Cuarto libro de la saga colores.
Edward debe decidirse entre su libertad o su título de duque, mientras Daila enfrentará un destino impuesto por sus padres. Ambos se odian por un accidente del pasado, pero el destino los unirá de una manera inesperada ¿Podrán aceptar sus diferencias y asumir sus nuevos roles? Descúbrelo en esta apasionante saga.
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LOS RETRATOS DE UN SENTIMIENTO
...EDWARD:...
— ¡Ataque, Chihuahua! — Ordené, cuando solo bloqueaba mis estocadas, las espadas sonaban, chocando entre sí, llenando el salón de ruido.
Ella retrocedió, con la mejillas rojas y la frente sudada, enojada por llamarla de esa forma.
— ¡Ya deje de llamarme así! — Gruñó, atacando, esquive, retrocediendo y bloqueando sus estocadas, aprendía rápido, solo pasaron diez minutos cuando ya logró mantener su postura, colocando su recogido detrás de su espalda, moviendo sus piernas.
Aunque sus ataques eran torpes, estaba avanzando muy bien, su experiencia observando a sus hermanos le felicitaron la labor.
— Es por cariño — Me burlé, blandiendo, retrocedió rápidamente, alerta — Es tan chica y temperamental como un Chihuahua. ¿Puedo comprarle uno si gusta?
— ¡Cállese! — Atacó, lanzando una buena estocada — ¡Si usted me llama Chihuahua yo lo llamaré Buitre!
— ¿Buitre? — Escupí, ataqué rápidamente y tuvo que alejarse, con la espalda en alto — ¿Por qué rayos me llama Buitre?
— Porque le gusta la carne y le cae a cualquier cosa que tenga falda — Dijo, enseñando los dientes, las espadas chocaron nuevamente — Es un hombre muy apropiado para usted.
Jadeé, retrocediendo para tomar distancia y poder contraatacar.
— ¿Jamás podrá olvidar eso? — Pregunté, observando sus ojos brillantes y agitados — Ya hemos tratado esto antes — Dí una pausa, tomando aire — Sí, acepto que no podré borrar el haberme acostado con muchas mujeres, pero ya no me interesa ser así, como le he dicho, soy solo suyo.
— Yo me encargaré de que siga así — Dijo, elevando su espada y elevé una comisura.
Se lanzó hacia mí, logrando dar en mi pecho.
Soltó un grito de victoria.
— Punto, al fin, le dí, lo maté — Dió saltos y rió.
— No, esto no es por punto — Me quejé, agitando mi mano — Debe desarmar al oponente.
— Usted no mencionó las reglas, cuando veía entrenar a mis hermanos, solo bastaba con tocar con la punta de la espada — Señaló el suelo con su dedo índice, autoritaria — Así que soy la ganadora.
— Esto es un duelo, así que debe desarmar — Me acerqué, tratando de intimidar con mi altura.
— ¿Quién hizo las reglas? ¿Usted? — Me reparó despectivamente — No puede admitir que una mujer le ganó. Ese es todo el problema.
Resoplé.
— No soy ese tipo de hombre — Golpeé mi espada contra la suya, no tenía un agarre firme y salió disparada hacia el otro lado del salón — Soy yo quien ha ganado.
— ¡Eso no se vale, no es justo! — Gruñó, enojada, arrugando su linda nariz — ¡Es un tramposo! — Pisoteó el suelo, haciendo una rabieta y me reí de ella — ¡Encima se ríe!
— Mi Chihuahua está enojada, está gruñendo — Me deleite con su actitud infantil.
Se puso de puntillas y me fulminó con la mirada — ¡Buitre sucio!
Volví a mi seriedad.
— Está siendo muy irrespetuosa.
— Usted también, ojo por ojo — Me retó, con la barbilla elevada — Buitre.
El músculo de mi mandíbula se tensó.
— Chihuahua, vaya por su espada, debemos desempatar esto.
— ¿Cuándo empatamos? Yo gané.
— Demando satisfacción por su insulto — Gruñí y se rió.
— Esto no es un duelo a muerte.
— A muerte no, pero sí le daré una lección — La amenaza y me observó con desdén.
Caminó hacia su espada, observé su trasero pequeño y suave, lo sabía porque ya había puesto mis manos allí.
Recordar su apretada y húmeda flor exprimiendo mi dedo, me endureció de inmediato, de hecho tuve episodios mientras la veía sacudirse con la espada en mano, ver sus pechos marcados bajo la tela de la camisa y moviéndose me volvió casi loco, más cuando se le erizaban.
No llevaba nada bajo esa camisa.
No pude evitarlo, mi espada se movió y le dí con ella en las nalgas, como una fusta.
Gimió de dolor.
Se giró y supe que se me fue la mano cuando noté sus ojos vidriosos.
— ¿Qué rayos le pasa? ¿Por qué me pega con eso? — Gruñó, al borde de las lágrimas.
Solté la espada de inmediato, dejándola caer al suelo.
— Lo siento, no quise hacerlo con tanta fuerza... — Me avergoncé — Es que me provocó.
Se acercó y me dió una bofetada.
Me quedé atónito, sin asimilar el dolor ardiendo en mi mejilla.
— ¡Es un bruto!
Caminó hacia la salida, pero la tomé del brazo.
— Espere... Por favor...
Empezó a llorar, cubriendo su rostro con las manos y me hizo sentir tan mal.
— Lo siento, Daila... No quise hacerle daño, no quise lastimarla — La abracé, se dejó, enterró su rostro en mi pecho, sollozando — Maldita sea, no debí hacerle eso, soy un idiota ¿Cómo se me ocurre? — No sabía que hacer, ni que decir, toqué su cabeza, mientras ella enterraba sus manos en mi camisa — Lo siento, por favor, perdóneme.
— Duele — Susurró.
— ¿Mucho?
Asintió con la cabeza, sin apartarla de mi pecho.
— Déjeme ver.
— ¿Cómo? — Seguía sin observarme.
— Quiero ver si le hice daño, déjeme ver su trasero — Pedí, besando su cabeza.
Mantuvo su rostro agachado y se giró.
Quitó los botones, temblorosa y deslizó los pantalones hacia abajo.
Tragué con fuerza ante la inmensa necesidad que me dominó. Sostuvo sus pantalones por debajo de su trasero.
Me acerqué y le aparté las enaguas hacia abajo.
Su trasero era exquisito, con forma de corazón, bastante pequeño pero bonito.
Estaba un poco rojo, pero no había una marca que lamentar.
— Solo está rojo.
— ¿Está seguro?
— ¿Le duele mucho?
— Toque — Pidió con una voz jadeante.
— ¿Qué?
Me observó por encima de su hombro y su expresión no era de dolor, sino de necesidad.
— Tramposa — Mi voz cambió a un tono gutural — ¿Estuvo actuando todo éste tiempo?
— Me sentí un poco abrumada, pero después... — Se avergonzó, mordiendo su labio.
Bajé mis manos, amasando con fuerza, se arqueó jadeando.
— ¿Así está bien? — Gruñí contra su oído.
Froté con más fuerza.
Se giró, aferrándose a mi cuerpo para besarme, nuestros dientes chocaron, las lenguas danzaron con salvajismo y dominación.
Así eran nuestros besos.
Elevé mis manos para desabotonar su camisa, quité los botones a prisa mientras ella enterraba las manos en mi cabello.
Aparté la camisa, tomando sus senos, gimió con prisa cuando los toqué y froté los pezones con mis pulgares.
Me aparté, besando su cuello, mordiendo y trazando mi lengua en su piel suave.
Me agaché, llegué a sus senos llenos y firmes.
Tomé uno en mi boca.
— Edward... ¡Ay! — Se interrumpió con un gemido cuando mi mano llegó a su entrepierna, los pantalones estaban en el suelo y ese triángulo de rizos estaba expuesto para mí.
Su cuerpo era hermoso, como lo imaginé, haría un dibujo digno de ella.
Me alimenté mientras tocaba abajo.
Atrapé el otro seno, tomándolo todo con mi boca.
Su respiración aumentó de ritmo, sus gemidos salieron de su boca cuando enterré dos dedos y la acaricié.
Se aferró a mi cuerpo, agitando sus caderas.
Observé su rostro, elevando mi cabeza para atrapar su boca.
Su rostro estaba sumido en el placer, perdido, con las mejillas tan rojas, los labios húmedos y mordidos, las cejas arqueadas.
Cerró sus párpados, tocando mi pecho por encima de la camisa hasta que colapsó, sentí cada ola dentro de su cuerpo.
Al fin la había liberado, por primera vez.
Era mía.
Se quejó con fuerza y la abracé, sentándome en el suelo para dejarla descansar en mi regazo.
Se quedó abrazada a mí, jadeando.
No dijo nada mientras se quedaba quieta, sentada sobre mis piernas y yo seguía como una roca.
— Mi lady, yo no necesito que usted...
No estaba seguro de como tomaría mi petición.
Se alejó un poco y me observó, como si hubiera despertado del lapsus del placer, tomando cordura.
Cerró su camisa, avergonzada de que sus pechos estuvieran a la vista, con mis marcas de posesión.
La Daila orgullosa y desconfiada volvió.
Se abotonó rápidamente.
— No, está bien, somos esposos — La tomé de la barbilla — Confíe en mí.
— Es que... — Dijo, tragando con fuerza, buscó los pantalones con la mirada, los encontró enrollado junto a sus enaguas en sus tobillos — Señor Edward... Mejor dejemos esto hasta aquí.
— La necesito — Supliqué, rodeándola para que no se le ocurría escapar — Quiero tenerla. Me muero por estar con usted, cada noche anhelo su piel, su calor, la necesito — Hablé contra la piel de su cuello.
— No puedo, yo...
— Es mía, mi esposa, la única, se lo juro, no voy a hacerle daño — Estaba desesperado — No la voy a lastimar, confíe en mí, estoy diciendo la verdad, mire como me tiene, solo usted puede hacerme sentir así, me pongo duro solo con pensar en usted... Desde que la conocí, no me sucede eso sino es usted el motivo de mis deseos... Por favor... No hay otra, ni habrá... Tiene que creer en mí.
Se removió para observarme.
— Si me entrego a usted, no solo entregaré mi cuerpo — Confesó, tocando mis mejillas y me envolvieron sensaciones indescriptibles.
— ¿Qué más entregará? — Le pregunté, perdido en esos ojos de plata.
— Mi alma y mi corazón — Suspiró.
Nunca hubo alguien que me confesara algo así, que estuviese dispuesta a entregarme más que su placer, ninguna mujer me ofreció más que sensaciones carnales y yo tampoco di más.
Solo veía en el acto pasional un desahogo a mis necesidades, pero Daila tenía otra definición, un sentido más valioso que lo hacía especial.
En el pasado me hubiese burlado de semejante declaración, yo estaba convencido que todo era deseo, los impulsos que todos los seres tenían y no algo más allá de lo físico, símbolo de unión de todo el ser, canal, espiritual, amoroso.
Pero, ahora, con las sensaciones extrañas, las emociones que me envolvían cada vez más fuerte.
Lo dudaba, yo estaba equivocado, jamás creí posible, pero solo había que analizarlo con más detenimiento.
Ver las parejas felices, como Lean y Marta.
La fidelidad no existiera si se tratara solo de deseo, dos personas no estuvieran juntas tanto tiempo, mostrando su cariño si solo fuese deseo.
— ¿Alma y corazón? ¿Eso significa que usted me...
— Yo siento mucho más que placer cuando me toca — Dijo, sin dejar de sostener mi rostro — Cuando me hizo colapsar hace un rato, sentí muchas emociones, cuando hablamos y cuando estoy en su presencia, siento como mi corazón se acelera y mi estómago se agita. Eso es signo de que está floreciendo algo bonito... — Suspiró, nerviosa y atemorizada por abrirse a mí, bajó su mirada — Me estoy enamorando.
Deslizó sus manos, apoyándolas en mi pecho y sentí demasiadas cosas, cosas que me hacían ser un manojo de latidos y nervios.
Se alejó, levantándose, subiéndose los calzones y los pantalones.
— Daila — Dije, haciendo ademán de levantarme.
— Cuando le dé nombre a lo que siente y se quiera entregar a mí de la misma forma, yo lo aceptaré en mi cama. Lo esperaré hasta que este seguro de sus sentimientos.
Se marchó, sin esperar mi respuesta, tan digna, tan diosa, tan espectacular y madura.
¿Yo también me estaba enamorando?
Sí, me gustaba tanto, me maravillaba más allá de su físico.
Tendría que seguir conquistando a mi diosa, si corría hacia ella ahora, ella no me creería, pues había expuesto mi necesidad, casi suplicando y ella a cambio me había expuesto su valor, sus sentimientos, aceptando que me estaba queriendo a pesar de ser un promiscuo libertino, un irresponsable y un egoísta.
Ella era noble y no quería ser lastimada.
Sería un idiota si lo hacía.
...****************...
Estuve dibujando a Daila durante la noche , páginas y páginas de su esencia, de sus detalles llenaban mi libreta.
A las horas de las comidas, mi esposa estaba tranquila, incluso hablamos de cosas triviales. Ella lo había dejado en mis manos, yo era quien decidía amarla o hacerle daño.
Imaginar a mi esposa dolida y lastimada me provocaba tristeza.
Tenía que estar seguro.
Cuando volví a la habitación, me dirigí de inmediato hacia el cajón donde guardaba mi libreta.
Encendí las velas del candelabro.
Dibujé su cuerpo desnudo, pero también sus ojos brillantes cuando me confesó, cuando abrió su corazón y cuando la sostenía en mi regazo.
Tenía que mostrarle esa libreta, me levanté de la mesa de mi habitación, la que había destinado como mesa de dibujo.
Me dediqué a observar cada uno de ellos.
Me percaté de algo, en todos los dibujos yo plasmaba detalles de su forma de ser, más que de su físico.
La dibujé oliendo sus flores favoritas, leyendo un libro, con la espada en su mano, con expresiones de alegría, de enojo, de desdén y burla, de suficiencia y desilusión.
Jamás dibujé a ninguna mujer porque nunca ví su interior, solo sus cuerpos.
Esto no era deseo, no era fascinación, no era una obsesión.
Supe la respuesta a mis sentimientos.
Tomé la libreta para entrar a la habitación de Daila y mostrarle todo lo que cree.
Me detuve, ya era muy tarde, ella estaría dormida, con todo el ejercicio y el placer que le proporcioné, debía estar agotada.
— Mañana, le diré mañana y con estos dibujos no le quedará duda.
Guardé la libreta en su sitio y me lancé sobre la cama.
Terminé dormido, soñando con mi diosa.