Ángel de la Luna, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida; es una niña de alta sociedad y yo solo soy su escolta personal.
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SEÑALES DIFUSAS
Era la primera vez, que el profesor Alberto, tocaba el cabello de Luna, hacía ya varias semanas que asistía a su clase, siempre se mostraba muy entusiasmado e interesando en la bellísima señorita, pero nunca había tenido un acercamiento tan intenso, como el de quel día.
- ¿Cómo se encuentra esta mañana, la más hermosa de mis estudiantes?, le susurro acercándose a su oído y enredando uno de sus dedos, en su largo cabello ondulado.
Luna se sobresaltó, un escalofrío recorrió su cuerpo y de inmediato se alejó, como si hubiese sido pinchada por alguna especie de aguja.
- ¡Bien profe!, aseguraban sus palabras, pero su comportamiento nervioso, indicaba lo contradictorio de su respuesta; ¡ya es hora de empezar!
Durante la hora predestinada a impartir fisiología humana, Alberto no desvío su mirada de la impresionante figura femenina, sentada en la parte de atrás del lugar, casi como si fuera involuntario, sus ojos se posaban en ella una y otra vez.
- Te espero en mi oficina, quiero enseñarte los interesantes libros que he conseguido para ti.
- Cuándo termine el último bloque de materias, paso, ¿esta bien?
- Te espero.
Divagando en sus pensamientos, lo veía como su protector, siempre sereno, analítico, razonable, un chico divergente que podía resolver la más compleja de las situaciones, reflexionar sobre las mismas y decidir entre varias opciones la más adecuada; estudiaban carreras diferentes, pero compartían algunas materias y pasaban los recesos juntos. Alejandro era su único amigo, como esa brisa fresca matutina, le permitía avanzar en ese precioso y enorme lugar, que parecía tan indiferente a su dolor, a sus miedos, inundado de seres para los cuales él, no tenía valor alguno.
- Emiliano, Emiliano... ¿Estás ahí?
- Lo siento, ¿qué me decías?
-El profesor Nicolás, está preparando el primer foro educativo del semestre, sobre cálculo integral,me ha pedido que le ayude a organizar el evento, ¿Quieres acompañarme?
- ¡Por supuesto!, también me interesa ese tema; Alejo, tu relación con el profe Nicolás es muy buena, ¿no?.
- Él es diferente a los demás, es una eminencia, muy humano, cálido e imparcial, no le importa mi procedencia, sólo mis habilidades.
El sabor del cigarrillo se intensificaba, con cada sorbo de aquel amargo café; sentado en su silla y ojeando un desgastado libro sobre relaciones humanas, se disponía a disfrutar de sus fantasías más profundas, la musa que incrementaba esa dosis de deseo era ella, desde que la vio por primera vez, las ansías de tenerla lo dominaban, quería romper la pureza de sus ojos, de su cuerpo, verla llorar, perderse en aquella mirada inocente y arrancarle el más profundo de los suspiros.
-¡Rayos!, debo estar enfermo, de todas las veces en las que me ha dominado este sentimiento, esta ha sido la más intensa, ¡esta será la última vez!, no se cuantas veces he dicho eso. Se decía a si mismo, mientras colocaba sus lentes sobre el escritorio.
Luna se dirigió apresurando el paso a la oficina del profesor Alberto, era algo tarde y su escolta la esperaba en la entrada de la universidad, no podía demorar mucho. La puerta de la oficina estaba abierta.
-Séntese señorita, déjeme mostrarle los documentos que tengo para el próximo examen académico.
- Muchas gracias, decía mientras recogia los libros, me retiro.
- Espera un momento, déjame enseñarte algo más.
Se sentía observada, la intimidaba la mirada lasciva de aquel hombre, que se acercaba cada vez más a ella, sentía su respiración agitada, entrecortada y con gentileza, sus largos dedos ásperos, tocaban su cabello, para después deslizarse por su rostro.
- Eres tan hermosa, ¿me dejarías ayudarte siempre a estudiar?, podrías ser la mejor alumna, si así lo deseases.
- Señor, es tarde, me voy, gracias por los libros.
Sentada al borde de la piscina, podía observar su reflejo entre el turquesa de sus aguas, la inundaban los recuerdos de las vivencias de la tarde, quería hablar con Katarina, o tal vez con mamá; medito un largo rato, suspiro profundamente, ¡estoy exagerando, no ha pasado nada!.
- Señorita Luna, la cena está servida, su padre ha salido de viaje y su abuela regresó a la mansión, solo está la señora Angélica.
- Gracias Matilde, me visto y enseguida voy.
Todo ha salido excelente, se ha organizado el foro matemático y los ponentes que harán la presentación, ya se han elegido; eres muy eficiente y talentoso, me gustaría, que algún día, dictaras una clase conmigo para tus compañeros.
- ¿Cómo cree profe?, terminarán odiándolo de verdad, imagínese la humillación que sentirían.
- Alejo, el conocimiento debe compartirse y demostrarse. ¡No lo olvides jovencito!.
El profesor Alberto se encontraba entregando los exámenes de la última prueba de rendimiento académico. Lo siento señorita Luna, olvide su exámen en mi oficina, debes pasar por él en horas de la tarde, después de las 6, tengo varias actividades programadas y solo puedo atenderla en ese momento.
Se encontraba en la entrada de la academia, dispuesta a regresar a su morada, miró el reloj, eran los 6 y 10, había olvidado por completo recoger su examen.
- ¡Cielos!, debo regresar, eres tan amable y me esperas un momento, no creo que tarde mucho.
- Señorita, permítame acompañarla, es tarde, es mi deber cuidar de usted
- Oh, por favor no, puedo ir sola
- ¿Esta segura?
- Por supuesto. Le dijo a su escolta, mientras se alejaba, caminando por el jardín, desvaneciéndose entre el ocaso, que llamaba al cómplice manto de la noche, para envolver completamente el minúsculo rayo de claridad que aún quedaba.
Cansado, terminaba de ultimar los detalles del evento venidero, pocos seres humanos quedaban allí, era la hora de marcharse, cuando divisó a lo lejos a la mujer de cabellos cobrizos, que se desplazaba con premura, hacia la parte superior del plantel.
-¿Qué hace ella a esta hora aún aquí? Decidió seguirla, un impulso sobrehumano invadió su cuerpo y sus pies avanzaban casi de forma inconsciente detrás de la figura femenina, que se perdía entre la débil luz de la tarde-noche.¡Qué demonios me pasa!, pensó Alejandro, ¡Solo quiero hablarle!, puede ser esta mi oportunidad.
Toc, toc, toc...Tocaban a la puerta, ¡Oh, vaya, has tardado! pasa querida, te estaba esperando, le decía mientras cerraba nuevamente la puerta.