Esta es la historia de Sofía Bennet, una joven con un sueño muy grande, pero tuvo que dejarlo ir por una tragedia.
Leandro Lombardi un hombre acostumbrado a tener siempre lo que quiere con un pasado que le hizo mucho daño.
Dos personas totalmente opuestas pero con una química impresionante.
¿Podrán dejar fluir sus sentimientos o solo lucharán por evitarlos?
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5 — No Te Creo.
Sofía Bennet.
— ¿¡Quéeee!? ¿¡Cómo que te reconoció!? — exclama María, completamente atónita. — ¡Dios, Sofía! Esto es realmente impactante, amiga.
Nos encontramos las tres en casa de Tania después de haber terminado nuestra jornada laboral.
Logramos hablar con Gertrudis, quien accedió a cubrir a María con Gastón, pero nos advirtió que esta sería la última vez que lo haría.
Es curioso, porque eso es algo que siempre digo yo, pero zas, caigo nuevamente en las manipulaciones de María, como un niño que anhela un dulce.
Aunque puede que no sea la mejor comparación, es la verdad; esa mujer logra poner una expresión de inocencia que me dificulta regañarla.
Pero bueno, continuando con el relato, seguimos trabajando cada uno en silencio y, antes de salir, Tania nos invitó a su casa para comer y beber algo.
Yo ya sabía que eso era solo una excusa para poder hablar sobre mi encuentro con Gerardo, y así fue; al llegar, comenzó con su cantaleta.
María nos miraba con curiosidad, así que Tania le contó todo, y sus ojos marrones se abrieron tanto de sorpresa que pensé que se le iban a salir de las órbitas.
— Ya les dije que solo me comentó que mi voz le resultaba familiar. — respondí ya irritada con el tema. — Lo negué y él me creyó.
— Sí, y yo soy la virgen de los desamparados. — dice Tania con auténtico sarcasmo.
— Bueno, virgen las dos, eso es obvio. Tania, de los desamparados no se sabe, pero tú, Sofía, te ganarías el puesto con creces. — se burla María, ganándose una mirada mortal de nuestra parte.
— ¡Cállate! — le decimos las dos al unísono, y ella levanta las manos en señal de paz.
— Calma, calma, no sean agresivas, solo expresaba una opinión humilde, además ustedes no pueden negarlo.
— No, no lo niego, estoy orgullosa de ser así — afirma Tania, levantando la cabeza con dignidad.
— Por favor, ¿quién llega virgen a los 20? A menos que seas la monja de Sofía — me señala con una mueca, yo le devuelvo una mirada desafiante. — Sin ofender, querida, pero ¿qué quieres que haga? Tienes casi 23 años y aún no has hecho el delicioso; eso es un acontecimiento histórico en la Tierra.
— Mejor cállate, María, que tú no has dejado hombre sin recorrer, como si fueran carreteras. — reclamé molesta.
— Y internacional, mamita, larga, gruesa y extensa. — se ríe.
Tania intenta controlar la risa pero no puede.
— ¡Tania, dile algo! — protesté con los brazos cruzados.
— Tienes razón. María, escúchame bien lo que te voy a decir y quiero que lo hagas. — dijo seria. Yo sonreí. — Pásame los números de cada uno, pero eso sí, con informe médico incluido.
Ella estalla en carcajadas y yo me quedo mirándolas con la boca abierta, muy indignada.
En ese momento, suenan unas llaves en la puerta y, tras unos minutos, entra Cristina, la hermana mayor de Tania.
— Hola, mis Barbies, ¿qué hacen? —pregunta al ingresar en la sala, mientras se quita los tacones y se sienta con nosotras en el sofá.
Cristi tiene 26 años, es alta y tiene un gran cuerpo, como diría la canción de Camilo: De modelo de revista.
Su cabello es de un tono rojizo que resalta su belleza, y sus ojos son de un verde claro que capturan la atención de quienes la rodean. Es tan parecida a su madre que parece un reflejo de ella.
Por otro lado, Tania, su hermana, se asemeja mucho más a su padre. Es morena y tiene ojos azules, lo que la hace lucir distinta, pero igualmente cautivadora por su propio estilo.
— Hola, muñequita, no estábamos haciendo nada. Pero no puedo decir lo mismo de ti, tienes una cara de: Me acuesto en la cama y no despierto hasta mañana. — le dice María dándole un beso en la mejilla.
— Hoy fue un día horrible en la oficina, un poco más y me ahorcaba. — murmura con fastidio.
— Vamos, hermanita, no seas tan dramática, nosotras también tuvimos un día difícil y no nos estamos quejando. — responde Tania en un tono divertido.
— Tú eres mesera, no secretaria, así que no compares. — cuestionó, señalándola con molestia.
— Sí, lo que tú digas. — hizo un gesto de desdén con los ojos — Bueno, continuando con el tema que teníamos pendiente, porque nos hemos desviado demasiado, te pregunto Sofía, ¿qué vas a hacer?
Suspiré con irritación, porque no entiende que deje de lado ese asunto.
— Tania, ya te dije que lo olvides, no tengo razones para estar nerviosa ni inquieta, él no me reconoció, punto. Ya olvídenlo. — les dije cansada, ellas murmuraron entre dientes, pero no dijeron nada.
— ¿De qué están hablando ustedes? — pregunta Cristina, extrañada por su actitud.
— Yo te lo voy a contar, muñequita. Resulta que a Sofía... ¡Auch! ¿Por qué me golpeas? — le di una palmada en la cabeza para que se callara.
— Porque te lo mereces, soy yo quien debe responder, no tú.
Ella, actuando como una niña malcriada, me saca la lengua, así que decido ignorarla.
— Lo que sucedió, Cristina, es que hoy en el restaurante había un montón de comensales y no dábamos abasto. Resulta que en una de las mesas que me asignaron estaba, nada más y nada menos, que Gerardo.
» Te confieso que me puse extremadamente nerviosa, pero me forcé a mantener la calma.
Ella me escuchó atenta a mis palabras.
— Cuando llegué, le pregunté qué quería y entonces me preguntó si nos conocíamos de algún lado porque su voz le resultaba familiar. Yo lo negué por completo y él me creyó — expliqué rápidamente — Pero Tania, aquí presente, no deja de hacer drama diciendo que eso es mentira y bla bla bla ¿Entiendes?
Cristina está tan asombrada que se tapó la boca de la impresión.
— ¿¡Es en serio, Sofía!? ¿Cómo puedes decir algo de esta magnitud tan tranquila, cariño? — me reprocha, levantándose con las manos en la cintura.
— Pero, Cristina, no es para tanto. ¿Cómo quieres que reaccione? Así es como me siento — le resté importancia al asunto y ella me mira incrédula.
— No te creo. Verdaderamente no puedo hacerlo — dice con seriedad — Seamos claros, nosotras tres conocemos a Gerardo más que tú, ya que solo vas al club los días en que se usan las máscaras. Por lo tanto, no sabes que cuando él se empeña en algo, no descansa hasta lograrlo.
Al ver las cosas de esa manera, ellas tienen toda la razón.
¿Será que me estoy confiando demasiado? ¿Y si él me reconoció pero me está engañando?
¡Ay Dios, ¿por qué me hacen esto?!
Estaba tan tranquila y ahora parezco paranoica.
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TANIA:
CRISTINA:
MARÍA: