En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 22
Mirko se fue con César, y yo debo quedarme con Facundo y Mario. No sé qué es peor: atraer una horda de infectados hacia nuestra posición o acercarnos a una base llena de sobrevivientes que no dudarán en matarnos al vernos.
Nos movemos con cautela, rodeando la zona a una distancia segura. Usamos los árboles y arbustos como cobertura mientras nos acercamos por la parte trasera del islote pequeño. El silencio es tan abrumador que incluso el crujir de nuestras pisadas en la tierra me hace sentir expuesto.
Soy el único que lleva una mochila, y la razón me pesa más que el propio equipaje: en su interior están los cohetes, envueltos en una bolsa de basura para protegerlos del agua. Mi mochila es impermeable, por eso me encargaron esta parte del plan.
"¿Por qué me dejaron llevar la parte más importante? ¿Por qué confían en mí así?"
Facundo y Mario avanzan delante de mí, agachados y en absoluto silencio. Nos comunicamos únicamente con señas simples que Facundo nos enseñó días antes. A veces olvido que este hombre tiene una experiencia casi sobrehumana.
Finalmente, nos detenemos en unos arbustos justo frente al muro del islote pequeño. Desde nuestra posición podemos ver a un vigilante caminando por la pasarela superior. Sigue un patrón predecible, moviéndose de un extremo al otro con la regularidad de un reloj. Facundo observa con detenimiento, luego hace una señal para que avancemos.
Entramos al agua, moviéndonos con extremo cuidado para no hacer ruido. El frío del río se mete hasta los huesos, pero trato de no pensar en ello. Mi corazón late con tanta fuerza que temo que incluso eso pueda delatarnos.
Alcanzamos la orilla del islote y nos ocultamos en unos arbustos pegados al muro. Facundo nos detiene con una señal, apuntando al reflejo del agua. Miro hacia abajo y entiendo. A través del reflejo puedo ver al vigilante regresando por la pasarela, esta vez en dirección contraria.
Es un truco ingenioso. Yo habría mirado directamente hacia arriba, pero eso significaría alejarme del arbusto y correr el riesgo de ser visto. Facundo pensó en todo.
Cuando el vigilante desaparece nuevamente, Facundo me hace una señal para que saque los cohetes. Obedezco, aunque mis manos tiemblan al abrir la mochila.
"¿Por qué debo hacerlo yo? ¿Por qué no se lo encargaron a Mario?"
Saco los cohetes con cuidado. Están secos, ni una gota de agua los ha tocado. Suspiro aliviado, pero el alivio dura poco. Mientras intento sacar el encendedor de la mochila, mi mano golpea accidentalmente uno de los cohetes. Veo, con horror, cómo rueda colina abajo hacia el río.
Mario se inclina para intentar alcanzarlo, pero Facundo lo detiene de inmediato, tirándolo hacia atrás del brazo. Su mirada es fría, casi aterradora. Niega con la cabeza, sabiendo que intentar recuperarlo sería demasiado arriesgado.
El cohete toca el agua y desaparece con la corriente. Contengo la respiración, esperando lo peor. Finalmente, me armo de valor para mirar a Facundo. Contra todo pronóstico, su rostro no refleja enojo. Me mira con una sonrisa tranquila, incluso reconfortante, como si me estuviera diciendo que no pasa nada. Luego señala el otro cohete y hace un gesto claro: "Asegúralo".
El tiempo pasa lentamente mientras esperamos. Las piernas me duelen de estar agachado tanto rato, pero no me atrevo a moverme. Mirko y César están tardando más de lo que habíamos calculado. Facundo había estimado que les tomaría cierto tiempo llegar al aeropuerto y volver, y cuando faltaran treinta minutos para su regreso, debíamos posicionarnos. Pero ya debería haber pasado ese tiempo.
Miro a Facundo buscando alguna señal de qué hacer. Él está observando el cielo, las estrellas. Me sorprende lo calmado que parece, como si no hubiera cientos de vidas dependiendo de lo que pase esta noche.
Sigo su mirada. El cielo está despejado, cubierto de estrellas brillantes que iluminan la noche con una belleza surrealista. Me pregunto si algún día aprenderé sobre astronomía y las constelaciones.
Un golpe suave en mi hombro me saca de mis pensamientos. Mario me mira con una expresión de "Por fin me prestas atención". Facundo ha estado dibujando algo en el suelo con una rama. Me inclino para verlo.
"Ya pasó más de media hora."
Ahí lo entiendo. Facundo estaba usando las estrellas y la posición de la luna para medir el tiempo. Este hombre es increíble. No, más que increíble; ha sobrevivido tanto y ha aprendido todo esto por necesidad, adaptándose en un mundo que no perdona a los desprevenidos.
Miro su rostro nuevamente. Está preocupado. Lo sé porque no aparta la mirada del reflejo del agua y de nuestro alrededor. Algo no está bien.
Mis pensamientos son interrumpidos por una voz que proviene del otro lado del muro.
— Al final partimos mañana, ¿no? –dice alguien.
— Sí. Mañana a la tarde saldremos a matar a esos desgraciados. No están lejos de aquí, pero el jefe les dio tres días. Es mentira; iremos un día antes para agarrarlos desprevenidos.
Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. Esta gente planeaba atacar nuestra base al día siguiente, justo cuando pensaban que estaríamos preparándonos. Trago saliva mientras intento procesar lo que acabo de escuchar.
Mario aprieta el puño y golpea el suelo suavemente, intentando contener su ira. Facundo pone una mano en su hombro para calmarlo, pero sigue vigilando los alrededores con la misma intensidad de siempre.
De repente, Facundo se tensa. Nos hace un gesto rápido para que nos tiremos al suelo. No entiendo qué pasa, pero obedezco de inmediato, al igual que Mario.
Entonces lo escucho: el sonido de caballos acercándose. La puerta del lado izquierdo se abre, bajando como un puente. Tres hombres a caballo entran rápidamente mientras el puente se eleva nuevamente tras ellos.
— ¡Infectados cerca! –grita uno de ellos, claramente alarmado.
— Y no solo infectados –añade otro–. Había uno de esos gordos gigantes. Se estaban comiendo a alguien. Había un caballo muerto con montura también.
Mis ojos se abren de par en par. ¿Será Mirko? ¿Será César? No... no puede ser. No puede ser verdad. Mi mente se llena de pensamientos caóticos, imágenes de lo peor. Llevo las manos a mis orejas, intentando bloquear el ruido y las emociones.
Siento un golpe suave en la cabeza. Abro los ojos y veo a Facundo, quien me toca con la rama que estaba usando antes. Señala el suelo.
Miro lo que escribió:
"Plan B."