La vida de Kitten siempre estuvo llena de dolor y humillaciones, condenada a vivir como una esclava en la casa del alfa. Ella era presa de las burlas de los cuatrillizos, hijos del alfa. Su único consuelo era que pronto tendría a su loba y con ello quizás encontraría a su mate.
Pero el destino se ensaña con ella cuando descubre que no solo tiene un mate, tiene cuatro y son aquellos que han hecho de su vida un infierno. Ante esto, Kitten teme aceptarlos por todo el dolor que le han hecho pasar, mientras que ellos buscan redimirse y ganarse su afecto, aunque sus personalidades arrogantes hacen difícil esta tarea.
¿Podrán los cuatro conseguir el perdón de Kitten y borrar todo el sufrimiento por el que la hicieron pasar?
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3. Otra Perspectiva
...POV Ian...
Cuando desperté esta mañana, me sentí extraño. Pasé la noche soñando con Kattie, mi bella y hermosa Kattie.
Aunque siempre estaba presente en mis pensamientos, hoy había algo raro, un anhelo que no podía ignorar.
Mi lobo estaba inquieto instandome a buscarla. Lo primero que quisimos hacer fue verla. Aunque no pudiéramos acercarnos como realmente quisieramos, anhelamos tenerla cerca. Me asee y cambié lo más rápido posible, esforzándome por lucir lo mejor que pudiera para que ella me viera.
Salí casi corriendo de mi habitación, pero no fui lo suficientemente rápido. Mis hermanos ya estaban a punto de bajar. No tuve más opción que tranquilizarme y seguirlos. Axel y Sam comenzaron a pelearse en las escaleras, empujándose y bromeando entre risas, mientras que Alex solo observaba, riéndose y despeinandome.
Normalmente, eso no me molestaba, pero hoy quería estar presentable para mi diosa Kattie. Con un manotazo rápido, le quité la mano de la cabeza y él me miró con sorpresa, ya que nunca había hecho algo así.
— ¿Alguien se levantó de mal humor? — preguntó con una sonrisa, tratando de mejorar mi ánimo.
— Lo siento, hermano — murmuré, mirando mis pies. Alex era el que más se preocupaba por mí, siempre atento a lo que me pasaba.
Al llegar al comedor, allí estaba ella, la única, la más bella y hermosa. Desde que llegó a la casa de la manada, me enamoré perdidamente de ella. Aunque ella tenía solo siete años y yo diez, me pareció la niña más hermosa que jamás había visto.
La primera vez que la vi parecía una princesa salida de un cuento. Su cabello negro y lacio, un poco mojado por la nieve que caía. Sus ojos color avellana, llenos de lágrimas, me partieron el corazón. Llevaba un hermoso vestido celeste, con medias térmicas y unas botas marrones. Me enamoré perdidamente de ella en ese instante.
Traté de salir con otras lobas con la esperanza de que me hicieran sentir igual, pero ninguna lograba tener ese efecto en mí. Durante las citas, siempre deseaba que Kattie estuviera a mi lado. Después de un tiempo, decidí que si no podía estar con mi diosa, no estaría con nadie.
— ¿Me preparaste todo esto, Kattie? — le dije, sonriendo. Ella me devolvió la sonrisa, y mi corazón se llenó de alegría. Amaba cada gesto suyo. Amaba ser el único que recibía ese tipo de sonrisas.
Al pasar a su lado, intenté despeinarla, quitarle el moño que restringía su hermoso cabello negro. Pero ella se echó hacia atrás, sonriendo... en ese instante, se chocó con Axel. Su sonrisa se desvaneció al instante. Él comenzó a molestarla junto a Sam, y lo que hicieron me dejó desconcertado: hundieron sus caras en su cuello, aspirando su aroma.
Mis instintos se dispararon. La ira y el deseo de protegerla nublaron mi mente. Siempre había mantenido la distancia. Aquel acto era un ultraje. Mis ojos pintaron de negro, el deseo de defenderla creció de inmediato, pero el miedo aparecio. El miedo de que al defenderla, mi madre luego tomará medidas contra ella, y así en vez de ayudarla solo la perjudicaría más.
Recordé un momento en el que había actuado en defensa de Kattie.
Fue en una reunión familiar, y mis hermanos se habían burlado de ella, empujándola. Sin pensarlo, me interpuse entre ellos y Kattie, grité que la dejaran en paz. Mi madre, al ver mi reacción, se volvió furiosa, su ira no recaía en mí sino en Kattie.
Desde ese día, había aprendido que defenderla abiertamente podía traer consecuencias catastróficas.
Kattie terminó llorando, y mi madre, en un arranque de rabia, decidió desquitarse con ella. Empezó a criticarla con dureza, despreciando hasta su apariencia y la manera en que se comportaba. Le prohibió unirse a las actividades familiares y hasta le quitó sus cosas favoritas como castigo. La brutalidad de sus palabras hizo que Kattie se sintiera tan humillada y rechazada que no pudo contener las lágrimas. Yo, impotente, observé mientras mi madre infligía ese cruel castigo, sintiendo que no solo había herido a Kattie, sino que también había trazado una línea entre nosotros.
La culpa de haber empeorado las cosas me atormentaba. En lugar de animarla, había hecho que sufriera más. A partir de ese momento, decidí quedarme callado, convencido de que mi deseo de protegerla solo traía más problemas. Cada vez que veía su tristeza, era como si un peso en mi corazón aumentara, sintiendo que había fallado de la manera más dolorosa.
— Tengo hambre, dejen de jugar — dije, tratando de elevar mi voz con un tono que podía pasar por autoridad. Mis hermanos me miraron y finalmente la dejaron en paz, pero ese aspecto impasible de mi voz me dejó con un sabor amargo en la boca.
Sin embargo, Alex no dejó ir la oportunidad y le dijo que debía respetar a sus Alfas, obligándola a mirarlo a los ojos. Era algo común en él; sólo quería que ella lo mirara, pidiéndole respeto. Mientras tanto, yo me urgía por hacer valer lo que sentía, pero la sombra de mi madre seguía diciéndome que era peligroso. Kattie no merecía ser tratada así, y debía encontrar el valor para defenderla de todo y de todos.
...POV Alex...
Ian estaba actuando raro hoy, pero decidí no darle demasiada importancia. Supuse que eran solo los nervios ante nuestra próxima asunción como Alfas de la manada.
Para tranquilizarlo, le revolví el cabello como solía hacer, pero esta vez se apartó y luego pidió disculpas. No podía culparlo; era mi hermano menor, seguramente estaba demasiado nervioso.
“Tranquilo, cachorro, todo estará bien. No estés nervioso”, intenté consolarlo a través del enlace mental, pero no recibí respuesta.
Cuando llegamos al comedor, ahí estaba Kattie. Había vivido con nosotros desde pequeña y se encargaba de todos los quehaceres de la casa. Era como una criada, con la diferencia de que no recibía ningún pago por sus servicios.
Mis padres decían que estaba “pagando la deuda” de sus padres, pero eso siempre me había parecido equivocado. ¿Cómo podía una niña de siete años asumir la carga de sus padres? Era incomprensible, pero aún no era el Alfa de esta manada, no podía hacer nada; eso cambiaría mañana.
Tenía sentimientos encontrados hacia Kattie. Algo en ella me generaba curiosidad, una intensa atracción que solo crecía con el tiempo. Pero también me generaba rabia y frustración.
Ella siempre se mantenía distante de mí, como si mi mera presencia le resultara desagradable. Pero, ¿por qué? Nunca le había hecho nada malo, o al menos no podía recordar. De los cuatro, era el único que no la trataba ni bien ni mal, simplemente porque ella no me dejaba acercarme.
Envidiaba a Ian, cuya habilidad para hacerla sonreír era evidente. Las pocas sonrisas que le había visto eran todas para él. Nadie más parecía notar que siempre estaba allí, salvándola de Sam y Axel cuando la molestaban.
Esa necesidad de hacerme notar, sin poder encontrar la manera de acercarme a Kattie, me picaba por dentro. Mi posición como futuro Alfa debería bastar para que me respetara, pero su indiferencia solo me dejaba frustrado. Sentía una mezcla de curiosidad y enojo que no podía ignorar. Cada vez que me daba la espalda, algo se apretaba en mi pecho. El equilibrio de poder siempre ha sido esencial en nuestra manada, y yo, como Alfa, no podía permitirme ser ignorado. Y así, con autoridad en mi voz, me esforzaba por hacer que Kattie se diera cuenta de mí, incluso si eso significaba actuar con mano dura.
Por eso, me gustaba hacer que me mirara a los ojos y exigirle respeto. Era la única forma que encontré de hacer que me notara, pero su indiferencia me llenaba de frustración.
Un día, la vi tan pálida que casi se desmaya; no había nadie cerca para ayudarla porque estaba limpiando el comedor sola después del desayuno. Actué rápidamente, apresándola en mis brazos y evitando que cayera al suelo. Fue la única vez que la tuve cerca, y se sintió increíblemente bien. Pero en cuanto se dio cuenta, se alejó, mirando sus pies y pidiendo disculpas. Eso me enfureció. Le pregunté qué le sucedía y si había desayunado. Su respuesta, titubeante, fue que no había podido comer nada, lo que le provocaba mareos y dolores de cabeza.
Desde ese día, cada mañana me servía un poco más de mi porción y lo dejaba en el centro de la mesa, como si fueran sobras. Era una forma de asegurarme de que siempre tuviera algo para desayunar. Al principio, probaba diferentes opciones, ocultándome para asegurarme de que comiera. Así, fui descubriendo que sus favoritos eran las cosas saladas, excepto las verduras; cada vez que le dejaba alguna, las separaba y las dejaba a un lado. No le gustaban mucho los dulces; comía un poco solo para tener algo en el estómago.
Hoy no iba a ser diferente. Solo quedaba un waffle. Me apresuré a tomarlo junto con unos huevos y tocino. Sin embargo, Axel no me quitó la vista de encima; era el más glotón de los cuatro y se enrojeció de rabia. Enojado porque no le dí el último waffle, se fue a su habitación. Pero no podía quedarme a verificar si Kattie desayunaba; tenía una reunión con papá para tratar cuestiones de la manada.
Autora la haga mate de los cuatrillizos