DINASTÍA: Reinas Perdidas.

El aire en el Trono de Visperia era denso, frío, y cargado con el peso de secretos y sombras. Nyxara, sentada en el trono que parecía tallado en la propia oscuridad, observaba las volutas de neblina que danzaban a su alrededor. Cada rincón de la sala parecía exhalar un escalofrío, un eco de las decisiones tomadas y las verdades ocultas.

Una figura se deslizó desde las penumbras: la Tejedora. Su reverencia fue silenciosa, casi reverente, pero su presencia traía consigo una inquietud palpable.

—Levántate, Aluna— la voz de Nyxara resonó, en un murmullo que helaba la sangre, pero que a la vez contenía una autoridad inquebrantable.

Aluna se irguió, con sus ojos fijos en la figura sombría de Nyxara. —Mi señora— su voz es apenas un susurro, —hay problemas—

Un atisbo de algo que no era serenidad, quizás impaciencia, cruzó el rostro de Nyxara. —¿Problemas? ¿Con quién o con qué ahora?—

—La roca— dijo Aluna, con su tono cargado de urgencia. —La roca que usted le entregó a Corvus... se ha roto—

Un silencio sepulcral cayó sobre la sala. Nyxara se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos, dos puntos de luz fría en la oscuridad, se clavaron en Aluna.

—¿Qué? ¿Cómo es eso posible?— Su voz, aunque baja, vibraba con incredulidad y una furia latente. —Esas rocas son fuertes, no se rompen así como asi—

Aluna tragó saliva, la tensión en el aire se volvió casi insoportable. —Resulta, señora, que a pesar de su fortaleza, tienen una debilidad... una fragilidad ante las emociones que usted tanto se esforzó en erradicar—

—¡Imposible!— repitió Nyxara, rompiendo la quietud, con su voz alta. —Corvus no siente amor. El no siente nada. Yo me aseguré de eso. Lo crié para que el amor fuera una debilidad ajena, algo que el nunca conocería. ¡Yo me aseguré de que esa puerta estuviera cerrada para siempre!—

Aluna dudó por un instante, la mirada de Nyxara la quemaba.

—¡Sal de aquí!— grito Nyxara y Aluna obedeció dando una rápida reverencia y marchándose.

Aluna se había desvanecido, dejando a Nyxara sola con el frío eco de sus palabras.

La Tejedora se había ido, pero la confesión permanecía, clavada como una daga en el corazón de la reina de las sombras.

—Imposible— murmuró Nyxara, con su voz apenas un susurro que se perdía en la vastedad de su trono. Caminó lentamente por la sala, sus pasos resonaban en el silencio sepulcral. Sus manos, que antes sostenían el poder absoluto, ahora se retorcían en un gesto de angustia. —Corvus... no puede traicionarme así. El es mi hijo. Yo lo crié. Yo le di forma—

Pero la semilla de la duda, plantada por Aluna germinaba con una rapidez aterradora. La idea de una debilidad en la roca, una fragilidad ante el amor, la golpeaba con la fuerza de una revelación. ¿Y si Corvus, a pesar de todo, había encontrado un resquicio de algo que ella había intentado borrar? ¿O peor aún? ¿Y si la roca se había roto porque... porque la verdad sobre su origen la había fracturado?

Mientras Nyxara se adentraba más en las sombras de su reino, la atmósfera misma parecía susurrarle el pasado. La neblina se arremolinó, y de repente, el frío del Trono de Visperia se desvaneció, reemplazado por el frío más gélido de un recuerdo.

Flashback:

La habitación estaba envuelta en una oscuridad opresiva, solo rota por la tenue luz de una vela parpadeante. El aire olía a esterilidad y a una tristeza profunda. En el centro, sobre una cama de seda oscura, yacía un pequeño bulto inerte. Era el hijo de Nyxara, nacido muerto. Sus pequeños dedos, fríos e inmóviles, parecían acusarla.

Nyxara, con el rostro pálido y marcado por el dolor de un parto fallido, se acercó. Sus ojos, antes llenos de la esperanza de la maternidad, ahora albergaban una desesperación helada. Se arrodilló junto a la cuna, las lágrimas que nunca llegaron a rodar se congelaron en sus mejillas. Dio un último adiós silencioso a la vida que no pudo ser, y a la promesa rota.

Pero entonces, sus ojos se posaron en una cuna cercana, oculta en un rincón más oscuro. Allí, un bebé lloraba. Un llanto agudo, lleno de vida, de necesidad. Era un niño nacido en el mismo reino, en el mismo instante, hijo de una madre que, en su propia desgracia, no había podido atenderlo, no se encontraba en ese momento. Nadie más estaba presente. Solo Nyxara, su dolor y ese llanto.

Con una decisión nacida de la desesperación y el ansia de no estar sola en su vacío, Nyxara se levantó. Se acercó a la cuna del niño vivo. Y lo tomó en sus brazos. El calor de su pequeña piel, y su llanto persistente, era un contraste brutal con la fría quietud del bebé fallecido. Se despidio de él envolviéndolo en su poder sombrío, era una forma de decirle adiós. Aferrándose a este nuevo ser, a esta vida que podía moldear, Nyxara salió de la habitación.

Se deslizó por los pasillos sombríos, su corazón latía con una mezcla de pánico y determinación. Nadie la vio. Nadie supo del intercambio. Nadie supo que el heredero de su linaje, el que ella criaría para ser la encarnación de sus ambiciones, no era realmente suyo.

Entró en sus aposentos privados, las luces de las velas danzaban en las paredes. Miró al bebé que lloraba en sus brazos. Ahora, este niño sería Corvus. Y ella, con un amuleto oscuro, infundiría en él la esencia de sus sombras, y la frialdad que ella misma buscaba.

Sería perfecto.

Sería suyo.

Sería la herramienta que necesitaba.

Y que si propio hijo no pudo ser.

Pero lo que Nyxara no sabía, mientras se perdía en la ilusión de su control, era que en las sombras más profundas de esa misma habitación, una figura observaba.

Aluna.

La Tejedora, había sido testigo de todo. Había visto el dolor, la desesperación, y el robo.

Había guardado el secreto celosamente, esperando el momento en que la verdad, como una roca, se quebrara.

Pero hasta las sombras de hoy, ella seguía guardando ese secreto.

Fin del Flashback.

Nyxara se detuvo. La imagen del bebé llorando, del niño sin vida, y de su propia desesperación, la golpeó con una fuerza renovada.

La traición no venía de Corvus, sino de ella misma. La roca no se había roto por el amor, sino por el peso de una mentira que ahora amenazaba con desmoronarse. Y ella, la reina de las sombras, estaba más sola que nunca, y siendo prisionera de su propio oscuro secreto...