En una pequeña ciudad dominada por las tradiciones, Helena se enfrenta a un futuro incierto cuando su padre es acusado injustamente de un crimen que no cometió. Desesperada por limpiar su nombre, acude a Iván del Castillo, un juez implacable y frío, conocido por su estricta adherencia a la ley. Sin embargo, lo que comienza como una simple búsqueda de justicia, rápidamente se convierte en un intenso enfrentamiento emocional cuando Iván, marcado por un oscuro pasado, se siente atraído por la apasionada Helena.
A medida que ambos luchan con sus propios demonios y los misterios que rodean el caso, Helena e Iván descubren que la verdad no solo pondrá a prueba sus convicciones, sino también sus corazones. En un mundo donde la justicia y el amor parecen estar en conflicto, ¿podrán encontrar el equilibrio antes de que sea demasiado tarde?
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Capitulo 6
Helena caminaba por las afueras del juzgado, la cabeza llena de pensamientos confusos sobre el caso de su padre. El aire fresco de la tarde apenas lograba calmar el torbellino emocional que la acompañaba. Había pasado días inmersa en documentos, buscando pruebas que pudieran exonerar a su padre. Pero ahora, más que nunca, sentía el peso de la injusticia.
Estaba a punto de cruzar la calle cuando una voz familiar la detuvo.
—Señorita Vargas.
El corazón de Helena dio un vuelco. Se giró lentamente y, tal como lo había intuido, ahí estaba él. Iván del Castillo, el juez que no solo tenía en sus manos el destino de su padre, sino también algo que ella no podía explicar. Algo que la atraía de manera inexplicable, pero que, al mismo tiempo, la enfurecía.
—¿Señoría? —respondió ella, intentando mantener su compostura.
Iván la miró, su rostro tan impenetrable como siempre, pero sus ojos traicionaban una leve chispa de algo más. Tal vez curiosidad, tal vez algo que ni él mismo entendía. Había visto a cientos de personas desesperadas por justicia, pero nunca había sentido esa extraña conexión con ninguna de ellas. Hasta ahora.
—¿Cómo está? —preguntó Iván, en un tono sorprendentemente suave.
Helena lo observó con desconfianza. No era un juez cualquiera. Sabía que detrás de esa máscara fría y profesional, había algo que no encajaba. Y ahora, encontrarse cara a cara fuera del ambiente formal del tribunal, hacía que esa tensión entre ellos fuera palpable.
—Como puede imaginar, no muy bien —respondió Helena, cruzando los brazos—. No es fácil ver a mi padre acusado de algo que no hizo.
Iván asintió lentamente, manteniendo la distancia, aunque sus ojos se mantenían fijos en los de ella.
—Comprendo su situación, pero debe saber que mi trabajo es analizar los hechos de manera objetiva. No puedo dejarme llevar por emociones, ni por lo que parece a simple vista.
Helena dio un paso adelante, su rostro mostrando una mezcla de desafío y vulnerabilidad.
—¿Y qué pasa cuando los hechos no son suficientes? ¿Cuando la verdad está escondida bajo capas de mentiras? —Su voz tembló ligeramente, pero mantuvo el control.
Por un momento, Iván no supo qué responder. Sabía que Helena tenía razón en cierto modo. En su corazón, también sentía que había algo más en este caso, pero su responsabilidad como juez le impedía dejarse llevar por sus instintos. Aún así, su mirada no pudo evitar suavizarse un poco al ver la pasión en los ojos de Helena.
—Debo confiar en el proceso —respondió él, aunque sus palabras sonaban menos seguras de lo que pretendía.
Helena bajó la mirada por un instante, sintiendo la frustración crecer dentro de ella. Pero cuando volvió a levantar la vista, notó algo diferente en Iván. No era solo el juez frío que había conocido en la sala de audiencias. Había algo más profundo, algo que la hacía cuestionar si él también estaba luchando con sus propios demonios.
La tensión entre ellos era innegable. Y en ese instante, mientras el mundo seguía su curso a su alrededor, Helena e Iván se encontraron atrapados en una especie de campo magnético, incapaces de romper la conexión que había comenzado a formarse desde su primer encuentro.
Helena se dio cuenta de que las palabras de Iván, aunque racionales, estaban cargadas de una frialdad que la exasperaba. ¿Cómo podía ser tan distante, tan inmune al dolor que ella y su familia sentían? Respiró hondo, tratando de calmar la ira que crecía dentro de ella. No quería perder la compostura, pero era difícil no reaccionar ante la indiferencia que él mostraba.
—¿Confiar en el proceso? —repitió Helena con incredulidad, su voz teñida de sarcasmo—. Mi padre lleva semanas encerrado injustamente y usted me pide que confíe en el sistema. ¿Acaso cree que el proceso le ha servido de algo hasta ahora?
Iván sintió el peso de sus palabras, como si fueran una acusación directa a su propia moral. Por un segundo, quiso replicar, recordarle que él no era responsable de la situación actual de su padre. Pero algo en la intensidad de su mirada lo detuvo. Sabía que, para ella, él no era solo el juez del caso, sino también un símbolo del sistema que tanto despreciaba.
—Entiendo que esté frustrada —dijo Iván, tratando de mantener la calma, aunque en su interior algo se removía—. Pero mi deber es seguir la ley. Y si hay pruebas, estas saldrán a la luz.
Helena se acercó un poco más, rompiendo la distancia prudente que hasta ese momento habían mantenido. El aire entre ellos se volvió más denso, cargado de una tensión que ninguno de los dos había anticipado.
—No se trata solo de las pruebas —susurró Helena, casi en un desafío—. Se trata de las personas detrás de ellas, de los intereses que las manipulan. Y a veces, la verdad se oculta, incluso cuando está frente a nuestros ojos.
Iván sintió un leve escalofrío recorrer su espalda. Había algo en esas palabras, algo que lo incomodaba profundamente. No podía evitar pensar en su propio pasado, en los casos que había dejado atrás y en las decisiones que había tomado. Pero, a pesar de todo, mantuvo su semblante serio.
—Señorita Vargas —dijo finalmente, con un tono más firme—, haré lo que esté en mis manos para que la justicia prevalezca. Pero no puedo prometerle nada más.
Helena lo miró fijamente, con los labios apretados. Sabía que no podía esperar más de él, pero su instinto le decía que detrás de esa fachada rígida había algo más. Algo que, quizás, podía utilizar a su favor.
—Lo espero, juez del Castillo —respondió Helena, antes de girarse y continuar su camino, dejando a Iván con un sinfín de pensamientos en su mente.
Iván la observó alejarse, sabiendo que esa no sería la última vez que cruzaran caminos fuera de la sala de audiencias.