Irina mata a su esposo, tras enterarse que tiene secuestrada a la hija de su jefe para violarla y golpearla.
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Niña
Los médicos preparaban la cirugía. Mi bebé ya no podía estar más en mi cuerpo; la etapa se había cumplido. Mis padres, los padres de Aidan, su hermana y Martina, aguardaban con mucha emoción la llegada de mi bebé. Nunca en mi vida me había atacado tanto la tristeza. Ese lenguaje que muchos sienten cuando son heridos por aquellos que creían que jamás los lastimarían. Ese mismo dolor sentía yo, pero no porque me habían herido, sino porque la vida muy tarde me había mostrado el amor a muy poca distancia, y me costó mucho darme cuenta de su valor.
Unos meses atrás no me importaría morirme, pero ahora quería vivir, quería escuchar el llanto de mi bebé y calmarlo todas las veces que sean necesarias.
—¿Estás lista mi amor?— Aidan me preguntó acercándose para darme un beso en la frente, mientras yo estaba acostada en esa cama de hospital, con una ropa que no cubría mi cuerpo por completo, sino que me hacía ver que hasta los más fuertes en algún momento eran atacados por la enfermedad y la muerte.
—No quería que este momento llegué, pero no puedo aguantar más— respondí.
—Lo harás bien amor, no te preocupes.
—Aidan.
—Que mi amor.
—Yo maté a Axel. Le corté en pedazos y lo llevé al mismo lugar donde él dejó el cuerpo de aquellas jóvenes a quienes violo y mató.
—Gracias por confesarme tu secreto mi amor, ahora sabré como protegerte— respondió mi esposo tomándome de la mano con mucha delicadeza.
—Si intento alejarme una vez más de tu lado, por favor oblígame a quedarme a tu lado, pero si un día te cansas de mí, aléjate.
—De ahora en adelante serás mi pesadilla favorita.
Le sonríe una vez más antes de entrar al quirófano, deseaba ofrecerle más de lo que le había dado, pero mi destino ya estaba en juego, no estaba segura si saldría con vida de la sala de parto.
Muchas miradas observaban como me trasladaban a la sala de cirugía. No podía decirles adiós, después de todo había aprendido a quererlos. No quería hacer ese viaje largo para nunca más volver, y perderme de esos pequeños momentos, llamados felicidad.
Un hombre con un ambo blanco y un barbijo en la boca me colocó la anestesia. Parte de mi cuerpo perdió movilidad y sensibilidad, mi esposo estaba a mi lado, su compañía en ese instante era un hermoso regalo.
El cirujano corto parte de mi abdomen, no sentí dolor físico, pero si un gran dolor en el pecho al escuchar el llanto de mi bebé cuando le sacaron de mi cuerpo débil y enfermo. Una enfermera en sus brazos se acercó para que viera a mi bebé, era una hermosa niña, lloré al ver su tierna carita, quería tomarla entre mis brazos, pero todo empezó a volverse borroso, mis oídos apenas escuchaban el ruido de los aparatos que anunciaban que algo andaba mal. De pronto sentí como mis ojos se cerraban lentamente, mi esposo miraba como me iba apagando, escuché su grito, pero no podía entender lo que decía.