Violeta, La Nueva Esposa Del CEO

Capítulo veinticuatro

—No tengas miedo, seré gentil —dijo Ignacio mirándome de una forma dulce, su resplandor me hizo dar cuenta que ya no pensaba en su ex o en el mío—. Solo dime si te duele y me detendré. Quiero que disfrutes.

—Mi ciclo —dije avergonzada. Era muy incómodo haber llegado ahí entendiendo que debía detenerme. Tal vez sería la última oportunidad que tendría para estar con Ignacio.

—A mí no, eso no va a intimidarme —dijo y me hizo recostar a su lado—. Aun así, lo haremos cuando sientas que estás lista. No seré un mal recuerdo en tu vida.

—Gracias —dije avergonzada. No sabía si era cierto, pero quería creer que sí.

Él me había confiado cosas importantes. Sabiendo que podía ocultarlas de mí; ya que no era necesario que me lo dijera. Ignacio me vio de una manera distinta; como su aliada, y por primera vez en mucho tiempo desee confiar en alguien y que esta vez no me fallara.

—Quedémonos así, No quiero que este momento acabe —dijo mientras acariciaba mi rostro—. Eres una mujer muy audaz, te juro que deseaba romper todo, pero al mirarme así supe que ya no importaba, ellos se lo perdieron.

—Lamento que recién te enteraras de que tu esposa te fue infiel con tu primo —dije al recordar el video que me había mostrado.

—Y yo lamento tener que meterte en mis problemas. No es tu obligación calmarme cada vez que me nublo —dijo y acarició mi rostro con delicadeza.

—Soy una gran esposa de mentira —le aseguré y ambos sonreímos.

—Eres la mejor esposa que he tenido —me abrazó tras decir eso—. Dejémosle la casa, solo vinieron a molestarnos; seguramente por orden de mi tío. Vayamos a dar una vuelta.

No quería ver a Juan Manuel. Era un desgraciado y no se merecía ni mi desprecio.

Y así fue que Ignacio y yo fuimos al pueblo. Había una feria por lo que estuve un buen rato mirando las cosas que había ahí. Me compré un par de lienzos para seguir pintando y él me regaló una bella pulsera.

—Hacía años que no la pasaba tan bien —dijo mientras paseábamos por el lago del lugar.

—Debes juntarte conmigo más seguido —le aseguré y los dos reímos, pero después de eso sentí que me mareaba.

—¿Estás bien? Te pusiste pálida —dijo él y le pedí que volviéramos a la orilla. Me trajo un refresco y mejoré.

—Me habrá bajado el azúcar, tal vez debamos volver. Extraño el pastel de chocolate —dije recordando las fresas.

—Me gusta que disfrutes las comidas. Mi exesposa todo el tiempo medía su ingesta —dijo y me miró incómodo.

—No me molesta que hables de ella. A veces necesitamos nombrar cosas de nuestros ex, y mejor si son las que nos ayuden a desahogarnos —dije y volvimos a reír.

La estábamos pasando bien, pero los mareos volvieron así que volvimos a la mansión cabaña. Era gracioso que ellos dijeran cabaña a semejante casa. Cuando llegamos Juan Manuel y sus amigos estaban bailando en el patio. Nosotros entramos sin preocuparnos por ellos. Incluso la chica se besaba con él y al vernos lo hizo de manera más intensa; como si necesitara mostrarse. Sonreí porque me pareció muy tonto. Sobre todo, porque Ignacio y yo teníamos problemas más grandes que resolver.

—¿Qué tal si hablamos con la enfermera para saber cómo sigue tu madre? —me preguntó y me puse muy feliz. No sabía que podíamos hacer eso.

Cuando lo hicimos escuché la voz de mi madre y empecé a llorar antes de ver la pantalla.

—¿Por qué lloras? Te ves fea —dijo mi madre con dificultad.

—Mamá, te amo —dije sin dejar de llorar. Ignacio me abrazó, él sabía que mi madre había despertado—. Te extraño, voy a ir a verte.

—Has silencio. Me duele mucho, así que voy a dormir. Deja de preocuparte y disfruta la salida con tu novio. Las enfermeras dicen que el guapo —dijo ella y noté como sus ojos empezaban a cerrarse.

—¿Mamá? Te amo —dije llorando y ella ya no habló más. Escuché a la enfermera hablar con Ignacio y decirle que le dieron un sedante fuerte, ya que sus dolores no cedían y el médico había decidido que durmiera hasta el día del trasplante para no hacerla sufrir sin necesidad.

—Aquí estoy —dijo Ignacio y me abrazó luego de colgar.

—Debí estar ahí —dije sintiéndome culpable.

—¿Quieres hacer enojar a tu madre? La enfermera me escribió, apenas despertó, así que no te perdiste de nada. Si hubiéramos estado ahí no hubiéramos podido hablar más que esto, a tu madre no le haría bien verte así —me trató de explicar.

—Abrázame —le ordené y lo hizo con más fuerza. Lloré hasta quedarme dormida.

Pararon unos días desde que Juan Manuel y sus amigos llegaron, Ignacio y yo estuvimos juntos todo el tiempo, por lo que no nos molestaron. Mayormente, salíamos a pasear y volvíamos a mi estudio, él dejaba que lo dibujara mientras respondía sus mensajes y mail.

—Voy al baño —dije y él se puso de pie aprovechando que dejaba el lápiz para poder relajarse un poco. Estar horas en la misma posición era agotador para ambos.

Fui a mi cuarto y al darme cuenta de que mi periodo no se iba empecé a contar en el almanaque. Era extraño que durara tantos días. Cuando volviéramos se lo consultaría al médico. El sangrado hacía que me mareara bastante.

—Violeta —ya empezaba a odiar mi nombre al escucharlo de la voz de Juan Manuel.

—¿Qué haces en mi cuarto? ¿Estás loco? —le pregunté y me dijo que necesitaba decirme algo importante.

—Escucha, mi padre va a hacer lo que sea para sacar a Ignacio de la presidencia. Debes mantenerte alejada de él —dijo como si yo le preocupara.

Estaba por mencionarle que sabía que se había acostado con la esposa de Ignacio, pero ese no era mi secreto, por lo que decidí callar.

—No necesito que me digas que es lo que puedo hacer o no —le aseguré y me aparté para salir de la habitación.

—Violeta detente —me dijo y me tomó la mano—. Entiende, si me fui fue por protegerte. No puedo creer que terminaras casándote con mi primo, yo quería alejarte de mi familia. No sabes de lo que son capaces estás personas por mantenerse en el poder. Ni siquiera recordaba haber estado con alguien. Mi padre me obligó a probar una droga que consiguió. Solo me dijo que me relajaría, si estuve con esa chica no lo hice consciente.

—No necesitas explicarte —le aseguré.

—Sí, porque, así como lo usó en mí, pueden dártelo a ti. Seguramente ya lo hiciste con él; pero, aun así, cuídate —me dijo y me dio un frasco pequeño antes de salir de mi cuarto. Ignacio entró y me asustó.

Autora: Osaku