Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Líneas cruzadas
Esa mañana había sido como todas las anteriores desde aquel dia en casa de Javier: tensa y silenciosa. Javier seguía evitándome en la escuela, y aunque había intentado hablar con él un par de veces, siempre encontraba la manera de esquivarme. Cada vez que lo veía, se me hacía un nudo en el estómago, y el dolor de su indiferencia se volvía más insoportable. Pero en vez de enfrentar la situación, decidí esconderme, como si encerrarme en mi cuarto pudiera hacer desaparecer el caos que se había desatado en mi vida.
Al llegar a casa después de clases, me refugié en mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí como si estuviera creando una barrera entre el mundo exterior y mi mente. Pasé horas tumbada en la cama, mirando el techo, perdiéndome en pensamientos que no llegaban a ninguna parte. Mi celular vibraba de vez en cuando, pero ignoraba los mensajes. No quería hablar con nadie. No quería pensar en nada.
Era ya de noche cuando mi madre, desde la cocina, me llamó para que la ayudara a preparar la cena. Aunque no tenía ánimos de hacer nada, me levanté, obligándome a seguir la rutina. Ella no sabía lo que había pasado, y prefería mantenerla al margen de todo el desastre. Había algo reconfortante en la normalidad de preparar la cena juntas, en el ruido de los platos, en el aroma de la comida, en el pequeño consuelo de que al menos en casa las cosas seguían igual.
—Alana, ¿puedes pasarme la sal? —me pidió mi madre, sacándome de mis pensamientos.
Le entregué el frasco y continuamos cocinando en silencio por unos minutos. El ambiente en la cocina era tranquilo, y aunque no podía dejar de pensar en Javier, al menos mi mente estaba lo suficientemente ocupada como para no caer en el abismo de mis pensamientos.
Justo cuando estábamos sirviendo la mesa, el timbre de la puerta sonó, rompiendo la quietud. Mi madre frunció el ceño, sorprendida.
—¿Quién será a esta hora? —murmuró, mientras dejaba el plato que tenía en las manos y se dirigía a la puerta.
Me quedé quieta en mi sitio, mirando la comida servida y esperando que fuera alguna visita rápida o algún vecino que necesitara algo. Escuché cómo mi madre saludaba a alguien en la puerta, y su tono pasó de sorpresa a una calidez hospitalaria.
—¡Hola! No sabía que Javier tenía un hermano. Por favor, pasa, pasa.
El mundo se detuvo por un segundo. No era necesario que me girara para saber quién era. Lo supe antes de que diera un paso dentro de la casa. Darian. Cerré los ojos, exhalando con frustración. ¿Qué hacía aquí? ¿Por qué venía ahora, después de todo lo que había pasado?
Escuché cómo los pasos se acercaban, y finalmente los vi entrar en la cocina. Mi madre, sonriente y hospitalaria como siempre, caminaba junto a Darian, que tenía una expresión seria en el rostro. No había rastro de la arrogancia que solía mostrar, pero su presencia seguía siendo incómoda para mí, especialmente después de todo lo que había ocurrido entre nosotros.
—No sabía que Javier tenía un hermano —repitió mi madre, mirándome con curiosidad.
—Sí, lo tiene —respondí, sin ningún entusiasmo, tratando de mantener la calma. No quería mostrar lo incómoda que me hacía sentir tener a Darian en nuestra casa.
—Bueno, no hay problema. Siéntate con nosotras a cenar, Darian —dijo mi madre con amabilidad, señalando una silla vacía en la mesa.
Me quedé en silencio mientras Darian tomaba asiento frente a mí. Mi madre, como siempre, se encargó de mantener la conversación en marcha, haciéndole preguntas sobre su vida, su familia, y otras cosas triviales. Pero yo apenas prestaba atención. Mi mente estaba ocupada en otra parte, en la tensión que se sentía cada vez que nuestros ojos se encontraban.
—Darian, ¿cuánto tiempo te quedarás por aquí? —preguntó mi madre, con esa curiosidad maternal que a veces podía ser incómoda.
—No lo sé —respondió él, mirando brevemente en mi dirección antes de volver su atención a mi madre—. Por ahora no tengo planes de irme.
Sentí una punzada en el estómago. La idea de tenerlo cerca por más tiempo de lo necesario no me agradaba en absoluto. Afortunadamente, la conversación continuó sin que se me pidiera participar demasiado. Pero mientras intentaba comer en silencio, algo me llamó la atención. Miré a Darian por el rabillo del ojo, y noté que, a pesar de su apariencia tranquila, había una tensión en sus hombros, como si también estuviera incómodo con la situación.
Después de un rato, mi madre miró el reloj y se levantó de la mesa.
—Ay, se me hizo tarde. Tengo turno de noche hoy en el hospital. Alana, no te acuestes tarde, ¿sí? —me advirtió, dándome un beso en la frente—. Y tú, Darian, ten cuidado cuando te vayas. Buenas noches a ambos.
Nos quedamos solos en la cocina, el silencio llenando el espacio de manera incómoda después de la partida de mi madre. Terminé de comer lentamente, sin saber cómo abordar lo que estaba por venir. Sabía que Darian no había venido solo por cortesía. Había algo más.
Finalmente, me armé de valor y rompí el silencio.
—¿Qué haces aquí, Darian? —le pregunté, sin mirarlo directamente.
Él tomó un sorbo de agua antes de responder, su tono serio y bajo.
—Quería saber cómo estabas.
La respuesta me tomó por sorpresa. Me quedé mirándolo fijamente por un momento, intentando descifrar si había algún truco en su respuesta o si, por una vez, estaba siendo sincero. Al ver que no continuaba, decidí no darle más vueltas.
—Estoy bien —respondí, aunque ambas palabras sonaban vacías incluso para mí misma. No estaba bien, y él lo sabía.
Darian me miró de manera intensa, como si pudiera ver a través de mi fachada. Sabía que estaba mintiendo, y por un momento, pensé que iba a decir algo más, pero en su lugar, simplemente se levantó de la mesa.
—Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Darian se dirigía hacia la puerta con pasos decididos, pero algo en mí no me permitió quedarme sentada. Sentí un impulso repentino, una necesidad de entender por qué seguía volviendo, por qué aparecía en momentos como este, cuando menos lo esperaba pero más vulnerable me sentía. Me levanté de golpe y, antes de que pudiera cruzar el umbral, le llamé:
—Darian, espera.
Se detuvo, su mano en el pomo de la puerta. No se dio la vuelta de inmediato, como si estuviera considerando si debía realmente detenerse o ignorarme y salir. Finalmente, giró su cuerpo hacia mí, su expresión seria, con una leve sombra de curiosidad en sus ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz baja, pero cargada de tensión.
Caminé hacia él, sin saber muy bien por qué lo hacía. Era una mezcla de confusión, frustración, y algo más que no quería nombrar. Todo lo que había pasado, todo lo que sentía en ese momento, me obligaba a enfrentarlo.
—No te vayas aún —le dije, mis palabras sonaban extrañas incluso para mí misma, como si pertenecieran a alguien más. No tenía sentido pedirle eso, y aún así, no podía evitarlo.
Darian me observó en silencio por unos segundos, con esa mirada intensa que me hacía sentir vulnerable, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos. Finalmente, soltó el pomo de la puerta y se apoyó en el marco, cruzando los brazos. Parecía estar esperando a que yo dijera algo más, a que le explicara por qué lo estaba reteniendo.
—¿Qué es lo que quieres, Alana? —preguntó, su tono más suave, aunque no dejaba de ser serio.
Mi corazón latía con fuerza, y me di cuenta de que no sabía realmente qué responder. No tenía un plan, no sabía cómo manejar todo lo que había estado ocurriendo. Él me confundía, me descolocaba de una manera que no podía controlar, y eso me aterraba.
—No sé —admití, desviando la mirada—. Pero cada vez que apareces... siento que todo se vuelve más complicado.
Me crucé de brazos, tratando de protegerme, como si pudiera encerrarme en mí misma y evitar que Darian viera lo que realmente me estaba pasando. Pero él no se movió, no se inmutó ante mis palabras, simplemente esperó, paciente.
—Tú eres el que lo hace complicado, Darian. —La frustración empezó a aflorar, y mi voz sonó más dura de lo que pretendía—. Te apareces y luego desapareces, como si nada te importara, y luego vuelves y... no sé qué pensar de ti.
Darian soltó una pequeña risa, una mezcla entre ironía y resignación. Sacudió la cabeza antes de mirarme de nuevo, con una expresión más relajada pero aún intensa.
—No es tan complicado, Alana —dijo, su tono sonaba más bajo, casi como un susurro—. Solo que no quieres aceptar lo que está pasando.
Me tensé al escuchar sus palabras, como si de alguna manera hubiera tocado una fibra sensible en mí que no quería reconocer. Me quedé inmóvil, procesando lo que acababa de decir.
—¿Aceptar qué? —pregunté, a la defensiva, sin saber si quería escuchar la respuesta.
Darian se apartó del marco de la puerta y dio un paso hacia mí. Aunque el espacio entre nosotros seguía siendo considerable, su presencia parecía llenar toda la habitación. Sabía que me estaba observando, evaluando cada una de mis reacciones.
—Que esto... lo que hay entre nosotros... no es solo confusión —contestó, con la misma calma de siempre.
Mis ojos se encontraron con los suyos, y por un instante, sentí que el aire se hacía más denso. Sus palabras me golpearon, y aunque una parte de mí quería gritar que estaba equivocado, que todo lo que sentía era solo una mezcla de circunstancias, de estrés, de emociones que no entendía, otra parte sabía que había algo más.
—Darian, no... no puedes decir eso —mi voz se quebró un poco—. No está bien. Yo amo a Javier. No puede ser esto lo que tú dices.
Él permaneció callado, dándome espacio para continuar. Pero en lugar de responder, dio otro paso hacia mí, acortando la distancia. Su proximidad era sofocante, y mi corazón latía a un ritmo que me asustaba. Pude sentir el calor que emanaba de su cuerpo, y aunque intenté retroceder, mis pies parecían clavados al suelo.
—¿Entonces por qué no me dejas ir? —preguntó, con una franqueza que me dejó sin aliento.
Quería darle una respuesta, algo lógico, algo que tuviera sentido. Pero no había lógica en lo que estaba sucediendo. Sabía que tenía que apartarlo, tenía que detener esto antes de que fuera más lejos. Y sin embargo, no lo hice.
El silencio entre nosotros se volvió insoportable, y antes de que pudiera articular alguna excusa, Darian dio un paso más, ahora peligrosamente cerca. Mi cuerpo entero se tensó. Podía sentir su respiración, el peso de su mirada sobre mí, y aunque intentaba mantenerme firme, cada parte de mí se estremecía bajo su cercanía.
—Alana... —dijo, su voz era un susurro, casi como si no quisiera que el aire lo escuchara—. Si realmente me odias... si realmente no significa nada... dímelo ahora.
Me quedé paralizada, incapaz de decir una palabra. Mis pensamientos eran un caos, y aunque quería negarlo, algo dentro de mí me impedía hacerlo. Sus ojos estaban fijos en los míos, desafiándome a negar lo que él ya sabía que era verdad.
—No puedo... —susurré, finalmente, con la voz quebrada.
Era una admisión de algo que ni siquiera entendía del todo, y eso me asustaba más que nada. Sabía que, al decir esas palabras, estaba abriendo una puerta que no podría cerrar fácilmente.
Darian me miró por un momento más, luego apartó la vista, como si necesitara procesar lo que acababa de escuchar. Dio un paso hacia atrás, rompiendo la proximidad entre nosotros, y respiré aliviada, aunque la tensión seguía flotando en el aire.
—Eso es lo que pensé —dijo, su tono más suave ahora, pero no menos serio—. No tienes que entenderlo todo ahora, pero al menos no sigas negando lo que sientes.
Me quedé en silencio, incapaz de responder. No sabía qué decir, qué pensar. Todo se sentía como un torbellino a mi alrededor, y lo único que quería en ese momento era escapar de la intensidad de la situación.
—No voy a presionarte —dijo finalmente, con una leve sonrisa, aunque sus ojos seguían siendo serios—. Solo quiero que sepas que no voy a irme. No de verdad.
Darian había salido por la puerta, dejándome en ese torbellino de emociones, de confusión. Me quedé inmóvil, tratando de recuperar el aliento y poner en orden mis pensamientos. Pero apenas unos segundos después, oí los pasos rápidos de Darian de nuevo en el pasillo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, el aire se volvía más espeso a medida que los pasos se acercaban.
Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, allí estaba él, de pie, con una expresión que no había visto antes. Era una mezcla de decisión, frustración y algo más que no podía identificar. Sin decir una palabra, cruzó a mi lado en un par de zancadas, y antes de que pudiera reaccionar, me tomó del rostro con ambas manos.
—No me puedo ir así, Alana —dijo con voz baja, sus ojos clavados en los míos—. No puedo.
Todo sucedió en un instante, tan rápido que mi mente no pudo seguir el ritmo de mi cuerpo. Sin previo aviso, Darian se inclinó y me besó. No fue un beso suave o cauteloso. Fue intenso, cargado de todo lo que había estado reprimiendo, de todas las emociones contenidas que parecían explotar en ese momento. Me quedé inmóvil, en shock, sin saber cómo reaccionar. Mis manos se alzaron instintivamente hacia su pecho, tratando de empujarlo para detenerlo, pero apenas logré rozarlo antes de que me invadiera una ola de sensaciones que me desarmaron por completo.
Durante un segundo logré detenerlo, empujándolo suavemente hacia atrás, rompiendo el contacto de sus labios con los míos. Lo miré, jadeando, con los ojos abiertos de par en par, sin poder creer lo que acababa de ocurrir. Pero él no se apartó, solo me observaba, respirando con dificultad, sus manos aún en mi rostro, temblando ligeramente.
—No... —murmuré, aunque mi voz era débil, poco convincente, apenas un susurro.
Pero en ese mismo instante, algo dentro de mí cedió. Todo lo que había estado reprimiendo, todas las emociones que había tratado de enterrar, salieron a la superficie, arrastrándome hacia él. Antes de darme cuenta, mis manos dejaron de empujarlo, y se aferraron a su camisa, tirando de él hacia mí.
Y esta vez, cuando sus labios se encontraron con los míos de nuevo, no hubo resistencia. Lo besé de vuelta con una intensidad que me sorprendió, como si todas esas emociones que me habían estado quemando por dentro encontraran finalmente una salida. El beso fue largo, profundo, cargado de una pasión que ni siquiera sabía que podía sentir. Mis manos subieron por su pecho hasta rodear su cuello, acercándolo aún más, como si necesitara más de él, como si cada segundo no fuera suficiente.
El mundo a nuestro alrededor desapareció. No había nada más que Darian y yo, sus labios moviéndose contra los míos, sus manos bajando por mi espalda, atrayéndome más hacia él. Sentía su respiración agitada mezclándose con la mía, su calor envolviéndome por completo, haciendo que todo lo demás se desvaneciera.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, aunque apenas debieron haber sido unos segundos, nos separamos lentamente, nuestros labios aún rozándose, como si ninguno de los dos quisiera romper completamente el contacto. Ambos respirábamos con dificultad, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir.
Me quedé en silencio, con la cabeza inclinada hacia abajo, incapaz de mirar a Darian a los ojos. Sabía que lo que acabábamos de hacer estaba mal, que cruzaba una línea que no debía cruzarse. Pero, a pesar de todo, no podía ignorar lo que acababa de sentir, la forma en que mi cuerpo había respondido al suyo, como si hubiera estado esperando este momento sin siquiera saberlo.
Darian, por su parte, tampoco dijo nada de inmediato. Permaneció de pie frente a mí, su respiración aún agitada, y cuando finalmente habló, su voz era apenas un susurro:
—Sabía que no era solo yo... —dijo, con un tono suave, casi como si estuviera hablando consigo mismo.
Sus palabras me sacudieron de mi trance. Sentí una mezcla de emociones encontradas: culpa, deseo, confusión. ¿Qué acabábamos de hacer? Esto no podía estar pasando. No podía estar besando al hermano de mi novio.
—Esto... no puede pasar —dije, con la voz temblorosa, sin levantar la vista. No podía enfrentar su mirada en ese momento. Estaba demasiado avergonzada, confundida. Sabía que tenía que detener esto, aunque mi cuerpo siguiera recordando el contacto de sus labios.
Darian no respondió de inmediato. Pude sentir cómo su mirada me analizaba, pero él no me presionó más. Solo soltó un suspiro, uno que parecía contener toda la frustración y confusión que ambos sentíamos en ese momento.
—Tienes razón —respondió finalmente, aunque no sonaba convencido—. No debería haber pasado.
Me mordí el labio, asintiendo ligeramente, aunque la tensión en la habitación no había disminuido en absoluto. Sabía que nuestras palabras no coincidían con lo que ambos sentíamos en ese instante, que este no era el final de lo que había entre nosotros, pero al menos era un intento de poner algo de distancia, de frenar lo inevitable.
—Será mejor que me vaya—dijo de repente, rompiendo el silencio.
Lo miré de reojo mientras caminaba hacia la puerta, esta vez sin detenerse. Pero antes de salir, se giró una vez más hacia mí, sus ojos intensos pero su rostro neutral.
—No lo haré más difícil para ti —dijo, en un tono más suave—. Pero sabes que esto no ha terminado, ¿verdad?
No supe qué decir. Sus palabras me dejaron una sensación de inevitabilidad que me asustaba más de lo que quería admitir. Lo vi salir finalmente, cerrando la puerta tras de sí, dejándome sola.
Sabía que lo correcto era olvidarlo, pero algo me decía que lo que acababa de suceder no sería tan fácil de detener.
No con Darian.