De Sirvienta A Reina

Eyra aún estaba en la misma posición, observando a Ross con una mirada curiosa y una expresión tranquila. La pelirosa, al ver lo serena que estaba Eyra, sintió que su enojo aumentaba, así que adoptó una postura defensiva, preparándose para atacar. Eyra, sin embargo, se mantuvo inmóvil.

Ross cargó contra la pelimorada, quien solo sonrió ante la valentía—y la imprudencia—de la niña. Atacar a un enemigo sin arma ni protección era una estupidez, más aún cuando su magia parecía incapaz de causar daño. Eyra solo pretendía derribarla e inmovilizarla para obtener respuestas sobre lo que realmente sucedía en el convento. Levantó la mano derecha y lanzó una pequeña esfera de energía contra Ross, pero la pelirosa esquivó el ataque y, dando un ágil salto, se lanzó contra Eyra con una espada que apareció de la nada, sorprendiéndola.

Eyra esquivó la embestida y Ross atacó de nuevo. La pelimorada sacó de entre sus ropas una daga y se defendió de los golpes de la pelirosa. La pequeña pelea entre ambas había durado lo suficiente para impresionar a Eyra. La velocidad con la que Ross se movía en combate no era común, aunque Eyra, después de años de entrenamiento, tenía una clara ventaja. Con un movimiento preciso, logró derribarla e inmovilizarla.

—Tengo que admitir que eres buena peleando, pero aún te falta mejorar si no quieres que te derroten tan fácilmente —dijo Eyra, lanzando un conjuro que dejó el cuerpo de Ross paralizado—. Pero tengo curiosidad: ¿cómo es que una linda huérfana como tú sabe luchar tan bien? ¿Y cómo hiciste aparecer una espada de la nada?

—Al igual que tú, tengo mis secretos. No es raro que alguien como yo sepa defenderse, más en la situación en la que me encuentro.

—¿Y qué situación es esa? —preguntó Eyra, intrigada—. Además, esa habilidad que tienes con la magia y la espada solo se consigue con un buen maestro.

La pelimorada sonrió de lado y llevó una mano a la cara, como si reflexionara.

—Así que solo hay dos opciones: o eres un prodigio en estas artes o vales tanto para esas malditas monjas que hasta contrataron maestros para entrenarte.

Ross apretó los labios ante las palabras de Eyra y soltó un profundo suspiro. La pelimorada sonrió y se sentó frente a ella, esperando a que hablara. Ross solo la fulminó con la mirada, pero terminó por rendirse y comenzó a contarle todo.

—Ya sabes que este convento no es normal. Aquí, desde el momento en que los niños llegan, son examinados por las monjas.

—No recuerdo que nos hayan hecho ningún examen —comentó Eyra, observándola con detenimiento.

Ross dejó escapar otro suspiro y siguió contando la verdad.

Hace años, el convento no era así. Antes, estaba dirigido por Aylin Williams, la antigua Madre Superiora, una mujer bondadosa que velaba por el bienestar de todos. Sin embargo, cuando falleció a causa de una enfermedad, su aprendiz asumió el cargo y, pocos meses después, todo cambió.

La nueva Madre Superiora trasladó a todas las monjas que habían sido leales a Aylin y a sus principios. Después, hizo que un médico—distinto del que solía atender a los niños—los examinara. Aquel supuesto médico no era más que uno de los traficantes. Poseía una habilidad especial: podía ver a través de las personas y determinar cuáles de ellos desarrollarían magia o algún don especial.

Los niños que el "médico" consideraba sanos y portadores de magia eran vendidos a familias nobles de otros imperios y continentes. Algunos eran adoptados; otros se convertían en sirvientes y, en casos más extremos, los exhibían como trofeos por su talento.

Entre ellos estaba Ross.

No solo era la más valiosa por su poder, sino también por su belleza, lo que la hacía aún más valiosa para la Madre Superiora. Por esa razón, siempre se aseguraba de tenerla cerca, de vigilarla.

En una ocasión, algunas monjas ajenas al tráfico de niños descubrieron lo que ocurría e intentaron sacar a los niños del convento. Sin embargo, fueron descubiertas y ejecutadas frente a los ojos de los pequeños, como advertencia de lo que les pasaría si intentaban escapar.

—Ahora entiendo por qué ese médico nos observaba tanto y hacía preguntas tan extrañas —comentó Eyra, pensativa—. Lo que aún no entiendo es por qué tú estás involucrada en todo esto. —La miró fríamente—. Te he visto con la Madre Superiora y sé que la ayudas con el tráfico de niños.

—Eso no es más que una tapadera —se defendió Ross—. Para ganarme la confianza de la Madre Superiora, tuve que hacer cosas horribles. No me arrepiento. Eran ellos o yo —dijo con frialdad—. Solo elegí salvarme a mí misma.

—¿Y cómo planeas salvarte? —Eyra se acercó a ella y le tomó la barbilla, obligándola a alzar el rostro—. Cuando aparezca el mejor postor, la Madre Superiora te venderá como si fueras un pedazo de carne.

Las palabras de Eyra eran frías y afiladas como un cuchillo, pero tenía razón. La Madre Superiora solo esperaba al mejor postor, aquel que le ofreciera mayores beneficios y riquezas por Ross.

La pelirosa apretó los labios y unas lágrimas brotaron de sus ojos.

—¿Crees que no lo sé? —gritó entre lágrimas—. No soy estúpida. Me acerqué a esa miserable mujer solo para obtener pruebas de lo que ha hecho aquí, en este maldito lugar.

—Pues veo que no has avanzado mucho, porque sigues atrapada en la misma situación.

—Tienes razón —dijo Ross, con frialdad—. Sin embargo, tú eres el factor inesperado que cambia todo.

Una sonrisa se dibujó en sus labios y su mirada adquirió un brillo de esperanza.

—Contigo aquí, todo cambia. Puedo ver en tus ojos que deseas tanto como yo la caída de este lugar. ¿No es así, Eyra Rosenberg?

—Así que sabes quién soy —respondió Eyra, sonriendo de lado.

—Digamos que tengo acceso a toda la información de quienes han pasado por este convento. Solo encontré un expediente con la descripción de una niña de ojos del mismo color que los tuyos —sonrió con suficiencia—. Solo tuve que atar cabos, y mira… resulta que sí eras tú.

—Inteligente y astuta. Me gusta.

Eyra chasqueó los dedos y el conjuro que inmovilizaba a Ross se deshizo.

La pelimorada le extendió la mano, y Ross la tomó.

—Entonces dime, Ross, ¿quieres vengarte de estas monjas y salir de este lugar?

Ross asintió sin dudar, y Eyra sonrió aún más.

—Pues levántate. Únete a mí y ayúdame a destruir todo esto. Te prometo que tendrás una nueva oportunidad y una vida mejor.

Ross ni siquiera lo pensó. Tomó su mano, y esa noche ambas hicieron un pacto: unirían fuerzas y, en menos de un mes, acabarían con ese maldito lugar y con todos los que les habían hecho daño.