Traicionada por su propia familia, usada como pieza en una conspiración y asesinada sola en las calles... Ese fue el cruel destino de la verdadera heredera.
Pero el destino le concede una segunda oportunidad: despierta un año antes del compromiso que la llevaría a la ruina.
Ahora su misión es clara: proteger a sus padres, desenmascarar a los traidores y honrar la promesa silenciosa de aquel que, incluso en coma, fue el único que se mantuvo leal a ella y vengó su muerte en el pasado.
Decidida, toma el control de su empresa, elimina a los enemigos disfrazados de familiares y cuida del hombre que todos creen inconsciente. Lo que nadie sabe es que, detrás del silencio de sus ojos cerrados, él siente cada uno de sus gestos… y guarda el recuerdo de la promesa que hicieron cuando eran niños.
Entre secretos revelados, alianzas rotas y un amor que renace, ella demostrará que nadie puede robar el destino de la verdadera heredera.
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Capítulo 9
El brillo momentáneo de la victoria en la cena no duró mucho. Serena Valente sabía, con la claridad que solo el dolor de una vida pasada podía traer, que cuanto más se elevaba, más feroz se volvía la furia de sus enemigos. El silencio de los días siguientes solo confirmaba eso. Era como la calma antes de una tormenta. Nadie intentaba humillarla en la empresa, ningún reportero osaba cuestionarla directamente, los primos no aparecían con abogados en su puerta. Pero los ojos fríos que la seguían en los pasillos y los susurros apagados en los bastidores revelaban la verdad: estaban tramando algo mayor.
Esa semana, Clara entró en su oficina a toda prisa, pálida, sosteniendo una carpeta de documentos. — Señora, encontré registros extraños — dijo, con la voz temblorosa. — Están falsificando contratos a su nombre.
Serena abrió la carpeta y vio los papeles: transacciones fraudulentas, firmas falsificadas, transferencias abultadas que apuntaban directamente a ella como si estuviera desviando recursos de la empresa. Su corazón se apretó, pero su expresión permaneció fría. En la vida anterior, no recordaba que hubieran usado ese método, pero tenía sentido. Si no conseguían derrotarla por la fuerza o por el escarnio público, intentarían destruirla por medio de la ley, transformándola en criminal.
— Si esparcen esto, seré acusada de fraude — murmuró, pensativa. — Pueden prenderme antes de que consiga probar lo contrario.
Clara la miraba con ojos afligidos. — ¿Qué vamos a hacer?
Serena cerró la carpeta lentamente, encarando a la joven con firmeza. — Vamos a darle la vuelta al juego antes de que el golpe caiga sobre nosotros.
Esa misma noche, al volver al hospital, se desahogó al lado del marido adormecido. Tomó su mano con fuerza, dejando escapar el peso que cargaba. — Quieren enterrarme viva, así como hicieron en el pasado. Quieren que sea vista como criminal, quieren destruirme antes incluso de que tú despiertes. Pero no lo voy a permitir. No esta vez.
El sonido del monitor cardíaco mantuvo el mismo ritmo constante, pero en sus oídos parecía más firme, como un apoyo silencioso. Serena cerró los ojos y respiró hondo. Necesitaba pensar con claridad.
Al día siguiente, convocó a Augusto para una reunión privada. El ejecutivo que se había convertido en su primer aliado la recibió en su sala con discreción. Cuando le mostró los documentos falsificados, él abrió los ojos con sorpresa.
— Esto es demasiado serio. Si estos papeles caen en manos de la prensa, nadie creerá en su inocencia.
— Lo sé — respondió ella, con la voz fría. — Por eso quiero descubrir quién los falsificó y exponerlos antes de que puedan usarlos.
Augusto la observó por algunos segundos, después asintió. — Voy a ayudarla. Tengo contactos en el departamento jurídico y en algunos registros públicos. Podemos rastrear de dónde vinieron esas firmas. Pero necesita tener cuidado. Si saben que ya lo descubrió, pueden apresurar el golpe.
Serena agradeció en silencio. Era extraño para ella confiar en alguien después de tantas traiciones, pero en aquel momento no tenía elección. Necesitaba aliados, aunque su desconfianza permaneciera alerta.
Tres días después, Augusto trajo informaciones preocupantes. Los contratos habían sido registrados en una filial controlada por uno de los primos, y testigos falsos estaban listos para jurar que la vieron firmar los papeles. Estaba claro que el plan era acusarla de fraude a gran escala, llevarla a los tribunales y arruinarla de una vez por todas.
Pero había algo más sombrío escondido detrás de eso. Una noche, al dejar la empresa, Serena notó nuevamente el coche negro que la seguía. Decidió arriesgar y mandó al conductor doblar por calles diferentes, cambiando el trayecto. El coche continuó detrás, insistente, hasta que en una esquina más aislada desapareció repentinamente. Una sensación de hielo recorrió su espina dorsal. No era solo vigilancia. Estaban preparando algo físico, concreto, peligroso.
En el hospital, su madre la esperaba en la recepción, ansiosa. — Hija mía, oí rumores terribles — dijo, casi en llanto. — Están diciendo que van a pedir tu prisión en los próximos días. Por favor, desiste. No quiero perderte también.
Serena abrazó a la madre, sintiendo el peso de su dolor. — No se preocupe, mamá. Yo no voy a ser derrotada. Ya morí una vez. Esta vez, quienes van a caer son ellos.
Subió hasta la habitación y, delante del marido adormecido, repitió su juramento silencioso. — Si tengo que luchar hasta la sangre, voy a luchar. Pero no voy a permitir que me arranquen todo otra vez.
Dos días después, la trampa comenzó a diseñarse. Serena fue invitada a una rueda de prensa, supuestamente para anunciar nuevas medidas de gestión en la empresa. Al llegar al auditorio lleno, percibió inmediatamente que había algo errado. Los periodistas parecían más hostiles de lo normal, con grabadoras en puño y ojos ávidos. Los primos estaban presentes, sentados en las primeras filas, con sonrisas mal disimuladas.
Cuando subió al escenario, el primer reportero alzó la voz: — Señora Valente, ¿cómo explica los contratos firmados a su nombre desviando millones de la empresa?
El salón explotó en flashes y murmullos. La carpeta con los documentos falsificados fue exhibida como prueba. La emboscada estaba armada: la acusación pública, el escándalo instantáneo, el juicio social antes incluso de cualquier tribunal.
Pero Serena no vaciló. Tomó el micrófono con manos firmes y encaró a la multitud. — Estos documentos son falsos. Y sé exactamente quién los fabricó.
Los periodistas se agitaron, pidiendo detalles. Serena alzó un sobre que trajera consigo, preparado con la ayuda de Augusto. — Aquí están pruebas de que las firmas fueron falsificadas en una filial administrada por parientes codiciosos. Testigos comprados fueron usados para validar los registros. Pero yo ya rastreé el origen, y mañana mismo esos nombres estarán delante de la justicia.
El choque recorrió la sala. Los primos, tomados por sorpresa, intercambiaron miradas afligidas. El juego había girado contra ellos.
— Ustedes pueden intentar derribarme — continuó Serena, con la voz clara y firme —, pero yo no soy más la ingenua que fui en el pasado. Cada trampa que monten, yo voy a transformar en prueba contra ustedes.
Salió del escenario bajo un torbellino de preguntas, pero no respondió nada más. El silencio calculado era más poderoso que cualquier palabra.
Aquella noche, volvió al hospital exhausta, pero victoriosa. Tomó la mano del marido y rió bajito. — Intentaron prenderme, pero acabé entregando pruebas contra ellos. ¿Sabes lo que eso significa? Que cada golpe que reciban será solo el reflejo de lo que intentaron hacer conmigo.
Cerró los ojos por un instante, y en aquel silencio sintió nuevamente un movimiento casi imperceptible en los dedos de él. El corazón se disparó, lágrimas brotaron en sus ojos. — Me estás escuchando, ¿no es así? — murmuró, emocionada. — Espera solo un poco más. Cuando despiertes, todo ya estará diferente.
Pero en el fondo, Serena sabía que la guerra estaba lejos de terminar. Los enemigos habían fallado otra vez, y eso solo los haría más crueles. Si no conseguían destruirla con mentiras, tal vez intentaran con sangre.
Y la sombra de esa amenaza ya se esparcía sobre ella, invisible, pero inevitable.