En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 10: La Verdad en la Oscuridad
El silencio se espesó en la posada, como si el aire mismo hubiera decidido quedarse quieto para escuchar lo que estaba a punto de ser revelado. El Conde de Ashbourne, con el rostro sombrío y la voz apenas un susurro, comenzó a hablar, sus palabras llenas de amargura y desesperanza.
—Hace seis meses, fui abordado por un hombre que decía actuar en nombre de un grupo que buscaba… un cambio en la corte —comenzó, sus ojos oscuros mirando hacia la copa de vino que tenía delante, como si en su superficie pudiera ver los fantasmas de sus decisiones pasadas—. Me ofrecieron una suma considerable a cambio de mis servicios, o mejor dicho, de mi silencio. Y no era el único. Varias familias nobles han sido abordadas de manera similar. Los Ravenswood, los Northumbria… y más nombres que sorprenderían incluso a los más cínicos.
Arabella sintió que su piel se erizaba. El alcance de la conspiración era mucho mayor de lo que había imaginado. No era solo un complot aislado; era una red meticulosamente tejida, que abarcaba a las familias más influyentes del reino. Alexander, sentado junto a ella, se inclinó hacia adelante, su voz contenida pero cargada de urgencia.
—¿Qué es lo que quieren? —preguntó—. ¿Es un golpe contra la reina o algo más grande?
El conde apretó los labios, como si dudara en revelar la verdad. Finalmente, con un suspiro resignado, respondió: —Quieren controlar la sucesión. La reina no ha anunciado un heredero, y eso ha sembrado discordia y ambición entre la nobleza. Algunos temen que su lealtad hacia los Pembroke sea recompensada con la pérdida de sus tierras y títulos si la sucesión favorece a otros. La idea no es solo derrocar a la reina, sino colocar a un nuevo monarca en el trono, uno que se alinee con sus intereses.
Arabella sintió una ola de náusea. Esto no era solo una lucha de poder; era la lucha por la misma esencia de lo que significaba gobernar el reino. La incertidumbre respecto a la sucesión se había convertido en un terreno fértil para la traición. Era un golpe preciso a la única debilidad de la reina: la falta de un heredero claro.
—¿Y qué papel juegan los Ravenswood en esto? —preguntó ella, manteniendo la voz lo más firme posible.
El conde la miró fijamente, sus ojos revelando una mezcla de lástima y advertencia. —Lady Catherine ha estado orquestando mucho de esto. Su esposo es solo una pieza del tablero, pero ella… ella tiene ambiciones más grandes de lo que cualquiera sospecha. No es solo una cuestión de poder. Es una cuestión de venganza. La reina, en sus primeros años de reinado, tomó decisiones que afectaron profundamente a la familia de Lady Catherine. Ahora, ella ve una oportunidad para ajustar cuentas y moldear el reino a su imagen.
Alexander se irguió en su asiento, el ceño fruncido con intensidad. —¿Por qué nos cuenta esto ahora? Si está tan implicado como dice, ¿por qué arriesgarse?
El conde esbozó una sonrisa triste. —Porque al principio pensé que podía controlar mi papel en todo esto, jugar mis cartas para proteger a mi familia. Pero ya no puedo ignorar lo lejos que han llegado. Lo que están planeando no es solo un golpe contra la reina; es un golpe contra la estabilidad del reino. Y si no hacemos algo, las consecuencias serán devastadoras.
Arabella se levantó lentamente, su mente calculando cada detalle revelado. —Entonces, ayúdenos —dijo, sus palabras cargadas de una determinación feroz—. Necesitamos más nombres, más pruebas. Si realmente desea redimirse, necesitamos todo lo que tenga.
El conde asintió. —Les proporcionaré una lista de los implicados y las sumas que han recibido. Pero deben moverse rápido. Si Lady Catherine sospecha que he hablado, vendrán por todos nosotros.
Al día siguiente, Arabella y Alexander regresaron al castillo con una sensación de urgencia que les quemaba las entrañas. Sabían que tenían que actuar rápidamente, pero también con extrema cautela. Cada paso en falso los acercaría a la horca.
El castillo estaba envuelto en una inquietante calma, el tipo de silencio que precede a la tormenta. Cuando se reunieron en la biblioteca para revisar los documentos que el conde les había entregado, una sensación de inquietud se instaló en el aire. Entre los nombres de la lista, algunos eran previsibles: nobles ambiciosos, caballeros con grandes deudas, y vasallos que habían sido ignorados durante mucho tiempo. Pero otros… otros eran impactantes. Incluso había algunos que eran conocidos por su lealtad incuestionable a la corona.
—Esto no tiene sentido —dijo Alexander, pasando la mano por su cabello en un gesto de frustración—. ¿Cómo podrían estar tan bien organizados? Y, ¿por qué involucrar a tantos?
Arabella, revisando la lista, se detuvo al encontrar un nombre que le era dolorosamente familiar: Sir Reginald. El hombre que había estado al servicio de su familia desde que tenía memoria, que había sido un amigo cercano de su padre. Ella sintió una punzada de traición en el pecho.
—Esto es más grande de lo que pensábamos —murmuró—. La lealtad se ha convertido en una moneda de cambio en la corte, y muchos están dispuestos a venderla al mejor postor.
Alexander la miró, sus ojos reflejando la misma mezcla de decepción y resolución. —Entonces, necesitamos exponerlos. Si la reina sabe quiénes son sus enemigos antes de que ellos actúen, podremos evitar el desastre.
Pero justo cuando pensaban que el curso estaba claro, la puerta de la biblioteca se abrió con un golpe seco. Lady Catherine entró, su rostro adornado con una sonrisa afilada y peligrosa.
—Vaya, vaya… —dijo, avanzando lentamente hacia ellos—. Me pregunto qué podrían estar tramando dos jóvenes tan prometedores aquí, en la soledad de la biblioteca. ¿Tal vez discutiendo asuntos que no deberían concernirles?
Arabella sintió que el aire se volvía denso, como si la habitación se estuviera cerrando alrededor de ellos. Su mente buscaba frenéticamente una salida, un modo de desviar la atención de Lady Catherine sin levantar sospechas.
—Estábamos discutiendo la próxima cacería, mi señora —dijo Arabella con una calma fingida, levantándose con elegancia—. Queríamos asegurarnos de que todo estuviera en orden para la comitiva de la reina.
Lady Catherine la miró con escepticismo. —¿Es eso así? Porque he escuchado rumores de que ciertos miembros de la corte han estado indagando en asuntos que no les conciernen, y eso podría ser… peligroso.
El ambiente se tensó mientras Lady Catherine daba un paso más cerca. Arabella sintió cómo la mano de Alexander rozaba la suya detrás de su espalda, un gesto pequeño pero cargado de significado: estarían listos para cualquier cosa.
—Los rumores son solo eso —replicó Arabella, sus ojos fijos en los de Lady Catherine—. Chismes sin fundamento, y el castillo está lleno de ellos.
Lady Catherine esbozó una sonrisa enigmática, sus ojos brillando con una malicia contenida. —Por supuesto, querida. Pero no olviden que en esta corte, las sombras escuchan. Y no siempre lo que susurran es mentira.