Emma, una chica carismática con una voz de ensueño que quiere ser la mejor terapeuta para niños con discapacidad tiene una gran particularidad, es sorda.
Michael un sexi profesor de psicología e ingeniero físico es el encargado de una nueva tecnología que ayudara a un amigo de toda la vida. poder adaptar su estudio de grabación para su hija sorda que termina siendo su alumna universitaria.
La atracción surge de manera inmediata y estas dos personas no podrán hacer nada contra ella.
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capitulo 6.3
Sin dejar de besarla me desprendo mi pantalón para liberar mi miembro de su apretado agarre. Meciéndolo de arriba abajo, siento como mi piel arde al saber dónde lo conduciré. Sus labios se desprenden de mí y veo como su mirada baja y luego salta en su lugar, de pronto asustada.
—¡Eso... eso...! —señala y niega— ¡Ese monstruo me va a matar! —chilla y detengo el vaivén de mi mano para mirarlo y mirarla.
—¿Qué?
—¡Es enorme! ¡Eso me dejara en coma! —veo que quiere cerrar las piernas, pero estoy en medio del camino.
—Calma niña —digo, pero no me escucha y levanto su mentón para que lea mis labios—. Calma, iré despacio —prometo.
—Pero... pero, es enorme —dice, quiero reír.
Su mirada fija en mi cuerpo solo logra excitarme más, levanto nuevamente su barbilla y beso sus labios. Es increíble como nos domina el deseo una vez que unimos nuestras bocas. Nuevamente se deshace en mis brazos, retorciéndose de excitación.
La atraigo a mi cuerpo tomándola por la cintura, ella enrosca sus piernas entorno a mis caderas y la levanto para bajarla de la barra donde la había depositado. Me separo con pesar de su boca caliente, pero necesito que me guie a su dormitorio.
—Tu dormitorio —demando cargándola, ella lee mis labios y se sonroja más, pero me señala el camino.
Camino torpemente porque mi pantalón está cayendo, pero no me detengo, no puedo. Llegamos a su habitación y apenas se abre la puerta visualizo su cama y hacia allí me dirijo. Mis pantalones ya casi están en mis rodillas y cuando la dejo sobre su cama, ella queda a una altura justa para que mi hombría quede erguida entre sus ojos.
—¡Dios! —gime y se relame los labios, más sexi no puede ser. El deseo desborda de mi cuerpo a esta altura.
Pateo mi pantalón para terminar de sacarlo, levanto la mirada hacia ella en su cama, como si de pronto no quisiera saber nada de lo que pasa.
—¿Te arrepientes? —pregunto sintiendo un dolor desconocido si llega a ser afirmativo.
—No... —suspiro aliviado, no es que no la esperaría, pero enserio que me duele el cuerpo de necesidad—, pero tengo miedo.
Mierda, sí que lo se.
—Lo sé, yo también —sería un idiota si no temiera hacerle daño, estoy consciente de mi tamaño y de su inexperiencia.
Me acerco a donde está, tomo una de sus piernas para liberarla de la prisión de sus brazos, ella suelta un quejido que parece el de un animal herido. Una mirada a su cara y sé que es otra cosa. Tomo su otra pierna y la abro para comenzar un camino de besos desde sus tobillos hasta su boca. Me recibe hiperventilando.
La anticipación se mezcla con las ganas. Sin dejar de besarla ubico mi falo erecto, ansioso por llegar al fondo de su ser. Presiono, pero se tensa, me detengo y miro sus ojos. Cuando nuevamente se relaja avanzo otro tramo hasta que siento esa barrera que me indica lo que ya sabía.
—Esto dolerá un poco —murmuro ante su mirada atenta.
Ella asiente como si me permitiera causarle ese dolor y sin esperar más, retrocedo unos centímetros y vuelvo a empujar llevándome ese tesoro que guardaba en el fondo de su ser. Gime y chilla, me quedo quieto y lleno su cara de besos esperando que se acostumbre a la invasión.
Más pronto que tarde, el beso se vuelve demandante y se mueve debajo de mí. Desesperado por comenzar a danzar, hago un pequeño movimiento atento a su reacción. Gime y eso abre una compuerta de dicha que hace que me mueva buscando el placer.
Como era de esperarse, no necesito moverme mucho que ya estoy convulsionando, necesito que ella lo haga conmigo por lo que cuelo una de mis manos entre nosotros para estimularla y en solo unos roces ella me sigue.
Estoy tan cómodo con mi nueva casa, que me resulta difícil salir de ella. Recuerdo su dolor y lentamente me retiro para encargarme de aliviar su molestia.
Al apartarme ella se cubre rápidamente y sonrío por su niñería, pero me concentro en mi alrededor buscando una puerta que me indique que se trata del baño. Se encuentra justo al lado de un mueble repleto de objetos personales. Me dirijo hacia allá, pero cuando abro la puerta me encuentro con el armario. Su risa llega y me volteo para mirarla que señala hacia el otro lado de la habitación. Supongo que adivinó que busco el baño, por lo que me dirijo hacia donde sus dedos me indican.
Entro al baño y tomo la toalla de mano para humedecerla y volver junto a mi niña ardiente. Al ver lo que llevo se sonroja completa, hasta los dedos de sus pies.
Me siento a su lado en su cama y de un tirón descubro su desnudez.
—Acabamos de hacer el amor, no tengas vergüenza —digo mientras trato de abrir sus piernas—. ¿Ya te olvidaste lo que te hice en la cocina? —pregunto mirando su cara sonrojada y ella chilla al recordar, sonrío negando y con un poco más de fuerza abro sus piernas.
Ahí está ese canal que me vuelve loco, mostrando el rastro de lo que acabamos de hacer y ansío repetir. Obviamente, voy a morir hasta que pueda volver a tocarla. Tomo una bocanada de aire y me ocupo de refrescarla.
Terminando la faena, miro su cara. Su pecho sube y baja como si de pronto estuviera ansiosa de mis caricias.
—¡Dios, niña! soy un lobo muy feroz —gruño, imitando al animal que sé que puedo ser.
Tiro la toalla sobre mi hombro y me acomodo para volver a comerme su placer. Ella chilla cuando mi boca toca su centro, pero enseguida gime y sus manos pierden la vergüenza al tomar mis cabellos y levantar la cadera para acompañar los movimientos de mi boca.