Un soldado de un antiguo reino fue sometido a un experimento para transformarlo en un arma de destrucción masiva mediante alteración genética. Algo salió mal y despertó mil años después, en un mundo mágico lleno de bestias de fantasía. Desorientado, encuentra las ruinas de su reino y un nuevo campo de batalla entre civilizaciones desconocidas. Con habilidades sobrehumanas, debe descubrir su propósito en este nuevo y peligroso mundo.
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Capítulo 4: Restos de un Imperio Perdido
El sol apenas comenzaba a asomarse sobre el horizonte cuando Zen llegó a las ruinas. Desde la distancia, había visto los restos de lo que parecían ser edificios y estructuras, ahora devorados por el tiempo y la naturaleza. El corazón de Zen latía con una mezcla de anticipación y nostalgia mientras se acercaba, cada paso resonaba en la tranquila mañana.
Al ingresar a lo que alguna vez fue una ciudad próspera, Zen notó cómo la vegetación había reclamado todo a su alrededor. Árboles crecidos entre las grietas de antiguos edificios, lianas que envolvían lo que una vez fueron columnas majestuosas, y flores silvestres que brotaban en lo que debieron ser calles transitadas. Cada rincón de las ruinas parecía susurrar historias olvidadas de un pasado glorioso.
Zen exploró cuidadosamente, consciente de que cualquier paso en falso podría provocar un derrumbe. Sus nuevos sentidos le permitían moverse con una agilidad y precisión que nunca había tenido en su forma humana. Mientras caminaba entre los restos, sus ojos captaban detalles que habrían pasado desapercibidos para alguien más: un trozo de metal con inscripciones desgastadas, fragmentos de vidrio de una ventana rota, y rastros de pinturas murales ahora descoloridas.
En su exploración, encontró una serie de estanterías aún de pie, milagrosamente sobrevivientes al paso del tiempo. Aunque la mayoría de los objetos estaban destruidos o cubiertos por una capa de polvo y moho, Zen se percató de algo que le llamó la atención: una pila de telas. Las telas, aunque deterioradas, todavía conservaban cierta integridad. Eran de colores apagados, pero al tocarlas, Zen sintió una conexión con su pasado. Recordó a su madre, una artesana que siempre hablaba de la calidad de las telas de Mecaget.
Con cuidado, recogió las telas más intactas y las amarró para formar una especie de mochila improvisada. Mientras lo hacía, no pudo evitar pensar en lo irónico de la situación: una bestia gigante, que una vez fue un hombre, cargando recuerdos de una civilización que ya no existía. La tela, aunque simple, le dio un sentido de propósito renovado. Podría usarla para recolectar cualquier cosa valiosa o útil que encontrara en estas ruinas.
Continuó su búsqueda entre los restos de lo que una vez fue una tienda o almacén. La estructura estaba casi colapsada, pero al escarbar entre los escombros, encontró varias botellas. Muchas de ellas estaban rotas, pero algunas seguían enteras, con sus etiquetas aún legibles. Con un sentimiento de asombro, Zen observó las etiquetas. Aunque estaban desgastadas, la escritura era inconfundible: era el idioma de Mecaget. Frases como "Agua Mineral Mecaget" y " Vemcahty un vino muy famoso" lo transportaron de regreso a su tiempo, confirmando que estas ruinas eran de su antiguo hogar.
A medida que examinaba las etiquetas, Zen se dio cuenta de que muchas de ellas mencionaban un nombre que le resultaba familiar: Cifiris. Recordó que Cifiris era una ciudad famosa por sus destilerías y la producción de algunos de los mejores alcoholes del imperio. Si estas ruinas eran efectivamente Cifiris, entonces la capital de Mecaget, Norgel, se encontraría hacia el norte, a unos 475.000 kilómetros de distancia aproximadamente, ya que es una de las ciudades que más visitaba como escolta de cargamentos de vinos. Esta revelación le dio una nueva dirección y propósito. Si pudiera llegar a la capital, tal vez encontraría más respuestas sobre la caída de Mecaget y su propio destino.
Las botellas, algunas llenas de líquido y otras vacías, eran testigos de un pasado vibrante y lleno de vida. Zen guardó algunas en su improvisada mochila, sabiendo que estos pequeños artefactos serían cruciales para entender más sobre lo que le había sucedido a Mecaget. Mientras se movía entre los escombros, su mente estaba llena de preguntas: ¿Podría encontrar más pistas que arrojaran luz sobre la caída de Mecaget?
A medida que el día avanzaba, Zen continuó su exploración con un propósito renovado. Encontró una vieja mesa de trabajo cubierta de musgo y polvo. Al despejarla, descubrió herramientas oxidadas y lo que parecían ser planos o mapas, ahora ilegibles por el tiempo y la humedad. La sensación de pérdida se mezclaba con la esperanza de encontrar más fragmentos de su pasado que pudieran guiarlo en este nuevo mundo.
En un rincón más profundo de las ruinas, Zen se topó con lo que parecía ser una antigua biblioteca. Aunque la mayoría de los libros estaban destruidos, cubiertos por una capa de vegetación y tierra, algunos todavía estaban en mejores condiciones. Con delicadeza, recogió los libros y los guardó en su mochila. Sabía que, aunque no pudiera leerlos ahora, estos textos podían contener respuestas vitales sobre Mecaget y su propio destino.
En su recorrido, también encontró lo que parecía ser una fábrica abandonada. Las grandes calderas y destiladores oxidados confirmaban que esta ciudad había sido un centro de producción importante. El descubrimiento reforzó su teoría de que estaba en Cifiris. Zen decidió explorar más a fondo la fábrica, con la esperanza de encontrar algún registro o maquinaria que pudiera darle más pistas sobre el destino de Mecaget.
Mientras exploraba la fábrica, encontró una sala que probablemente era utilizada para la destilación de alcohol. En una esquina, cubierta de polvo y telarañas, halló un barril de metal con el sello de Mecaget. Al abrirlo, se sorprendió al encontrar que aún contenía un líquido espeso y oscuro. Aunque dudaba de su calidad después de tanto tiempo, decidió llevar un poco en una de las botellas que había encontrado, pensando que podría ser útil para análisis o simplemente como un recuerdo más de su hogar perdido.
Al llegar la noche, Zen se detuvo en un claro dentro de las ruinas, rodeado por los restos de una civilización que una vez conoció y amó. Las estrellas comenzaron a brillar en el cielo, y el aire fresco le proporcionaba una sensación de calma. Se sentó, cansado pero satisfecho, mirando las ruinas iluminadas por la tenue luz de la luna. Sabía que había encontrado solo una pequeña fracción de las respuestas que buscaba, pero también sabía que esto era solo el comienzo.
Con la certeza de que debía dirigirse hacia el norte, hacia Norgel, Zen se preparó para el viaje que le esperaba. Las ruinas de Cifiris habían sido un recordatorio de su pasado y una fuente de esperanza para el futuro. Sabía que el camino hacia la capital sería largo y lleno de desafíos, pero estaba decidido a encontrar la verdad y reconstruir el legado de Mecaget.
Esa noche, durmió bajo las estrellas, con la mochila llena de artefactos y recuerdos, y el corazón lleno de una renovada determinación. Sabía que cada paso lo acercaba más a la verdad y a su destino en este nuevo y extraño mundo.