por su futuro... no hay vuelta atrás.
—Te garantizo que el bebé te llamará tía, ¿tal vez alguna segunda mamá?
—¿Me estás tomando el pelo? —dijo con expresión horrorizada—. Yo... soy la única en su corazón —dijo, tirando de mí—. Has estado en el camino... durante mucho tiempo...
En un último impulso de ira, me jaló el cabello y trató de empujarme hacia afuera de la habitación, pero moví levemente el pie y resbalé en el agua desbordada del jacuzzi y me caí de la barandilla de vidrio.
El mundo se convirtió en un borrón mientras caía. La barandilla de vidrio se rompió en mil pedazos, su sonido era como hielo quebrándose. La sensación de vacío en el estómago me hizo darme cuenta de la altura desde la que caía. Un grito ahogado salió de mis labios mientras intentaba proteger mi abdomen instintivamente.
El golpe fue brutal. Mi cuerpo impactó contra el techo de mi auto, Kitty bebé, lo que amortiguó un poco la caída pero no evitó el dolor agudo que recorrió todo mi ser. Sentí un calor líquido correr por mi piel; mi sangre se derramaba, y cada latido de mi corazón hacía que la herida se sintiera aún más intensa.
—¡¿Qué está pasando aquí?! ¡¿Qué has hecho, maldita mujer?!
Escuché voces distantes y gritos. La imagen borrosa de Leonora y Lady Ross forcejeando se mezclaba con el cielo sobre mí. Intenté mantenerme consciente, pero el dolor era insoportable. Las lágrimas brotaron de mis ojos, mezclándose con la sangre en mi rostro.
—D... duele mucho —dije entre lágrimas, apenas audible.
Mis sentidos se apagaban lentamente. Vi a Lady Ross correr hacia mí, su rostro pálido de preocupación. Ella se arrodilló a mi lado, tratando de detener la hemorragia con sus manos temblorosas.
—Respira, cariño —dijo con voz quebrada—. ¿Dónde está la ambulancia?
La sirena de una ambulancia resonaba a lo lejos, pero para mí, parecía estar en otro mundo. La mano cálida de Lady Ross sujetaba la mía con fuerza, su mirada desesperada buscando mantenerme despierto. Intenté enfocarme en sus ojos, encontrar consuelo en ellos, pero la oscuridad me envolvía.
La llegada de los paramédicos fue un alivio fugaz. Sentí que me levantaban con cuidado, sus voces urgentes y profesionales intentando tranquilizarme. Mi visión se nubló aún más mientras me colocaban en la camilla, pero pude ver a Lady Ross siguiendo cada movimiento, sin dejarme solo ni un segundo.
El viaje en la ambulancia fue un torbellino de luces y sonidos. Mi conciencia se desvanecía, pero el agarre firme de una mano me mantenía atado a la realidad. Alguien estaba conmigo, susurrando palabras de aliento que apenas podía comprender.
Antes de perder el conocimiento por completo, una última imagen cruzó mi mente: el rostro preocupado de Ansel, su amor y su dolor reflejados en sus ojos. Sabía que, pase lo que pase, haría todo lo posible por protegerlo. Con esa última sensación de determinación, me entregué a la oscuridad, confiando en que despertaría para luchar otro día.
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