Grei Villalobos, una atractiva colombiana de 19 años, destaca por su inteligencia y un espíritu rebelde que la impulsa a actuar según sus deseos, sin considerar las consecuencias. Decidida a mudarse a Italia para vivir de forma independiente, busca mantener un estilo de vida lleno de lujos y excesos. Para lograrlo, recurre a robar a hombres adinerados en las discotecas, cautivándolos con su belleza y sus sensual baile. Sin embargo, ignora que uno de estos hombres la guiará hacia un mundo de perdición y sumisión.
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Capítulo 22 Su comportamiento habitual
Matteo Vannecelli
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Cada vez siento un deseo más profundo por mi muñeca. En cada momento a solas con ella, me envuelvo más en su presencia. Me gusta hacerle todo lo que siempre soñe cuando era más joven. Ella, con su dulce boquita, me hace sentir como si estuviera en el cielo. Cuándo está encima de mí y mueve sus caderas, a veces me resulta imposible resistir tanto placer y llego al clímax con ella. Esta mujer es increíble en la cama; nadie me ha hecho sentir como lo hace ella, y eso es lo que me vuelve loco. Por eso, quiero estar con ella a cada momento. Cuando debo irme por cuestiones de trabajo, paso varios días sin verla y solo puedo pensar en ella, deseando su piel, sus besos y su comida. Me encanta cuando cocina para mí y me espera para cenar juntos, sin importarle la hora a la que llego, lo que me hace sentir extraño y me saca una sonrisa.
salí temprano de la hacienda para ir a la ciudad; quería comprarle un regalo y llevarla a cenar. Era una forma de probar si podía confiar en ella antes de que cumpliera un mes. Pero todo cambiaría bajo mis reglas. Después de comprar algunas cosas y regresar a la hacienda, noté que el auto de Cassandra estaba estacionado allí. Me bajé rápidamente y, al caminar, escuché ruidos y gritos. Era Cassandra. La tensión creció en mí y, al correr hacia el lugar de los gritos, vi a mi muñeca golpeando a Cassandra. Le dije a Maximiliano que sujetara a Grei y él lo hizo mientras yo revisaba a Cassandra, cuyo rostro estaba cubierto de sangre y su pulso era débil. Ordené que la llevaran a una clínica. Miré a Grei, que estaba fuera de control, tratando de liberarse y mirando a Cassandra con una mirada que recordaba a la de una bestia acechando a su presa. Me acerqué a ella, le tomé la mejilla para que me mirara, y su mirada reflejaba odio. Nunca pensé que la vería así. Le reclamé por lo que había hecho, pero en lugar de responderme con sumisión, me habló de forma grosera, regresando a su comportamiento habitual. Se había demorado en hacerse la sumisa.
Al mirar sus manos, vi que estaban manchadas de sangre y que se había lastimado. La tomé del brazo para curar sus heridas. Al llegar a la cocina, busqué el botiquín de primeros auxilios. Tras discutir con ella, supe que estaba celosa, aunque lo negaba, y eso era divertido para mí. Pero en estas tres semanas, no había estado con otras mujeres; solo deseaba a esta grosera. En la cama, ella lo tenía todo, y para mi suerte, era la única que me dejaba satisfecho. La vi tan molesta y celosa que sabía que solo un buen sexo podría ayudarla. Así que la llevé hacia el mesón, le bajé el short, y al quitarle la ropa interior entre en ella, escuché su gemido. Comencé a entrar en ella con más fuerza. Ella me pedía que le diera más duro, así que la tomé del cabello, cumpliendo su deseo. Después de unos minutos, llegamos juntos al clímax. Ella se subió su short mientras yo me acomodaba el pantalón.
—Matteo, esta sirvienta hoy tiene su dia descanso, así que comprate comida. Por qué no voy a cocinar.
La vi alejarse y la seguí.
—Grei, te compré algunas cosas. Esta noche iremos a un restaurante. Espero que te comportes.
—Está bien —me respondió con desinterés, mientras se alejaba.
Hice una pequeña mueca, salí de la hacienda, recogí las cosas que compré y subí a su habitación para dejárselas en la cama mientras escuchaba que se estaba bañando.
Después de una hora, ya estaba en la clínica para preguntar por Cassandra. Sus padres ya estaban con ella. El doctor me informó que estaba estable, que los golpes que tenía eran graves pero que se recuperaría. Eso me alivió por ella. Al verla, estaba irreconocible; la fuerza de mi muñeca realmente le había hecho daño. Salí de allí con Maximiliano hacia la empresa donde estaba Luker y llamé a mis hermanos para que nos encontráramos allí.
—Maximiliano, necesito que me informes sobre la recuperación de Cassandra. Apenas despierte, avísame. Conociendola, podría irse contra Grei.
—Como ordenes. Te veo muy interesado en esa colombiana —me comentó con curiosidad.
Subí al auto y él hizo lo mismo.
—Claro que estoy interesado en ella; ahora está conmigo y no quiero que tenga problemas.
—Me parece bien que te des una oportunidad con ella y por fin te abras a las mujeres.
—Te estás confundiendo; la colombiana es solo mi acompañante, mi amante, nada más —le respondí.
No pienso enamorarme de nuevo; no permitiré que me tomen por un pendejo otra vez.
Veinte minutos después, llegamos a la empresa. Mis hermanos ya estaban allí, así que los saludé y subimos los cuatro al ascensor. Cuando llegamos al piso 15, la puerta se abrió y caminamos hasta la oficina de Luker. Antes de tocar, escuché su voz con un tono desagrado que decía:
—Ya te dije que no es necesario que me lo traigas y mucho menos que vengas aquí.
—Amor, para mí no es una molestia; solo quiero que comas a tiempo. Te hice tu comida favorita —respondió una voz dulce.
Toqué dos veces la puerta y escuché a Luker que me dijo que pasara. Al ingresar, observé a él sentado, con su esposa a su lado. Él se levantó y se acercó a mí, saludándome con alegría, y luego hizo lo mismo con Maximiliano y mis hermanos. Su esposa se acercó y nos saludó con una sonrisa.
—Dulce, retírate —le dijo Luker en un tono serio.
Ella asintió y caminó hacia la salida.
—No te olvides de llevarte eso, no lo quiero —le indicó Luker. Ella regresó a recoger el objeto, se alejó y cerró la puerta.
—¿Por qué tratas así a tu esposa? Debes tratarla con respeto y delicadeza —lo reprendió Maximiliano.
Yo rodé los ojos, algo molesto, y tomé asiento. Luker hizo lo mismo, al igual que Maximiliano, mientras Dylan se colocaba junto a la ventana, observando hacia afuera. Noan, por su parte, se sentó en el sofá.
—¿Parece que no quieres a tu esposa? ¿Acaso no estás bien con ella? —preguntó Dylan en voz alta.
—Hace tiempo que dejé de quererla —respondió Luker.
—Entonces, si no la quieres, ¿por qué sigues con ella? La haces infeliz y tú también lo eres. Lo mejor sería que te divorciaras y siguieras tu camino —le dije.
—No es tan sencillo, Matteo. Dulce no lo soportaría si la dejara —expresó, mostrando signos de malestar.
—Permiso, debo ir al baño —dijo Dylan, saliendo y cerrando la puerta tras de sí.